La realidad pareció deformarse a su alrededor, acompañada por un sentimiento de deja vú en el fondo de su garganta. La presciencia, el oráculo que alguna vez le había dicho que todo eso ocurriría se apoderó de su mente.
Esta vez nada difería de la visión que había tenido, solo pequeños detalles en la sala, en la gran tribuna y en la ropa de las personas que se alzaban detrás de esta. Nada fuera de lo común, todo ello estaba adentro del “margen de error” aceptable para una profecía.
Los magistrados estaban sentados en la misma formación que él recordaba. Lo miraban con ojos de duros jueces, pero lo aprobarían, o eso le aseguraba la Visión.
El juicio fue breve, sin más floreos que lo estrictamente necesarios, sin ninguna clase de audiencia ni nada que se le pareciera. Solo él, de pie en medio de la sala, la triada de Magistrados un escalón por sobre él, detrás de un macizo estrado de madera oscura y por sobre todos ello, sentada en un gran trono de plata y oro, la figura máxima del juicio. La Decidora.
Había entrado en el salón con un sentimiento claustrofóbico atorado en la garganta. La sala del juicio era de un irregular color azul profundo, que bien podía estar construida totalmente de lapislázuli u otra piedra de color, tenía forma cubica. Nunca le había sentado bien estar bajo tierra, se sentía oprimido.
Fue guiado por una estrecha franja de luz sobrenatural que iluminaba el piso sin un foco aparente, hasta un círculo iluminado frente a los magistrados. Lo demás eran tinieblas.
Sintió la mirada atónita que se dibujaba en el rostro de los jueces al verlo entrar, lo sintió sin poder verlos, siempre sucedía. Nunca nadie se esperaba que alguien como él estuviera en esa clase de lugares.
Un hombre en casa de Freyja.
Cuando Haar levantó la vista para ver a los jueces no pudo descifrar sus reacciones. Los tres tenían la cara cubierta por una máscara y una capucha ceremonial. Otro detalle que se le había escapado. Pero nadie que conociera la mecánica que movía esa parte del universo, a esa habitación en particular, se mantendría en calma al verlo cruzar la puerta.
La Decidora hizo un gesto con la mano bajo el etéreo manto plateado que cubría su armadura, un movimiento difícil de captar. A Haar le hubiera sido imposible sin el poder de la Visión. Entonces desde una esquina oculta por la oscuridad, emergió la graciosa figura de una joven descalza, cubierta por un etéreo vestido de una pieza, ceñido a la cintura y al torso pero suelto hacia abajo. Era muy parecido al de la Decidora.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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