Cuando busqué en el diario por entradas sobre brujas, una en particular me llamó la atención. Cuando pensamos en brujas, por lo menos en Portugal, nos vienen a la cabeza imágenes de mujeres alrededor de una hoguera en un campo abandonado o en un bosque distante, o curanderos y adivinos populares que atienden los clientes en sus casas. Esta entrada, sin embargo, hablaba de un grupo de brujas del Porto que se reunían en un salón de té en el corazón de esta, la cual es la segunda mayor ciudad del país.
No es, pues, extraño que, después de la entrada más obvia, la de Montalegre, yo haya decidido investigar esta.
Un día que estaba solo en aquella ciudad por motivos de trabajo, aproveché un intervalo de tiempo grande entre mis reuniones de la mañana y de la tarde para visitar el mencionado salón de té.
Con la ayuda del GPS de mi teléfono, encontré su ubicación. Surgió, entonces, un problema. La entrada en el diario tenía varios años, y el salón de té ya no existía. En su lugar, había ahora un pequeño centro comercial.
Aparqué en un parque cercano y entré. Tal vez pudiera encontrar alguna pista que me indicara cuál era el nuevo punto de encuentro de las brujas.
Apenas pasé la puerta, me di cuenta de que aquel no era un centro comercial común. En lugar de tiendas de ropa, bisutería, tecnología y artículos deportivos, como en la mayoría de establecimientos del género, en este había tiendas de esoterismo, maquillaje natural, comida ecológica y artículos culturales.
Recorrí los pasillos y subí las escaleras hasta el segundo piso. Fue entonces que encontré lo que buscaba: un salón de té con el mismo nombre de aquel donde las brujas se reunían. Deben haber reabierto en el centro comercial después de este haber sustituido el salón original.
Entré y me senté en una mesa. La decoración era muy moderna: sillas blancas ovaladas, sofás de piel, mesas de un solo pie. Hasta los pedidos eran hechos a través de Tablet PCs embebidas en columnas o a través de cualquier Smartphone gracias a los códigos QR impresos en las cajas de madera de las servilletas.
Pedí un té y un sándwich de queso fundido, que consumí relajadamente, mientras observaba a los clientes que entraban y salían. Sus edades parecían variar entre los veinte y los cincuenta y, a juzgar por la ropa, eran todas personas de alguna riqueza. En su mayoría eran mujeres, aunque no por mucho.
Durante la media hora que estuve allí sentado, me di cuenta de algo que, si no supiera lo que estaba buscando, no hubiera visto. Solas o en pares, siete mujeres en los treinta, todas ellas de tacones altos, bien vestidas y maquilladas y con el cabello meticulosamente cuidado, entraron, y sin dudar, se dirigieron inmediatamente hacia el piso de arriba.
Afortunadamente, la señal para el WC apuntaba hacia allí, por lo que tenía la excusa perfecta para subir y confirmar mis sospechas.
Subí las escaleras de hierro y madera. En la parte superior, me encontré con una sala en todo similar a la de abajo. De las siete mujeres, sin embargo, no había ni señal.
Cuidadosamente, tratando de no llamar demasiado a la atención, pues no sabía si estaba siendo filmado, intenté descubrir a dónde podían haber ido. En el pasillo que llevaba a las casas de baño, me encontré con una tercera puerta con la común señal diciendo “Acceso Restringido”. Era el único lugar donde las posibles brujas se podían haber ocultado.
En silencio, puse el oído en la puerta, pero no oí nada. Lentamente, abrí la puerta un poco y me asomé hacia el interior. Así que un poco de luz disipó la oscuridad, vi unas escaleras que llevaban hasta otra puerta, más arriba. Cerré la primera detrás de mí y encendí mi linterna. Teniendo cuidado para no hacer ruido, empecé a subir.
Algunos escalones después, oí un cántico. Cuanto más subía, más este se intensificaba. Así que puse el oído en la segunda puerta, me di cuenta de que venía de detrás de ella. Era allí que las brujas se reunían, no había duda.
El cántico duró unos quince minutos más. Después de unos momentos de silencio, una voz lejana y aguda preguntó:
- ¿Qué quieren de mí?
Debía tratarse de algún espíritu o criatura invocada por el ritual.
- Tú ves más que cualquiera de nosotras. Te llamamos para responder a nuestras preguntas – dijo una voz femenina, sin duda perteneciente a una de las brujas.
