Es la mañana del día del asalto y todo el mundo ya está levantado, preparándose para la batalla. Como otros, llevo despierta desde hace mucho rato, desvelándome en mitad de la noche y no pudiendo recuperar el sueño, así que cuando paré de pensar empecé a practicar con el arco. Mientras recojo de nuevo las flechas clavadas en el tronco, noto una mano posarse sobre mi hombro.
- Buenos días jefa.
Al girarme veo a Ysna mirándome con seriedad. Puedo ver en sus ojos rosados que quiere continuar con la discusión de ayer, a pesar de que mi decisión sigue firme.
- Ya te he dicho que te quedas.
Mi respuesta es tajante, causando una reacción en el joven.
- ¡Soy un buen arquero, puedo ayudaros en la mina! ¡Lo único que hago es cazar y hacer tus recados! ¡No me uní por esto, no estoy viviendo como un nómada enemigo del estado para esta mierda! ¡Quiero que mi vida valga para algo, luchar por una causa con significado, no quiero seguir siendo un maldito amuleto de la suerte andante!
Su pataleta logra sacarme de mis casillas y le doy una soberana bofetada cuando cierra la boca de una vez.
- ¡Escúchame, eres joven y lo has pasado mal, y por tanto también eres estúpido! ¡En la batalla solo nos estorbarías gracias a tu falta de experiencia!
Se lleva la mano a la mejilla donde le he golpeado y me mira defendiendo el orgullo que he roto.
- No pienses que lo que haces no vale para nada, ya que ayudas más de lo que crees, y si me pasa algo es tu deber cuidar de Nau. Esa niña ya ha pasado por mucho, y no sé qué ocurrirá si nos pierde a los dos, las únicas personas a las que ha cogido confianza, así que tu mayor responsabilidad ahora mismo es protegerla en caso de que no vuelva.
Hablo con decisión, asegurándome de que cada palabra sienta como una piedra.
- Sinceramente, me da igual que tu gente piense que tener los ojos rosas es símbolo de buena suerte. Te quedas en el campamento porque eres más útil aquí y ya está.
Ysna abre la boca para hablar, pero se lo piensa otra vez y la cierra, marchándose con la cabeza gacha.
- Ya me darás las gracias algún día.
Digo en voz baja para mí misma mientras termino de recoger y marcho a reunirme con los demás.
Un grupo de asalto de tamaño moderado está reunido en mitad del campamento, con Tantalius y Ánakam formando parte de él, el primero con su característica armadura, ahora pintada con símbolos de distintas razas en negro y verde, y el seguro con guanteletes, casco y una coraza que le cubre el pecho y el estómago. Cuando les alcanzo el orco se gira hacia mí para hablar.
- Contigo ya estamos todos.
Me sitúo al lado de nuestro líder y alzo la voz.
- Como ya sabéis, nuestros exploradores han vuelto con información útil. Las cercanías de la mina están vigiladas por soldados camuflados, y sospechamos que cuentan con alguna forma de contactar rápidamente con los demás, pero no son tan experimentados como nosotros en ello. La entrada de la mina parece abandonada, siendo una puerta de metal oxidada en la roca, pero no tiene ninguna defensa externa a parte de los vigilantes. Tampoco han podido encontrar otra forma de entrar.
Cuando termino Ánakam toma la palabra.
- Gracias Nikeila. No tenemos tiempo para infiltrar a uno de los nuestros como un prisionero, así que primero nos encargaremos de los vigilantes, y después sacaremos a un grupo de la mina mediante la forma en la que se comunican, haciéndoles pensar que llegan provisiones. Deben usar uno de los códigos que Tantalius estudió cuando estaba en la Academia Militar. Cuando reduzcamos sus números, entraremos en parejas, con uno llevando un rifle de los humanos, y los primeros se colocarán en posiciones ventajosas por si ocurre alguna sorpresa, mientras que los demás eliminarán al resto de soldados. Una vez esté hecho esto, liberaremos a los prisioneros, nos anunciaremos y nos largamos los más rápido que podamos con los que se nos unan.
El orco hace una pausa antes de añadir una última cosa.
