El frío, el viento, la lluvia... todo parecía confirmar todos los cuentos de brujas que decían que aquel lugar estaba encantado, que una fuerza invisible lo protegía de la mano del hombre. Sentía todo mi cuerpo temblar mientras trataba de avanzar con mi bote a lo largo de aquel lago que llamaban maldito, y no era solo por el efecto de sentir como la humedad calaba cada uno de mis pobres huesos. El terror que inspiraba aquel lugar podía sentirlo con cada uno de mis sentidos. Podía ver su lúgubre aspecto. Podía oír su sonido aterrador. Podía oler la muerte, reclamando aquel lugar como parte de sus dominios y sentir en mi boca el sabor putrefacto. Podía tocar su propio espíritu, diciéndome que no era bienvenido a aquel lugar, que me diera la vuelta, aún que estaba a tiempo. O quizás eran solo cosas de mi perturbada imaginación, tratando de convencerme para que me diera la vuelta. Pero yo era cabezota por naturaleza, y una vez que se me había metido algo en la sesera, no había forma humana de sacármelo.
¿Qué se me había perdido allí? ¿Por qué me había ofrecido voluntario a internarme hasta allí en busca de algo que probablemente ni siquiera existiera? Quizás el no tener nada que perder, salvo mi propia vida. Total, de algo había que morir, solía decir yo. Pero ir a buscar a la muerte en lugar de dejar que fuera ella la que tuviera que encontrarme, no me parecía ahora mismo la mejor de mis ideas. Debía ser un completo idiota, por no hacer caso a mis instintos, que me decían que abandonara aquel lugar.
A través del oleaje trataba de ver en la oscuridad aquello que había estado buscando. Si realmente existía una especie de guardián misterioso que protegía aquel lugar de un modo sobrehumano, yo deseaba contemplarlo, aunque ello me costara la vida. Durante toda mi existencia, había deseado contemplar algo verdaderamente extraordinario. Poco a poco, mis ojos se iban adaptando a la luz, de tal modo que pude distinguir como una luz y una sombra se entrelazaban en la lejanía, tomando formas que me sería imposible describir. Estaba convencido de que era el guardián del que hablaban las leyendas. Pero ya era tarde para dar media vuelta. Mis músculos no respondían. No podía remar. No podía moverme. Casi no podía ni pensar. Aquel iba a ser mi fin, y yo había corrido hacía él como un auténtico imbécil. Me lo había ganado a pulso.
- ¡Rober! ¡Despierta! ¡Estás teniendo otra pesadilla!
Aquella lucha de sombras y luces en medio de la terrible tormenta había desaparecido, y estaba en un lugar completamente distinto, ante aquellos ojos que me miraban con una dulzura inimaginable y una sonrisa que era capaz de eliminar cualquier miedo solo con contemplarla. Había conseguido mi objetivo. Estaba contemplando algo verdaderamente extraordinario.
Comments (0)
See all