Una a una, las mujeres pusieron sus preguntas. Confieso que me sentí desilusionado. Con todos los misterios sobre la historia y el universo que podían tratar de deslindar, sus preguntas fueron de lo más básico posible. ¿Con quién es que fulana iba a engañar a su marido? ¿Dónde el otro fue a buscar el dinero para comprar un Mercedes nuevo? ¿Cómo fulano había logrado conquistar su actual mujer cuando era tan feo?
¡Chismes! Personas como aquellas no podían ser las Brujas de la Noche. Me estaba preparando para irme, cuando oí la voz aguda y distante decir:
- ¿Quieren saber quién está detrás de la puerta?
Di media vuelta para huir, pero solo había bajado tres escalones cuando la puerta se abrió detrás de mí y algo me empujó. Caí por las escaleras y me estrellé contra la puerta inferior.
Aturdido y dolorido, varias manos me cogieron y arrastraron hacia arriba.
Después de unos minutos de recuperación, los mareos y la niebla delante de mis ojos se disiparon. Estaba, ahora, en un pequeño cuarto sin ventanas, iluminado por más de una docena de velas. Había allí una extraña mezcla entre lo antiguo y lo moderno. Tablet PCs, en la pantalla de los cuales se podían ver páginas con textos escritos en caracteres extraños, reposaban sobre una alfombra gasta y llena de marcas de quemado. En su centro, ardía un pequeño brasero, cuyas llamas se movían con el soplo del aire acondicionado. Sillas modernas, iguales a las usadas en el salón de té, se mezclaban con muebles que parecían salidos de anticuarios y contenían una infinidad de instrumentos ancestrales.
Sentadas en la alfombra, las siete mujeres me rodeaban. Todas ellas ahora llevaban al cuello amuletos enormes con un aire antiguo y gastado, contrastando marcadamente con sus vestidos modernos y tacones altos.
- ¿Quién eres tú? – me preguntó una de las brujas. - ¿Y porque nos estabas escuchando?
- Estoy buscando las Brujas de la Noche. ¿Las conocen?
- Y ¿quiénes son esas? – preguntó la bruja. - ¿Algunas provincianas que andan por ahí de noche montadas en escobas?
Sus compañeras se rieron.
- No nos mezclamos con esa gente – añadió una tercera bruja. – Sólo si necesario.
- Ahora, tenemos que decidir qué hacer contigo.
- Lo dejamos ir – dijo la primera bruja que habló.
- ¿Y si lo cuenta a alguien? – preguntó la mujer que planteara la cuestión.
- Mira su ropa – le respondió su compañera. - ¿Crees que alguien va a poner la palabra de un nadie como él por encima de la nuestra? Daría más problemas deshacernos de él.
- Tienes razón – dijo otra bruja. – Vete de aquí. ¡Pero no vuelvas!
Así lo hice. Aquellas no eran claramente las Brujas de la Noche, por lo que no tenían ningún interés para mí.
Fui al baño de un café cerca del centro comercial para limpiar mi traje y mis heridas de la caída y me dirigí a mi reunión de la tarde. Al contrario de lo que había ocurrido en mis exploraciones anteriores, esta no suscitó ningún pensamiento o pregunta. Aquellas brujas eran inútiles para descifrar el misterio que yo perseguía.
Pocos lo saben, pero, debajo de nuestras ciudades, en medio de los bosques y montañas y hasta bajo el océano, hay otro mundo, un mundo lleno de magia, lugares fantásticos y criaturas mitológicas e imaginarias. Por casualidad, me enteré de él, y mi curiosidad me llevó a explorarlo.
Hoy, me arrepiento de no haberme controlado, de no haber ignorado ese conocimiento y continuado con mi vida normal. Porque, aunque haya visto cosas increíbles más allá de la imaginación de la mayoría de las personas, conocí también a las Brujas de la Noche y las terribles verdades sobre la condición humana y el lugar de la humanidad en el universo que trajeron con ellas.
¿Cómo volver a una vida normal después de todo lo que vi? No sé si es posible, pero este relato es un intento de paliar los terribles efectos de este conocimiento, un primer paso en dirección a la normalidad. Tal vez compartir todo lo que descubrí, la simple idea de que este conocimiento no es sólo mío, me pueda ayudar.
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