- También os quería enseñar los cambios que hemos hecho a la armadura de Tantalius. Sé que muchos todavía le veis como un enemigo, pero tanto él como su hermana han demostrado que son de fiar. Esos símbolos suponen una unión entre nuestros aliados más recientes y nuestra causa, además de una forma para no confundirlo con un enemigo.
Sus últimas palabras tienen un doble significado y están dirigidas a aquellos con un profundo resentimiento hacia los humanos, y que podrían intentar atacar a los hermanos. Hay unos segundos de silencio hasta que alguien empieza a aplaudir, y otros le siguen, aunque un grupo pequeño se niega a hacerlo. Personalmente, no puedo evitar desconfiar de ellos, pero es cierto que son muy útiles y este es su sitio. Y así, después de terminar con los preparativos finales, nos marchamos a hacernos con la mina.
Cuerpo relajado, pasos lentos y respiración suave y controlada. Sujeto el cuchillo con la mano derecha mientras me acerco a uno de los soldados humanos, camuflados con el entorno de una manera algo torpe. Cuando ya estoy lo bastante cerca, salto de un rápido movimiento sobre la insospechada víctima, le tapo la boca y le degüello. Mi compañero hace lo mismo con el otro que está al lado antes de que pueda reaccionar, acabando así con los últimos vigilantes. Me llevo las manos a la boca de una forma concreta e imito a un pájaro, informando a los demás de la muerte de todos los soldados. El grueso de las fuerzas se mueve hasta donde estamos, escondidos detrás de los árboles lo mejor que pueden, que no es mucho con el tamaño de algunos. Entre todos empezamos a buscar cualquier cosa fuera de lo normal, encontrando en poco tiempo un cilindro lo suficientemente grande como para agarrarlo con la mano, conectado a un cable que se hunde en la tierra y con un botón sobresaliendo en la parte de arriba. Hablamos entre señas y Tantalius se acerca, cogiendo el aparato con una de sus manos y examinándolo en silencio. Después de un minuto sin hacer nada pulsa el botón varias veces en una secuencia que consiste en tres pulsaciones cortas, dos largas y dos cortas. Mediante gestos, nos dice que todo ocurre como habíamos planeado, así que avanzo hacia el final del bosque con otros renegados y nos escondemos en silencio, esperando con nuestros arcos y ballestas listos. Un pequeño grupo de humanos empieza a salir a esperar el camión, y permanecemos quietos hasta que los cinco están fuera. Vuelvo a imitar a un pájaro, ordenando que ataquen. Primero atacan los arqueros, atravesándoles con las flechas, y después los ballesteros eliminan a los que aún están vivos, ya sea porque no les alcanzaron o no murieron lo suficientemente rápido.
Nos colocamos al lado de la puerta, la abrimos y entramos de dos en dos, siendo yo la última. Aprovechamos la ventaja de tiempo que nos da el resto del grupo y nos movemos con sigilo por el túnel de la mina, escondiéndonos en las esquinas y comprobando con cuidado si alguien se acerca. El túnel termina en un gran espacio bajo tierra, con pasarelas y escaleras de metal pegadas a las paredes y unidas entre sí. En las propias paredes se encuentran las celdas de los presos, además de otras salas y pasillos, y en el fondo puedo oír el sonido de los picos contra la roca. Con cuidado, nos asomamos y avanzamos hasta los mejores lugares desde los que atacar, eliminando sigilosamente a los humanos que se cruzan en nuestro camino y ocultando sus cuerpos.
Cuando se acaba el tiempo y los demás entran, empezamos a eliminar a todos los humanos que podemos, actuando antes de que puedan reaccionar. Los rebeldes con rifles del grupo que acaba de entrar atacan antes de que los soldados restantes puedan actuar, de forma organizada bajo el mando de Tantalius. El escándalo que se forma atrae a los que estaban por los pasillos, que poco pueden hacer en la situación en la que están, tan solo ponerse a cobertura y devolver algunos disparos, en el caso de los más avispados, y al final acabamos con ellos. Después de unos minutos esperando por cualquier sorpresa que pueda aparecer, nos dividimos para explorar toda la mina mientras los presos nos vitorean, haciendo que algunos de los nuestros levanten los brazos en victoria, por lo que reciben una colleja si se trata de los que están bajo mis órdenes. Después de un buen rato el grito de “Todo despejado” se oye en toda la mina, y cantamos victoria a grito pelado. Es la primera vez que logramos una victoria tan grande contra el Imperio.
