Queridos mamá y papá,
No sé cómo agradecerles lo suficiente por ser los cimientos de mi vida. Aunque la vida no los preparó para ser padres perfectos, ustedes me dieron un amor tan grande, tan verdadero, que eso fue lo que me sostuvo en los momentos más oscuros. Gracias por sus sacrificios silenciosos, por las noches sin dormir, por las palabras de aliento que me daban cuando sentía que no podía más.
Aprendí de ustedes que el amor no siempre es fácil, que a veces duele, que hay que lucharlo, cuidarlo y sembrarlo en cada acción. Gracias por enseñarme a amar con paciencia, a perdonar con el corazón abierto, y a creer siempre en Dios, incluso cuando todo parecía perdido.
Hoy, si llego a faltar, quiero que recuerden que su amor me hizo fuerte, que su ejemplo sigue vivo en mí y que los llevo en el alma cada día. Confíen en que Dios cuida de todos nosotros, que hay un plan perfecto y que aunque no pueda estar, mi amor por ustedes nunca se irá.
“Porque yo sé los planes que tengo para vosotros —declara el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza.” (Jeremías 29:11)
Gracias por ser mis padres, mis maestros de vida, mis héroes. Los amo más allá de las palabras.
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