–No me preocupa tanto la guerra si hablamos de luchar, me he preparado por la mitad de mi vida para combatir en el plano de la magia y me siento capaz de poder pelear dentro de una batalla, pero aun así... -Cortando su discurso repentinamente, Laila metió la mano dentro de su chaqueta y sacó un dulce de envoltorio plateado y rojo, al abrir este plástico de un tirón, se apresuró a deslizar la mitad del blando turrón fuera del envase.
Ya punto de darle la primera mordida, sus ojos fueron hacia el curioso rostro de lord Thomas, más que buscar recriminarle, su mirada parecía desear preguntarle tanto sobre el dulce como sobre muchas otras cosas, aun siendo una bizarrearía venida de ningún lugar, la Magi vio a su Sirviente como a un niño emocionado e imbuido del mas aventurero deseo de conocer más sobre el mundo que le rodeaba. De todas formas, tras pensar esto por un instante alejó el dulce de su boca, y atentamente, como si ella fuera quien sirviera, le ofreció el dulce a Rider.
–Oh, ¿me permite?
–Adelante milord, nunca salgo de casa sin cuatro o cinco de estos. –Rió Laila, tras lo que el enorme almirante sujetó el borde blanquecino de la ofrenda y le partió por la mitad.
–Agradezco su caridad miladi, aunque le recuerdo de que un Sirviente no necesita comer...
–Vamos, Lord Thomas, no piense en rechazar el té que le serviré, después de todo ya estamos aquí.
–¿Aquí? –Hasta que su Maestra dijo esto, Rider no se había dado cuenta de que se posaba en frente de una modesta puerta de madera rojiza, esta tenía insertado un pequeño visor de vidrio al centro, sirviendo este de ojo vigilante al heraldo del hogar, la figura de un conejo rechoncho tallado y bañado en barniz oscuro.
Así como los dos presentes, la puerta estaba bajo la mira de una sombra oculta en lo alto de los tejados, la calle en la que se ubicaba la el escondite de Laila permanecía desierta, era una callejuela estrecha que albergaba a dos extensos bodegones comerciales y otras casas interiores, la mayoría sin ventanas, o con una o dos de estas cubiertas por rejas, para evitar los robos.
La figura correspondía a un hombre arrodillado en lo más alto del bodegón que había en frente de la casa, armado con un arma de largo considerable, aparentemente, un mosquete, este permanecía cubierto por un largo manto rojizo del que surgía el suave destello de un peto de acero iluminado por la luna.
–Katlyn, los tengo en la mira, espero sus órdenes.
Ante la voz del tirador, su maestra llegó a su lado y se trepó al morrión plateado que portaba sobre su gruesa cabellera, un gato negro con un ojo vacio.
–Esa mujer...es de los violetas.
–Y su acompañante definitivamente un Sirviente, ¿Rider, quizás?. –El moreno de extensos ojos y una roja cinta a la frente apuntó directo a Cochrane, quien levantó la vista de repente, más sin mirar hacia los tejados, simplemente se quedó inmóvil, mientras tanto, Contreras buscaba a por las llaves que creía tener en la chaqueta.
–Mata a la Maestra, un solo tiro y el grandulón se desarmará solo en unos minutos. –Dijo la gata negra, posándose en el brazo de su Sirviente.
–Que así sea, Maestra. – La boca del mosquete apunto entonces a la espalda de Laila, la Magi que le guiaba llegó hasta el borde del tejado de un salto, y tras dar una última mirada a su objetivo, desapareció.
–Confió en tu ojo, Archer.
El tirador asintió con la cabeza, y llevó el índice al gatillo.
–Arma mía, arma mía, no falles a mi comando, pues yo te porto noblemente en pos de castigar a quienes nos han hecho esclavos, mi disparo hará que entremos en un nuevo ciclo, y será el mismo disparo el que hará salir la sangre... –Mientras Archer rezaba su juramento, también lo hacia su arma, imbuida por un calor ardiente como las arenas del más profundo norte, y así, el sirviente disparó.
–¡HUINCAS!
El detonar de la carga del mosquete, esta generó un estruendo tan alto como para levantar al unísono a quinientas gaviotas del puerto, Rider y su Maestra dieron un salto solo por instinto, el grito del arma les sacudió la mente.
El destellante disparo cruzó la calle como un relámpago recto y se estrelló contra la puerta de Contreras, revelando a la barrera mágica que protegía la morada y destruyéndola casi al instante; la explosión que causó este vicioso ataque fue capaz de levantar las veredas con una fuerza brutal que también las clavó de vuelta al suelo, polvo grisáceo se vio esparcido por toda la cuadra, y apenas dejó de caer sedimento, casi todos los perros de Valparaíso aullaron en coro.
Este fue el primer disparo de la guerra.
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