Goteo. Sollozo. No concebida, sólo transmutada. No recuerda nada de sí misma, las muñecas rotas y los hilos rojos son palabrería ilógica, aún si eso la llevó a dónde está ahora. Chapoteos y miradas fijas. Él a veces la acompaña, no es su obligación. Algo le suena de esos pómulos tupidos, las cejas escasas, la mirada de gato y la cabellera recortada albina. A saber que es un gato, a decir verdad.
—Nosotros no dormimos, pero a ti te gusta simular que duermes, ¿verdad? —él le sonríe, justo hacia el pesar que conlleva tal puntería de comentarios— ¿Y eso a qué se debe? ¿De qué necesitas descansar?
Reposaba, con los ojos cerrados. Cierto, no dormía.
—No tengo una razón en particular, creo que mi hábito de “dormir” es lo mismo que tu tendencia deísta— ella ya tenía los ojos abiertos, recostada bocarriba. Le regresa la sonrisa a su compañero, con gramos extra de sorna.
—Mi creencia no es un hábito —amuralla su flaqueza al cruzarse de brazos.
—Eres el único que cree de nosotros.
—Tal vez yo sé algo que ustedes no.
—Tal vez te guste simular que duermes.
Él estaba con la réplica en la punta de la lengua, y sólo los últimos dientes de sus engranes mentales le hicieron convencerse de formular en vez de reclamar.
—¿Tú sabes por qué duermes?
—Sí, pero no tiene sentido para mí. No lo hago porque tenga un propósito o signifique algo para mí.
—Entonces, ¿para quién lo tiene?
—Para ella, la mujer que amaste: Esther.
—Todavía la amo.
—Tú la mataste.
Sin posibilidad de réplica, otra vez. Sintió un ligero temblor involuntario en su labio inferior.
—Todavía te amo, Esther.
A esta supuesta Esther tales palabras no le dan ni un ápice de ebullición o húmedas sacudidas. Su rostro cuadrado se aprecia quizá más tenso, con ausencia de brillo en su iris cenizo y el misticismo negro desaparecido de su cabellera decolorada. En el fondo, no podía construirse un modelo emocional sobre su compañero. Parecía que era necesario tenerle resentimiento, odio mordaz o un retorcido cariño nacido de neurosis compartidas.
No obstante, carecía de supuestos cariños o desprecios hacía él. Es posible que ese era el mayor peso que cargaba: el olvido. Pero darle consuelo a otra criatura que apenas conoce, sin haber aprendido en esta nueva entidad la contención emocional y el confort, no era siquiera opcional para ella.
—¿A dónde vas? —Le cuestionó una vez que vio a su apodada Esther incorporarse de su estado en levitación.
—Tengo trabajo, Clotho me espera.
De ella emerge una sustancia negra, flexible como hule y de movimientos orgánicos, la cual cubre su cuerpo de los hombros para abajo. De su mano —ahora ennegrecida— saca una larga cuña de acero afilado, se ve como esta misma sustancia se teje al extremo sin filo de la cuña y se solidifica como un bastón de cedro entre sus dedos.
—Hirón, no tengo problema con que me des apodos, siempre que recuerdes que mi nombre es realmente otro, ¿entiendes? —Su interlocutor asiente cabizbajo, con los hombros caídos y su alma atrapada en la garganta, o lo que puede considerarse alma en él.
—Sí, Morta. Lo entiendo.
Las palabras le saben a un caos gastronómico: remordimiento, impotencia, decepción, tristeza. Ve a Morta —Su Esther— fragmentar su cuerpo hasta desaparecer, contiene la urgencia de lastimarse a sí mismo.
Por Dios, ¿qué ha hecho? ¿En qué momento fue buena idea llevarse a Esther consigo? ¿Cómo no midió las consecuencias de sus arrebatos? ¿Es que no era obvio que ella olvidaría todo lo anterior? ¿Qué tan idiota tuvo que ser para orillarla a tomar el camino incorrecto?
Ah, ojalá hubiese tenido la claridad que tiene ahora, tal vez hubiera evitado su urgencia de poseer lo que vislumbraba como sueños esfumados. Pero no, él tuvo que ser un estúpido para el momento crucial, debió obsesionarse con pequeños trozos de atención y conmoverse de aquella criatura humana. Se aferró como un animal que encaja afiladas garras a su presa, dirigió sus esfuerzos al vacío —llevándose a Esther con ella— para nunca más regresar.
¿A qué habrá venido ese arrebato? Hirón es una esencia longeva, vio a casi todos los suyos “nacer”, le costó aprender de ellos, así como a ellos aprender de él. Conocía a la humanidad y conocía lo que ellos eran: las parcas, los ángeles de la muerte, las moiras. Ellos están conectados con la vida de un modo diferente: sus lazos con los seres vivos son tan cercanos y ajenos, que ellos pueden sentir cual es el “momento” de cada uno, a pesar de no haberlos conocido antes. Ellos los toman, los duermen.
Y ella no debía dormir, pero la arrebató de los vínculos con la vida. La engañó con una mentira, y la convirtió en lo que ahora son.
Sí, ambos son lo mismo, pero ella no está en su nueva forma. Volvió como un papel en blanco: sin personalidad, sin la vitalidad, sin gusto musical o nociones de política exterior.
Sí, el mató a Esther para el nacimiento de Morta.
¿Qué fue lo que hizo?
Destruyó a su Esther.
¿Qué ha hecho? ¿Quién es la criatura de ahora?
Ay, Esther. Si Hirón no hubiera sido tan estúpido, ¿qué canción estarías ahora escuchando en tu reproductor?
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