El cielo estaba despejado, pero dentro de Alma todo era una tormenta. Tenía veintitrés años, una mochila rota, una carta de despido en el bolsillo y la sensación de haber perdido todo en un solo día. Su empleo, su estabilidad, su pequeño apartamento. Todo se le escapaba como agua entre los dedos.
Caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad, preguntándose cómo algo que costó años construir podía desaparecer en cuestión de horas. La desesperanza la abrazaba fuerte, pero había una chispa dentro de ella que, aunque débil, seguía ardiendo. Una voz interior que susurraba: “No te rindas”.
Fue entonces cuando, sin planearlo, sus pasos la llevaron al parque donde solía ir de niña. Se sentó en la banca vieja cerca del lago, y mientras observaba a una madre enseñarle a su hija a montar bicicleta, algo dentro de ella se quebró… pero no en dolor, sino en necesidad de cambio.
—No puedo seguir cayendo —susurró.
Y esa fue su promesa.
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