La alegría no dura demasiado, ya que Ánakam nos ordena que saquemos a los prisioneros y nos llevemos todo lo que sea útil cuanto antes. Tiene razón, tenemos que marcharnos de aquí cuanto antes.
- ¡Ya habéis oído, empezad a abrir las celdas y quitar las cadenas como podáis!
Todos obedecen y empezamos a intentar abrir las puertas sin éxito. Miro la puerta buscando una cerradura o cualquier otro medio para abrirla, pero no hay nada.
- ¡No se pueden abrir!
Grito a los demás y se pueden empezar a oír voces de desánimo y propuestas de usar los rifles contra las puertas, que rápidamente rechazo.
- ¡Se abren a distancia mediante unos controles!
Después de decir eso, Tantalius sube por las escaleras hasta una sala excavada al final. Decido seguirle, descubriendo la buena forma que tiene el condenado al seguir su ritmo.
- Oye, espera.
- Ya casi estamos.
Cuando por fin alcanzamos la sala, necesito parar a tomar aire, apoyándome en mis rodillas. Al levantar la cabeza veo un cristal amplio con una máquina extraña a sus pies, armas colgadas en un armario, junto a un juego de llaves, una mesa y sillas, además de varios papeles colgados en la pared, incluyendo una imagen de Tantalius y otra de Volmia. El humano se pone delante del aparato y maneja unos botones y palancas, mirando una pantalla con distintas luces, y oigo el ruido de las puertas abrirse y la gente gritar de alegría.
- Vamos abajo, Nikeila.
Cojo las llaves y hacemos el descenso tranquilamente, sin prisas, viendo la escena que se está, montando abajo. Los presos lloran y abrazan a sus salvadores, que también se abrazan entre sí, y algunos se besan entre ellos, además de levantar las armas al cielo.
- ¡Un humano!
- ¡Un Ángel!
Nos paramos en la escalera mientras los ojos de todos los presos se giran hacia Tantalius. Empiezan a soltar amenazas, insultos y obscenidades frente a las que el antiguo Ángel se mantiene impasible.
- ¡Matadle!
- ¡Escoria!
- ¡Asesino!
- ¡En cuanto te agarre ese bonito cuello vas a desear no haber nacido!
Siguen hasta que Ánakam sube a la escalera, pasando por los hombres y mujeres que evitan que nos alcanzen, y demuestra su autoridad.
- ¡Parad todos!
Abre la boca para continuar, pero Tantalius le apoya la mano en el hombro y le dice que no hace falta, y se impone frente a todos los que le odian.
- ¡Mi nombre es Tantalius Septrio, soy humano, y soy parte de los renegados! ¡Al igual que todos vosotros tengo mis motivos para odiar al Imperio y me opongo a ellos! ¡Hemos venido a reclutar a todo aquel que se quiera unir a nosotros en la lucha, pero si tenéis algún problema por tener que pelear codo con codo con un humano podéis marcharos! ¡Aquellos que estéis dispuestos a superar eso por alzaros contra esta dictadura, los que seáis verdaderamente valientes, los que estéis dispuestos a darlo todo por luchar por vuestra meta, seguidnos! ¡Todo aquel que no sea capaz o no quiera luchar que se marche y continúe con su vida!
Mientras Tantalius habla me quedo con la boca abierta. No pestañea frente a la turba y cada una de sus palabras muestra decisión. Siente todo lo que dice, y noto crecer un mayor respeto por este hombre.
Cuando termina de hablar se mete dentro de la masa de gente, que clava sus miradas en él, y camina con seguridad hacia la salida de la mina, apartando la marea con cada paso, sin desviar la mirada. Ánakam le sigue y el resto de los rebeldes empieza a unirse a él. Tiro las llaves a los presos encadenados para que se liberen y me marcho con mis compañeros, seguida por algunos de los prisioneros, mientras que otros permanecen atrás, mirando al suelo con vergüenza o al pasillo que lleva a la salida con odio.
Tantalius Septrio, tal vez me haya equivocado contigo. Tal vez.
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