Levantó la cabeza mirando a la Decidora directamente a los ojos, una máscara de ira transmutaba sus rasgos hasta hacerlo casi irreconocible, una ira corrosiva y venenosa corría por sus venas y lo hacía apretar los puños hasta que sus nudillos estuvieron pálidos. Haar temía perder el control en ese momento y de no ser por la tímida presencia de la delicada ayudante a su lado probablemente hubiera recurrido a la violencia en ese mismo momento, pero logró calmarse. Sin duda iba a hacer pagar a esa Decidora por su estrechez de perspectiva, no ahora, pero pronto. La venganza era algo de lo cual nunca había llegado a desprenderse del todo, como si su “yo” del pasado la hubiera tenido tan internalizada que ni siquiera ahora pudiera desasirse de ella.
De ese lugar, por las buenas, definitivamente no iba a irse.
Tomó la lanza con una mano y despreocupadamente comenzó a hacerla dar vueltas, los magistrados miraban horrorizados cómo un idiota jugaba con la lanza ceremonial, la lanzó al aire y la agarró al vuelo sin despegar los ojos de la Decidora.
En tanto la chica, a su lado, no sabía si detenerlo o estar más atenta a la lanza que podía sufrir un desgraciado aterrizaje en cualquier momento.
Haar volvió a tomar la lanza, sintiendo la mirada de irritación de la mujer sobre él y comenzó a hacer equilibrio sobre el dedo índice de su mano derecha, la dejó caer pero la agarró con la punta del pie justo en el momento en que los magistrados se levantaban.
Solo Kilva parecía estar disfrutando de la escena, y eran solo especulaciones porque Haar no podía ver sus rasgos debajo de la máscara ceremonial.
Ya había hecho el payaso lo suficiente. Tomó la lanza con una mano y abriendo los dedos la dejó caer. La lanza al impactar con el piso produjo un sonido cristalino como el de una campanilla que repiqueteó durante unos segundos antes de acallarse completamente.
― ¡Sacrilegio, irreverencia, ha deshonrado la ceremonia, merece ser castigado!― exclamó la magistrada Hierde, pero la Decidora la mando a callar con un leve gesto de la mano y una sardónica sonrisa en los labios.
― Recógela ― dijo con una cortante voz y la ayudante hizo el ademán de acercarse al lugar donde yacía la lanza tirada en el suelo, pero cuando se agachó y estiró el brazo para recogerla, se encontró con que Haar detenía su mano, tomándola suavemente por la muñeca, el contacto pareció arderle en lo más profundo de su conciencia.
Alzó la vista y sus ojos se encontraron con los del chico, él negó con la cabeza y la chica no supo si obedecer la orden de la Decidora o hacerle caso al joven de ojos grises y mirada serena. Recogió la lanza con una mano y puso de pie a la joven con la otra, como ya había hecho anteriormente.
Haar suspiró y se puso de pie, la sobrenatural brisa se elevó nuevamente en la habitación. Alzó la vista y la dirigió hacia el dorado trono de la Decidora, caminó con decisión hacia él. Pasó por el lado de los magistrados pero estos no hicieron nada para impedirle el paso, así llegó a los mismos pies del trono con la chica pegada a los talones.
Kilva parecía seguir disfrutando de la escena, parecía estar disfrutándolo mucho.
Haar se paró frente al trono sin romper el frio contacto visual con la majestuosa mujer allí sentada y haciendo acopio de todas sus fuerzas enterró la punta de la lanza en el suelo de azulado mármol, en un gesto de mudo desafío contra ella. Le dirigió una última y furibunda mirada y salió de la habitación con un aire de herido orgullo, dejando atrás un incomodo silencio.
― Un chico ha superado el Juicio y ha desafiado a la Decidora… tiempos revueltos se acercan como un raudo jinete de tormentas… negras tormentas ¡La lanza lo ha aceptado incluso después de lanzarla al piso! ― susurró Kilva, sin caber en su asombro y sin que ninguna de las demás personas llegara a oírlo. La Decidora había querido que Haar muriera al recoger la deshonrada lanza, no por nada el arma parecía tener vida propia, había sido un truco sucio, pero la Lanza lo había aceptado nuevamente, era un caso único.
En tanto una admirada jovencita de ojos ambarinos muy claros y pelo pálido como el sol de invierno, veía como las grandes puertas de mármol azulado se cerraban interponiéndose entre ella y el anárquico joven.
― Descuiden, Magistrados, de una u otra forma voy a entrar a Freyja, ya lo verán. Aún me quedan un par de trucos debajo de la manga.― murmuró el joven mientras caminaba por el pasillo, sin percatarse que una joven de castaños cabellos pasaba a su lado rumbo a la sala del Juicio.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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