Algo sin precedentes estaba ocurriendo es esa habitación. Un hombre tomaba la Lanza de Piedra entre sus manos. La Lanza se iluminó y un destello furioso iluminó cada rincón de la oscura habitación, limpiándola de sombras por un segundo.
Se escuchó el ahogado grito de sorpresa de la ayudante en el piso de la habitación, pero nadie podía ver nada.
La Decidora se llevó las manos a la cara y pestañeó repetidas veces antes de lograr aclarar sus encandilados ojos. Nunca lo iba admitir con nadie, pero por un segundo había temido, había tenido miedo de aquella lanza y de la insensata bestia que estaba siendo sometida a juicio. ¡Cómo era posible que alguien como él fuera enjuiciado, nunca en todos sus años como Decidora había visto algo como eso! Ahora no podía ver claramente y eso le daba miedo. La oscuridad.
Se sentía la corriente de viento, más sosegada que antes, pero aún estaba allí. Todos estaban sorprendidos en un nivel máximo. Nadie le prestó ni la más mínima atención a la ayudante que seguía arrodillada en el piso, todos tenían sus ojos clavados en otra persona.
― ¿Estás bien? ― preguntó Haar amablemente mientras le ofrecía una amistosa mano a la ayudante. La chica lo miró durante un segundo, no sonreía, se veía serio como rodeado de un aura de supremacía, no peligrosa, solo extraña. De todos modos aceptó la mano que le tendía y de un gentil tirón la puso de pie.
Haar se veía diferente, aunque el color de cabello no hubiera cambiado, ni tampoco su aristocrática estatura ni su serio pero noble semblante. Ahora parecía imbuido en un aura de superioridad.
Había invocado la Tormenta y la Luz de la Lanza. Un hombre lo había hecho y eso no tenía precedentes. Levantó la vista hacia el trono de la Decidora y cruzó la mirada con la mujer y sonrió. La cara de la Decidora estaba descompuesta, estupefacta y la incredulidad teñía sus rasgos, no creía lo que sus ojos acababan de mostrarle. No había caído bien parada luego de la actuación del joven.
Haar pensó que esas emociones no coqueteaban con la cara de la mujer muy a menudo, después de todo ella era la suprema Decidora, supo también que nunca más iba a poner esa cara cuando él estuviera presente. El joven guardó el recuerdo de la expresión de la Decidora en lo más profundo de su memoria para no olvidarla jamás.
― ¡Imposible, simplemente imposible! ― exclamó histérica la Decidora, aunque todo indicara que era verdad. Haar sostenía la soberbia lanza del juicio apoyada contra su clavícula. Había sido enjuiciado y la lanza no lo había matado, había sobrevivido.
― Tus ojos no te mienten, Brunnhilda, él ha pasado la prueba, la lanza lo ha aprobado. Es alguien indicado para entrar en Freyja. ¡Por el amor de los dioses, Brunnhilda, él es apto! ¿Sabes lo que quiere decir eso? ― exclamó un segundo Magistrado con la voz grave y masculina, apagada por la máscara y la capucha.
― ¡Silencio, Kilva, nadie te ha dado autorización para hablar, y menos para llamarme por mi nombre! Y claro que sé lo que significa. ¡Nunca permitiré que vaya a Freyja, no me importa si pasó el juicio una, dos o mil veces! ¡Nunca irá a Freyja mientras yo sea ley en esta sesión! ― volvió a gritar la Decidora ante la intromisión del Magistrado.
La sonrisa de autosuficiencia en el rostro de Haar fue borrada completamente y los colores abandonaron su rostro. Algo no andaba bien con todo eso, nada estaba ocurriendo como en la profecía, la Visión le estaba mintiendo. Se sintió desorientado, como caminando por una fina línea de luz, sin saber si a sus lados se abrían profundos abismos o infranqueables muros. Caminaba en la oscuridad, hacia lo desconocido.
Descubrió que había fallado en su Visión. La profecía mostraba cómo él sobrevivía al juicio, nunca le había mostrado que él efectivamente iba a ingresar a Freyja.
De pie, en medio de la caótica habitación Haar cerró los ojos. El presente se desenfocó bajo sus párpados y comenzó a bucear en el extraño entramado del tiempo, tratando de encontrar alguna pista de lo que sucedería a continuación, pero no podía, el futuro se le escapaba inexorablemente entre los lazos de su conciencia. No podía concentrarse, estaba ciego. Una garra de mudo miedo se apoderó de su garganta, no creía que estuviera sucediendo.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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