Era un hecho que tenían motivaciones ocultas para dejarla partir. Solo podía imaginarse que la habían dejado libre para disminuir el número de aspirantes al trono. Pero no podía ser. Incluso haciendo pacto de lealtad con Freyja podía volver a los Páramos cuando le apeteciera para retomar su posición familiar. ¿Matarla?
En Freyja, imposible.
O eso pensaba ella.
Lute dejó atrás el pasillo de la estancia de visitantes y se internó en la inmensidad del baluarte de las valquirias. No podía expresar cuanto le gustaba la arquitectura del lugar, era tan parecido a los Páramos, pero al mismo tiempo tan diametralmente diferente.
El castillo de Freyja sí era un castillo de cuentos de hadas en comparación con su antiguo hogar.
Todo era de un impoluto mármol blanco que reflejaba la perfección y la paz del alma. La arquitectura de suaves curvas y delicados adornos, muy en contraste de la tosca piedra que fue usada en el inexpugnable castillo de los Páramos provocaba en ella una sensación de alivio que no había logrado sentir tras los fríos muros de su hogar.
La luz entraba a raudales por las ventanas y los tragaluces del techo. Era como estar sumergido en un hermoso mundo de luz.
Para Lute era una sensación de éxtasis constante imaginarse a sí misma en un baile de gala en alguno de los salones. Bailando hasta el amanecer con algún extraño de antifaz, sin más preocupaciones que asistir a la cátedra del día siguiente.
Nunca antes se le había dado la posibilidad de soñar de aquella forma. En los Páramos estaba demasiado preocupada por sobrevivir un día más como para dejarse llevar por una fantasía tan pueril e irrealizable como esa.
Aquí en Freyja, en su castillo de cuento de hada, todo podía ser posible.
Descendió por una de las escalinatas laterales del vestíbulo hasta un balcón intermedio que dominaba la gran entrada. En vez de bajar dobló a la derecha, para internarse en las profundidades del castillo, donde estaba la sala de juicio y probablemente el mítico Corazón de Freyja.
Toda luminosidad solar desapareció en cuanto se internó en la escalinata que descendía hasta las entrañas de la tierra, volvió a sentir el frío que creía haber desterrado para siempre.
Sabía que solo podía seguir avanzando, era la única forma que todo terminara más pronto que tarde. Los demonios que plagaban sus más profundos miedos amenazaron con hacerla retroceder. Sabía que la calidez de Freyja la hacía bajar la guardia, pero no quería volver a los Páramos.
Era algo de lo que se debía cuidar, no podía dejarse llevar, debía mantenerse alerta para no caer. Las caídas siempre eran dolorosas, sobre todo si no estabas preparada.
La monumental puerta de oscura piedra azulada se abrió silenciosamente en cuanto ella se detuvo en frente y una vez más se encontró en el interior de la sala del juicio.
Y nada era como lo recordaba ella.
Lute podía jurar que las paredes estaban orientadas de diferente manera y las sombras habían cambiado de posición. Un cosquilleo de nerviosismo le recorrió la espalda y los brazos mientras miraba a su alrededor buscando algo familiar que la orientara en el onírico salón.
La sombra se dispersó frente a sus ojos como si se tratara de neblina, y tras ella emergió el estrado de los jueces y el trono de la Decidora.
Sintió como todos los ojos se fijaban en ella, escondidos detrás de sus aterradoras máscaras ceremoniales.
Nadie se movió, los magistrados parecían inanimados espantapájaros - muy opulentos por lo demás - y la Decidora una magnifica figura de cera, fulminándola con su pétrea mirada. Entonces, desde atrás de un manto de solida oscuridad apareció una chica vestida con una túnica plateada, casi etérea. Portaba una magnifica lanza azulada que no parecía estas hecha de ningún material que Lute conociera. Se acercó haciendo gala de una serenidad que a Lute le hubiera caído muy bien sentir en ese momento, y se la ofreció.
Lute estiró ambas manos y acunó la lanza en ellas como si fuera el objeto más precioso del mundo. Enseguida sintió cómo era envuelta en una sensación extraña, una ola de calor la golpeó desde los cuatro lados al mismo tiempo, era como estar en el medio de un cálido huracán.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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