Debía entrar a Freyja, de otra forma tal vez nunca lograría descubrir el origen de su poder y el alcance de este. Le urgía descubrir el origen de su poder profético y solo en Freyja podría encontrar las pistas que necesitaba, solo en Freyja había otras personas parecidas a él, si no entraba a Freyja no tendría ningún otro lugar.
― Mi señora Decidora…― aventuró a decir la grácil ayudante, pero su comentario fue recibido con las fulminantes miradas de parte de la Decidora y los Magistrados. Finalmente decidió callarse.
― ¡En toda mi vida he visto algo parecido! No podemos aceptar a un hombre en la casa de Freyja, iría en contra de lo que hemos trabajado por toda la eternidad. “Las elegidas de los dioses” ¿No les dice nada? ― exclamó uno de los ministros, dando cuenta de su condición de fémina bajo el fino y ornamentado manto que la cubría de pies a cabeza.
― ¿Quién dice que no podemos? ¿Puedes citar acaso algún pasaje donde se diga que no es admisible alguien como él, un hombre, Hierde? ¿¡No han leído los manuscritos de los Dioses Muertos!? ― volvió a defenderlo el que hacían llamar Kilva. La Decidora lo miró desaprobatoriamente, casi sin demostrar toda la ira que la carcomía por dentro. Casi.
― ¡Por el amor de los Espectros Sanguinarios, es un hombre, un macho, un retorcido bastardo como el que nos robó ¿Como esperan que alguien así entre a Freyja? no hay precedentes, no hay precedentes, además cabe la posibilidad de que sea Él!― volvió a gritar la Decidora.
Haar no sabía a qué se referían cuando decían “Él”, pero por el tono que utilizaban estaba seguro que no era alguien muy amado en esos lugares. De todos modos el joven no podía pensar con claridad, estaba paralizado tanto física como psicológicamente, tratando de buscar algún retazo de Visión que le permitiera conocer lo que iba a suceder a continuación en la sala del juicio. Pero nada era revelado ante sus ojos, el futuro permanecía totalmente vedado ante él como la abertura de una caverna bloqueada por una gran e inamovible roca.
Parecía como si un ente externo bloqueara su presciencia, algo que le tapara los ojos con una infranqueable neblina que lo dejaba en la más pura y absoluta ceguera, a la deriva preso de un destino incierto y engañoso. Desorientado en medio de la sala del juicio ante las cuatro personas que decidirían su destino.
Apretó con fuerza los dientes, nada funcionaba como debía hacerlo, sentía un puño apretado allí donde debía estar su estómago. Y la Visión seguía sin funcionar, seguía sin poder concentrarse.
La Decidora se llevó una mano a los labios irritada por todo el alboroto que montaban los magistrados cada vez que sucedía algo así, no la dejaban pensar con tranquilidad. Por un lado estaba el Manuscrito de los Dioses Muertos, pero eso solo era un conjunto de códices sin una fuente confiable, o por lo menos eso creía ella, y por otro estaba la implacable evidencia del robo a la piedra corazón. Había pasado una eternidad desde la última vez que había tenido una sesión tan problemática con esa.
En esos casos siempre había una forma fácil de sacarlo todo adelante. Sonrió para sí misma, tenía el juicio en sus manos. Siempre estaba la posibilidad de apelar a una votación y solo si los tres magistrados estaban en su contra podían revocar su decisión. Y este no sería el caso.
― ¡Orden todo el mundo! ― apeló la Decidora y los magistrados cayeron en el más profundo y reverencial silencio. Haar no podía moverse, a esa altura ya estaba al borde del colapso nervioso. ― Convocó a una votación, si los tres magistrados están en contra de mi veredicto, este será revocado. ¿Magistrados?―
El puño que apisonaba el estómago de Haar le produjo la vertiginosa sensación de estar cayendo en redondo hacia lo desconocido, obligándolo a bajar la cabeza a causa del mareo. Entonces una idea proveniente de la Visión llegó claramente a su mente, flotando brillante por sobre todas sus preocupaciones. “Recuerden a Haar, teman a Haar, porque él será el que remecerá los mismos cimientos de Freyja”. No supo cómo interpretar esa frase y pronto las palabras se difuminaron y terminando por desaparecer, el joven solo tenía sentidos para lo que sucedía en el estrado de los Magistrados, nada más le importaba en ese momento. La fatídica votación que decidiría el curso de su futuro, pero ni Haar ni nadie en esa sala sabía cuán importantes iban a ser los siguientes acontecimientos para el desenvolvimiento de la existencia.
El veredicto fue absoluto.
Haar dejó caer la barbilla sobre su pecho. El dictamen había bajado como el implacable telón que da fin a una obra teatral, dando fin a las aspiraciones del joven. No podía creer lo que acababa de suceder, no podía aceptarlo. Por primera vez la Visión oracular había errado su vaticinio.
La entrada a Freyja le había sido negada por la eternidad, ahora estaba condenado a una vida sumida en la más absoluta oscuridad, su pasado seguiría siendo una interrogante imposible de responder, un laberinto sin una salida por la cual escapar de los horrores de la ignorancia. ¿Qué haría ahora? La palabra “familia” no estaba en su diccionario del día a día, tampoco existían los amigos ni las amables manos que lo cobijarían una vez de vuelta en casa derrotado, ni siquiera la palabra “hogar” existía para él ahora. Era un abandonado del mundo, pero había tenido una ilusión y ahora esa ilusión moría desangrada en las crueles manos de una arcaica ortodoxia.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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