Parecía como si ninguna de las personas allí presentes estuviera al tanto de la presencia de la joven de opaco cabello rubio con la que intercambiaba un miraba. Como si fuera un elemento anexo en una pintura ya seca con anterioridad, un elemento sobrepuesto. Como si su existencia fuera irreal para todos, excepto para Lute.
Cruzaron las miradas por lo que fue una fracción de segundo y Lute se sorprendió al notar que la chica una mueca cargada de odio. Un segundo después la joven desapareció en la oscuridad como si nunca hubiera estado realmente allí.
Finalmente se decidió por carraspear para atraer la atención de las personas allí reunidas, sin dejar de pensar en la joven que acababa de desaparecer. ¿Era una ilusión o había sido real?
Todos se giraron al unísono, tan sincronizadas que fue terrorífico, provocando que un escalofrío recorriera la espalda de Lute. La mujer que debía ser la Decidora hizo un gesto con la mano y la muchedumbre desapareció en la penumbra, quedando tan solo ella y sus tres ministros ataviados con sus trajes ceremoniales que los diferenciaban del resto.
Extrañamente, cuando quiso evocar los rasgos de las personas que acababan de salir, no pudo recordar a ninguna, en ese momento no le pareció en lo absoluto inexplicable.
Podía ver por fin qué era lo que había reunido a toda esa gente. Una espléndida lanza incrustada en un retazo de piso iluminado, en frente del trono de la Decidora detrás del estrado de los jueces.
¿Qué hacia eso allí? Se preguntó antes de comenzar a unir cabos automáticamente. Recordó entonces al joven que había encontrado subiendo hacia la superficie, desde la sala del juicio.
Recordaba claramente ahora la mueca de odio que se dibujaba en su cara, la determinación teñía sus rasgos, una fuerte determinación.
¿Qué sucedía allí adentro? Se notaba que algo grave había acontecido minutos antes, se podía palpar en la densa y opresora atmósfera que inundaba el lugar. Pero era imposible que hubiera sido aquel joven, era imposible que un hombre pudiera tocarla siquiera sin morir en el intento. Su intuición le susurraba un rotundo “sí” pero, por otro lado, su parte racional indicaba que era imposible.
La Decidora la miró con los ojos entrecerrados, se veía totalmente cansada y con un leve gesto de la mano le indicó que saliera de la habitación. Y ella obedeció sin rechistar, no por nada la Decidora era una de las figuras más misteriosas y poderosas tanto política como militarmente en aquella parte del mundo.
Ese había sido el primer acercamiento de Lute al juicio para ingresar a Freyja, y la habían despedido sin siquiera ponerla a prueba, todo probablemente por culpa de aquel furibundo joven de ojos grises que se había encontrado en el pasillo. Había sido un desastre.
En todo ese tiempo no pudo olvidar del todo al joven del pasillo, algo había en él que le había llamado la atención, algo que la atraía inexorablemente a buscarlo en los pasillos y en los jardines de la gran Freyja.
Finalmente, luego de días, se rindió aceptando que no lo encontraría.
Definitivamente no se había quedado en Freyja.
Había pasado un largo mes desde el encuentro con el joven hasta ese día, cuando por fin había sido llamada nuevamente a la sala del juicio. Esperaba en lo más profundo de su ser que nada fuera de lo común lograra ensuciar esta vez la más sagrada de las ceremonias de la tierra.
Lute no lo sabía, podía intuirlo pero cada vez que la idea asediaba su mente ella la desechaba. Necesitaba un lugar al cual pertenecer, lo necesitaba con una urgencia imperante, lo necesitaba desde el mismo día en que se había dado cuenta que el castillo de los Páramos no era su hogar, sino su prisión.
Hace mucho tiempo que lo intuía, pero solo dos años atrás lo había sabido con absoluta certeza. Ella no pertenecía a los Páramos y si alguna vez lo había hecho, eso había quedado enterrado en el pasado.
Había quedado sola en el mundo. No. Siempre había estado sola, solo que no se había dado cuenta, había vivido su vida engañándose en un sentimiento de pertenencia familiar enterrado en lo más profundo de su mente.
Pero era todo falso, una mera herramienta para mantenerla leal al clan. ¿Cómo era que funcionaba con todos? ¿Nadie se daba cuenta que eran utilizados como meros peones para el bien superior de la familia? Era imposible que no se hubieran percatado, la única opción que le parecía probable era que se subyugaban a propósito, a cambio de algo.
Y ese algo era lo que todos los hombres buscaban como sedientos depredadores. Poder, riquezas y seguidores.
Lute era una Kierkegaar de alta cuna, había nacido en el seno de la familia más poderosa de todo el continente, nunca le había faltado la comida ni el abrigo, jamás había sentido necesidad de nada material. Todo estaba cubierto. Era la heredera número dieciséis en la línea del trono y aunque hubiera otros quince antes que ella, su ascensión era algo muy posible. De cualquier otro modo, quedaría en una posición muy aventajada tanto política como económicamente.
Pero había un problema.
La única necesidad que nacía desde el fondo del corazón de Lute, era la de ser querida por alguien, y la única que su familia no podía cumplir.
Lute había tomado la decisión y había pedido al Consejo la autorización para asistir a Freyja. Increíblemente el Consejo se había mostrado bastante complacido ante la petición.
El problema era que el Consejo nunca hacia nada al azar.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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