—Llegamos —murmuró Colin soltando el freno de mano.
Miles lucía pensativo observando sus tenis, callado como en todo el camino, con el solo sonido de la radio encendida que Colin bajó para poder interactuar mejor.
¿Quería seguir interactuando? Ya sentía su batería social agotada.
—Gracias —. Se adelantó, deseaba ser breve.
—Sí. No olvides los papeles que te entregó la enfermera —comentó aproximándose a la guantera para tomar los papeles; el espacio fue limitado entre ellos brevemente hasta ponerlos en su mano. Nuevamente, advirtió el aroma del sudor entremezclándose con su perfume cuando se alejaba—. Puedo entrar contigo si quieres, hablo con tu madre.
¿Por qué no lo tomaba como algo desagradable? Meditaba guardándolos despreocupadamente en el algún bolsillo de su mochila. Le molestaba.
—No es necesario, no está en casa —intervino de soslayo. ¿Por qué seguía entrometiéndose? Dos horas atrás, ni siquiera se hablaban en la escuela.
—Oh, claro. Espera… ¿te quedarás solo? —preguntó mientras Miles se quitaba el cinturón. Era cierto…había alguien en casa; por eso no quería entrar —... ¿Miles?
Suspiró frustrado. En ese instante, inclusive aceptaría quedarse en casa de Colin si se lo preguntaba. El ambiente era demasiado extraño en su casa. «Pero no sería correcto dejarlo por su cuenta», se llevó una mano a la cara recordándolo, luego meneó su cabeza para espantar al bastardo de sus pensamientos.
—No, me quedo con un familiar.
—¿Por qué no te creo? —insistió. Ante el silencio de Miles mirando hacia la ventana de su casa, lo tomó como luz verde—: Escucha, ya sé, te da pereza esto de hacer amigos y que no te gusta confiar en la gente, pero nos conocemos hace tres años, yo sí te considero, y si…
—Qué, si necesito algo, ¿cuento contigo? —interrumpió áspero. El rostro de Colin se puso serio. ¿Por qué tenía que actuar como un idiota? ¿Y por qué Colin no lo mandaba al carajo aún?—. Lo lamento, estoy cansado, no he dormido y…
—Está bien —interrumpió Colin, cogiendo su hombro a lo que él ponía su mano en la puerta para bajarse. Miles se quedó quieto, tácito. Hubo un extraño magnetismo en ese toque, como invitándolo a no precipitarse, y así lo hizo manteniendo la puerta cerrada.
—… ¿okay? Vale —titubeó tomándolo de la manga para mover su mano, causando gracia en Colin.
—¿Lo ves?
—¿Qué cosa?
—¿Por qué haces eso?
—Joder, ¿hacer qué? —insistió molestándose de nuevo.
—Tomar distancia. ¿Cogerás una pulmonía si pierdes un poco el tiempo?
—¿Por qué te interesa? ¿Me llevarías de nuevo con la enfermera Chelsea?
Colin bufó continuando con una risotada. ¿Tenía razón? Por supuesto, había vuelto a ponerse rojo hasta las orejas.
—No desvíes el tema —insistió, enfatizándolo con la misma mano que lo retuvo un segundo atrás —, ¿sabes lo raro que es ignorarte? No tengo idea de cómo lo haces, y no es que seas un encanto de persona, pero amigo…
—Colin, en verdad estoy muy cansado como para tener una charla en este momento, ¿me sigues? Por eso tomo distancia, porque siempre quiero dormir —alegó abriendo la puerta, bajando—. Gracias por traerme. Estaré bien.
Cerraba la puerta, pero antes de lograrlo, la mano de Colin nuevamente lo retuvo, asustándolo.
—Supongo que ahora sí contestarás el teléfono y tus mensajes, ¿no? Durante el fin de semana.
—Sí —aseveró cerrando la puerta. Colin le sonrió por la ventana, incluso después de cerrarle en la cara. Miles agitó su mano insípidamente, pensando de nuevo en lo tonto que parecía sonriendo así, dando media vuelta para seguir ese camino de piedra labrada hasta el pórtico, sin acabar tropezando, mientras el SUV plateado iniciaba su marcha.
Fue un logro.
Estuvo aliviado de por fin encontrarse solo en la entrada. Allí, justamente, y entre el traqueteo de las llaves, aterrizó a la realidad.
¿Tendría espacio para continuar memorizando fórmulas y procedimientos lógicos? No, tendría que tenerlo, pero inicialmente tomaría un baño, ¿tal vez dormiría un poco más? Y comería. O saldría a correr, si los pensamientos indeseados continuaban.
Sabía que no haría nada de eso primero, pues desde un par de semanas, existía algo que siempre encabezaba su lista como el ser humano decente al que aspiraba ser. No trataba de su tarea favorita o de odiarla; era más un deber que escapaba de sus manos. Una responsabilidad.
En principio no lo recibió con gratitud; menos sería el caso ahora, pero si aceptó tal cosa sin decir nada, fue porque aún existían ciertas dudas alarmantes sobre el pasado que necesitaba esclarecer.
