Llevaba consigo una lanza muy delgada, casi frágil, cubierta por una extraña tela que parecía compuesta de miles de pequeñas escamas. Emanaba un aura de respeto reverencial.
Haar se sorprendió al verla, la lanza no estaba en la Visión, era un factor desconocido. Algo de suma importancia que le había sido oculto. Su conciencia presciente no podía llegar a ella.
La prístina joven se detuvo a un escaso metro de él, y Haar fue incómodamente consciente que debajo de los volátiles ropajes había un cuerpo esbelto y estilizado, era una consecuencia de la Visión, ser extra-consciente de todas las cosas que le rodeaban.
Ella le ofreció la lanza en posición horizontal pero él no atinó a hacer nada. En ese momento se encontraba confuso, tanto por la aparición de la desconocida lanza como la presencia de la chica delante de él. Sintió que un electrizante terror se apoderaba de su mente.
La Visión seguía a su favor, con o sin lanza en ella el resultado del juicio no había cambiado. Pero se sentía incomodo, la profecía le había ocultado algo de suma importancia, algo que debió haber visto.
“No”, se dijo. Ellos querían que se acobardara, que echara pie atrás. Lo sabía por otro sutil gesto de la Decidora, un simple movimiento de mano, una señal prescrita para esa ceremonia. Haar se había percatado del mensaje.
“No le ofrezcas la lanza como a un hermano, ofrécele la lanza como a un enemigo que batir, en horizontal.” Ellos probablemente sabían que él notaria la variación.
La Decidora lo miró casi con repugnancia y entreabrió los labios, iba a dejarse llevar por los prejuicios que rodeaban a Haar.
― Bienvenido a la ceremonia de iniciación, extranjero, ahora serás probado por la Lanza de Piedra. Pero ten cuidado, no vaya a ser que las estrellas jueguen para tu desgracia.― dijo la Decidora, poniendo un énfasis especialmente cargado de veneno en la palabra “extranjero”. Definitivamente no le parecía bien lo que estaba sucediendo. ― Enjuiciado Haar Elfenson, te otorgo la posibilidad de retractarte ahora, antes de sucumbir, víctima del juicio. Eres libre de continuar pacíficamente tu camino. Sabes que no sobrevivirás a la Lanza. ― habló la Decidora algo irritada. La potente voz de la mujer resonó mil veces en las ocultas murallas de la sala, pero no amilanó a Haar. La Visión no le había ocultado el resultado del juicio.
― La Decidora habla con la verdad, da media vuelta y vete. Los jueces no estamos aquí para el entretenimiento del pueblo. ― gritó uno de los jueces, con voz femenina, golpeando la mesa con un puño cerrado.
Haar cerró los ojos. Las palabras de los jueces no estaban en ninguna parte de su profecía. Algo había cambiado el orden de los acontecimientos. ¿Era posible que algo así sucediera, que bloqueara su Visión y cambiara el destino?
Debía ser la lanza, pensó Haar, no podía llegar a ella mediante su consciencia presciente. Lo que significaba que ahora estaba cegado.
Pero con o sin Visión debía pasar el juicio, era la única oportunidad que se le presentaría en la vida y pensaba tomarla, fuera por las buenas o fuera por las malas. Además de eso quería ver la cara de estupefacción de la Decidora cuando lograra sobrevivir, era un hecho consumado que ella no le agradaba.
― Tomaré el riesgo. Decidora, Magistrados…― respondió Haar mirando intensamente a la chica que sostenía la lanza ofreciéndosela. Ella le devolvió una mirada color ámbar anaranjado pero retiró la mirada, ruborizada.
Haar ya había sentado dos precedentes históricos en esos escasos minutos que había estado en el salón del juicio. Era el primer hombre que había solicitado ser puesto a prueba y el primer enjuiciado que había hablado directamente con la Decidora en pleno desarrollo del juicio. Seguramente su nombre apareciera en alguna crónica o referencia en algún libro histórico en el futuro, pero no se dio el lujo de buscar esos hechos en la tela temporal que se extendía delante de él cada vez que utilizaba la Visión. ― Ahora, decidme cual es el veredicto del juicio.― agregó tomando la lanza de las manos de la ayudante.
Una tormenta pareció desatarse en la sala del juicio, las ropas de la Decidora, aún sentada en su trono de oro, parecieron revolotear como una multitud de pájaros queriendo librarse de invisibles cadenas. La ayudante se aferró los vuelos de su vestido y los magistrados se pusieron de pie. Aunque cubrían aún sus caras con las pétreas máscaras ceremoniales, Haar supo que el miedo pintaba sus rostros.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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