Read A broken fairytale [ESP]

Sinine se estiró bajo las sábanas mientras parpadeaba a la luz de la mañana. Intentó incorporarse un momento y volvió a caer sobre las suaves almohadas con un pequeño gruñido. Normalmente no tenía problemas para empezar el día, pero ahora, al final de sus vacaciones, le costaba salir de la cama. Se tomó un momento para mirar al techo antes de sentarse por segunda vez y mirar a través de las puertas de cristal que daban a su jardín. El rocío seguía pegado a algunos de los cristales inferiores, pero el sol naciente lo quemaba rápidamente, presagiando el calor que se avecinaba.

Con un poco de esfuerzo, sacudió las piernas por el borde y apoyó los pies descalzos en el frío suelo de piedra. La repentina sacudida la ayudó a despertarse, se levantó y se dirigió al baño para lavarse la cara y arreglarse el espeso pelo azul. Era quizá su rasgo más característico, lo que la diferenciaba de la gente del pueblo y de los demás elfos con los que había crecido. No es que a Sinine le importara diferenciarse. Siempre había sido un poco diferente, y sus rizos azules y sus brillantes ojos rosas la complementaban a la perfección.

A pesar de las dificultades iniciales, no tardó en volver a su rutina habitual: se puso el uniforme y se preparó un pequeño desayuno a base de pan y fruta. Leyó un pequeño libro mientras comía, decepcionada por el hecho de que tendría menos tiempo para ello ahora que había vuelto al trabajo. Después de terminar de comer y de tomarse una taza de té, se ató las botas y salió de su casita para adentrarse en la cálida mañana.

Desde la puerta de su casa, en lo alto de la colina, podía ver casi todo el pueblo. Como era habitual, todo estaba tranquilo e idílico, como todas las mañanas desde que había llegado. De hecho, en los tres años transcurridos desde entonces, no recordaba que hubiera ocurrido ninguna tragedia o desgracia en la pequeña comunidad. Claro que había habido varios funerales y pequeños accidentes, pero todas las muertes habían sido naturales y todos los heridos se habían recuperado. Parecía como si el pueblo existiera en su propio mundo, donde la verdadera desgracia y el desastre no podían tocarlo.

Pero aunque el pueblo había estado libre de calamidades también parecía libre de cualquier tipo de cambio. Al igual que Sinine no recordaba que hubiera ocurrido nada desafortunado, tampoco recordaba nada emocionante, ni bueno ni malo. Aunque la paz era bienvenida y apreciada, había una parte de ella que se sentía sofocada. Sedienta de aventuras desde que era niña, Sinine siempre se sentía un poco decepcionada por la mundanidad continuada. Aunque parecía haber algunas noticias esperanzadoras en ese frente.

La doncella se había mantenido al tanto de lo que ocurría en la posada incluso en su ausencia y pocos días después de su marcha le informaron de la incorporación de un nuevo miembro al personal. Esto era muy sorprendente, ya que Sinine había sido la última incorporación a una plantilla que ya estaba llena. Aún más sorprendente fue que el nuevo empleado era un hombre, incluso un extraño, y por lo que decían las otras criadas tampoco era mal parecido. Esto era digno de mención, ya que el propietario era bastante posesivo con las chicas que empleaba y desconfiaba de otros hombres cuando se trataba de su negocio, a menos, por supuesto, que fueran clientes.

Aun así, el dueño le había ofrecido el trabajo, nada menos que de portero, algo que a Sinine le hizo mucha gracia. La posada era tan tranquila como el resto del pueblo y se preguntó qué podría hacer un hombre así. Reflexionó sobre ello mientras avanzaba por las calles empedradas, saludando a sus vecinos con una sonrisa amistosa y una reverencia mientras ellos le lanzaban sus propios saludos.