Mientras cerraba la puerta por dentro, el fondo del pasillo lució más oscuro que de costumbre con las cortinas abiertas. Era debido al atardecer otoñal; las nubes habían cubierto por completo el cielo, dejando un crepúsculo anodino a esa hora.
Desde la mudanza de sus hermanas en inicio de la etapa universitaria, y el posterior divorcio de sus padres, la casa se había vuelto amplia y demasiado quieta para dos personas, si acaso podía contar a su madre adicta al trabajo. De vez en cuando su abuela se dejaba caer, pero durante el último año, la edad había comenzado a pasarle factura, así que prefería visitarla personalmente, pero de ello había pasado tiempo; tenía presente que debía hacerse un espacio para visitarla pronto.
Todo lucía calmo, exactamente como quedó por la mañana antes de irse a la escuela. Depositando las llaves sobre el aparador del recibidor, encendió la lamparita con una relajada luz cálida iluminando el pasillo; debido al silencio, comenzó a preguntarse si realmente hubo alguien más durante las últimas dos semanas, o sólo fueron parte de sus sueños al vivir tan solitariamente.
Claro que lo hubo.
Sarah —la hermana mayor— los visitó para poner algo de orden y chequear si comían. Su madre, en tanto iba y volvía del trabajo, le preguntaba si hablaron algo, e insistía en que lograra sacarle información. Ellie le texteaba para ponerse al tanto, y claro, su abuela siempre llamaba.
Era agotador, ya que lo metieron en un problema. Sabía que de haberse quedado en todas sus actividades del año anterior, definitivamente tendría que haber presentado su baja en más de alguna sólo para hacerse el tiempo de atender a este problema. Así que no importaba la decisión, el final sería inevitable.
Ahora, en vez de subir a la segunda planta, continuó por el pasillo hacia la cocina a revisar la nevera, sin encontrar rastros del contenedor con comida que preparó piadosamente durante la mañana para el almuerzo del día.
—Más te valía comerlo, idiota —murmuró para sí mismo.
Se giró con una manzana al cerrar la puerta de la nevera, retornando sus pasos hacia el pasillo mientras la mordía, caminando hacia las escaleras para subir a su cuarto y cambiarse.
En el segundo piso se repetía la solitaria, silenciosa y oscura escena, entre fotos viejas de su infancia y la de sus hermanas, sobre las paredes, con una que otra reemplazada de sus padres.
De frente a las escaleras, se llegaba a la sala que su madre usaba como oficina para continuar con su trabajo de litigios. Luego, a mano derecha estaba el cuarto principal y el de Ellie; a la izquierda, la habitación de Sarah y la suya. Así se componía el núcleo familiar antes de que, básicamente, todos se “largaran” siguiendo en sus vidas.
Continuó a la izquierda suspirando, moviendo su cabeza para destensar su cuello y los hombros rígidos por las horas de estar sentado, durmiendo en mala posición. Dejando caer su mochila por el brazo hasta llegar al piso, estuvo próximo a la puerta cerrada de su cuarto para entrar, pero se quedó de pie, quieto.
La habitación de Sarah era la más grande después del cuarto principal; ahora la usaba él. Ocupaba la habitación del fondo, esa que ahora se mantenía con la puerta abierta y la luz encendida.
Justamente, se quedó contemplativo, observando hacia allá. ¿Por qué esto le causaba intriga? Era obvio que alguien más la habitaba.
Quizás porque el idiota del lado nunca se permitía dejar abierto; así, conservaría el mensaje claro de mantenerlo alejado; no era bienvenido.
Y él, por supuesto, tampoco pensaba acercarse si no era estrictamente necesario, pero quizás sus sueños le estaban jugando una mala pasada últimamente.
No quería preocuparse, pero tampoco podía evitarlo si se trataba de él, ese intruso de las prácticas de piano.
Tayler Gallagher había vuelto hace ya dos semanas exactamente en un estado deplorable, contuso por donde se le mirase. Sarah había cruzado al otro lado del país sólo para traerlo a casa entre incógnitas, y él no se enteró hasta última hora cuando le tocó atender a la puerta y encontrar a un matón acompañando a su hermana.
Así, su bienvenida fue nula al tomarlo por sorpresa. De primeras, porque pensó que Sarah estaba trayendo su trabajo a casa; que se trataba de esos adolescentes problemáticos a los que ni los ojos podían sacarles, que necesitaban intervención urgente para salir de los pleitos de la calle, ya que sus padres no daban la talla para educarlos.
Este, sin embargo, no era el caso si conocía tan bien a los padres de Tayler, especialmente, esa cualidad estricta que caracterizaba al Sr. James.
Fue el cabello largo y rubio lo que llamó su atención, puesto que era lo único decente de su accidentada apariencia. Y aunque el tipo lo esquivaba desentendiéndose, sus ojos igualmente hicieron contacto cuando la melena rubia lo permitió, dejándole reconocer esa mirada azulina tan peculiar y enigmática, esa misma que le dirigió el niño del lado aquella última vez, cuando la manera en cómo solía percibirlo también cambió, condicionando su amistad.
Entonces no hubo dudas, era él: ese miserable Tayler Gallagher, estaba de vuelta en River Heights frente a su puerta, perturbando su sagrado entorno a solas.
No recordaba ya cómo lo hizo para zafarse del saludo y el reencuentro que su hermana esperaba entre ellos, pero fue frío; lo reconocía. Por eso luego se ganó un par de preguntas incómodas que tuvo que negar.
“¿Entonces sí se pelearon?”, “¿Sigues molesto porque se marchó?”, “¿Recuerdas que fue por una propuesta de trabajo?”, “¿Pasó algo más?”.
Sarah lo siguió hasta la cocina, y al negar cualquier indicio de mala sangre, ella le afirmó lo más nefasto de todo; se quedaría por alrededor de un año y medio en casa. Suficiente para poder aclarar sus diferencias, si es que las tenían.
Miles continuó negándolas, pero cuando se dio cuenta de que no podría doblegar el instinto de hermana, comenzó a ignorarla para mejor.
Así que tuvo que hacer su acto frente a ella y demostrar algo de cortesía.
La cortesía lo llevó a ese punto de inflexión: cuidar del niño problemas mientras no interfiera en sus actividades escolares.
La primera semana no fue mucho problema. Su abuela se quedó unos días, su hermana los visitó seguido, y hasta su madre volvió temprano, cubriendo todas las necesidades del muchacho, así que no tuvo que verle tan seguido más que para cenar, cuando se dignaba a bajar.
Fue el inicio de esa segunda semana la incordia, cuando el fin de semana su abuela tuvo que volver a casa, su hermana a las responsabilidades de madre soltera y su propia madre cayendo nuevamente en el círculo de llegar tarde. ¿Quién tendría que velar por la nueva mascota sola en casa? Miles Sinclair.
Pero se lo anticiparon, por eso él puso de su parte: preparó el almuerzo para ambos, aunque nadie se lo pidió; estuvo atento a que tomara sus medicinas para los dolores y la desinflamación; le ayudaba a bañarse porque traía una muñeca rota y una mano con quince puntos; y compartía la cena que su madre preparaba, sólo para que así, él no comiera solo.
¿Qué había obtenido como retribución? Más contacto indiferente.
Desde un principio, se dejó llevar sólo por cortesía y así, evitaría las insinuaciones incómodas de su familia, y Tayler cooperó.
Pero cuando la atención no estaba puesta en ellos con lupa inquisidora, Tayler lo ignoraba, y por supuesto, se transformó en algo mutuo.
No esperaba nada a cambio, a pesar de llevarse muchas molestias encima debido a él. No tenía idea de sus circunstancias más allá de un diagnóstico médico, o el orden en el que debía tomar sus medicinas para las lesiones, o incluso los días que debía visitar el hospital.
Y aunque no quería llevarse ese peso de cuidarlo, sabía que nadie más podría hacerlo más que él, ya que no tenía a nadie más en River Heights. Era debido a esto que sus familias fueron tan cercanas por tantos años, como una.
Tayler era parte, le gustara o no, y haría favores por él como lo haría por sus hermanas, le gustara o no.
Quizás por esto soñase tanto con él por las noches, o en el banco de la biblioteca, o en el salón de estudio. El tiempo realmente había pasado, y como la decadente escena del rock alternativo, su entorno, las personas que lo rodeaban, su cuarto, sus aspiraciones, las relaciones que mantenían unida a su familia, la manera de verlos, la relación con su padre, la moda estúpida, y ellos. Todo había cambiado.
Pero por alguna razón, ¿por qué esto le encogía el pecho? ¿Por qué le entristecía? ¿Y por qué le hacía sentir tan solo? ¿No era parte de la vida?
Era parte de crecer, cambiar, ¿y estar solo? Siempre había estado solo, como en ese pasillo oscuro, como cuando fue a la escuela por primera vez y conoció a sus compañeros, y cuando estudiaba, y daba un examen, y cuando comía, cuando iba al baño, y dormía, y de la manera en que había llegado al mundo, y de la manera en que se iría.
Solo, como el punto azul pálido apenas visible en la oscuridad, casi imperceptible de los brillantes rayos de su estrella, entre estrellas y estrellas, en una porción de galaxia que un día se apagaría, como muchas más, y muchas otras.
Miles suspiró cansado, pero estuvo tan inmerso en sus pensamientos desesperanzados que no oyó los pasos del cuarto vecino, ni percibió cuando se acercaban a él.
—¿Por qué estás llorando?
La pregunta lo sacudió de sus pensamientos, de modo que, cuando miró a su lado notando el porte de Tayler Gallagher, su voz madura e inquieta; cubriéndole parcialmente el rostro de la luz de su cuarto y sólo pudiéndola ver tras él. En vez de dar tregua, de bajar la guardia, de ceder y contarle; un cólera enorme vino debido a su pregunta y el tono de su voz, así que abrió la puerta de su cuarto, dejó su manzana en la mano del muchacho y cerró encabronado tras él, dejándolo solo en el pasillo.
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