Pasó un segundo antes que recordara que debía seguir respirando.
De repente el miedo desapareció y una placentera sensación la invadió por completo. El frío pareció desaparecer, no solamente el que sentía físicamente, también aquel que le abrazaba el corazón y bañaba cada uno de sus recuerdos.
El frío fue arrastrado lejos de ella. Sintió como si la hubieran transportado a un gran campo de flores, la primavera florecía a su alrededor y los rayos del sol acariciaban cortésmente su cara.
Los recuerdos de los Páramos que habían sido su hogar y su fría celda desaparecieron por un fugaz periodo de tiempo.
Volvió a percibir la habitación alrededor y respiró tranquila.
Sonrió sin razón aparente.
Los malos recuerdos seguían allí pero ya no parecían tan aterradores y enseguida supo por qué. Los muros de Freyja se cerraban alrededor de ella como el abrazo de una figura materna.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de la Decidora y su mirada se suavizó. De la fría indiferencia pasó a la más emotiva alegría en un segundo. Era algo bueno, ¿No? Se preguntó Lute notando que la pluma había desaparecido. La chica que se la había ofrecido tampoco la tenía.
― Lute Kierkegaard, ten mi bendición. Yo como la suprema Decidora de Freyja te nombro desde este momento y para siempre hija de Freyja, nadie podrá hacerte daño mientras estés dentro de mis territorios, ya sea mortal o inmortal, maligno o divino… felicidades Lute. ― habló la mujer con un natural tono maternal.
― Ni que hubiera sido la gran cosa, no liberó ni la Luz ni la Brisa de Aeria. Ese chico, Haar, tenía más aptitudes. ― replicó uno de los magistrados con una profunda voz masculina, destruyendo en mil pedacitos la atmósfera de cariño fraternal que había comenzado a forjar ella y la Decidora.
La otra chica parecía no poder aguantar la risa, aunque lo disimulaba muy bien.
¿No se suponía que el juicio era algo así como una ceremonia solemne? Se preguntó Lute al notar el cinismo en la voz del magistrado.
Había desafiado abiertamente a la Decidora.
Como si se tratase de un igual.
― ¡Una palabra más, Kilva, y me aseguraré que se reserve un lugar en el séptimo infierno con tu nombre especialmente grabado en el! ¡No quiero que nadie vuelva a mencionar al chico! ― Le gritó la Decidora desde su alto trono al magistrado. Kilva se limitó a encoger los hombros y fijar la vista al frente, como si la voz de la razón hubiera abandonado la sala del juicio hacia bastante tiempo.
Parecía ser que últimamente mucha gente se atrevía a desafiar el poder de la Decidora.
Un chispazo de entendimiento cruzó la mente de Lute y recordó al joven que había encontrado en el pasillo.
No podía ser simple consecuencia, debía ser ese tal Haar, y lo más sorprendente era que había logrado sobrevivir. Parecía imposible, pero viniendo aquellas palabras de la boca de la Decidora, Lute ya no sabía que creer.
Desde el comienzo había notado algo especial en él, no había sabido y aún no sabía cómo catalogar aquella sensación, pero era un hecho que no podía eludir que había sentido un profundo interés.
Lute, que había creído que ya no sentiría interés en nadie, se dio cuenta que no podía escapar del magnético recuerdo del chico.
No tuvo más tiempo para continuar con esas ramificaciones de su pensamiento por muy interesantes y vergonzosas que fueran, pues la chica que servía de ayudante la tomó por el brazo y aún aguantando la risa la arrastró hacia un costado de la sala.
Pensó que se iban a estrellar de frente con una dura muralla oculta tras las sombras, pero para su sorpresa la atravesaron en un parpadeo. Y como entrando a una nueva dimensión, Lute se encontró de pie en una gran habitación, algo en ella le recordaba al gran observatorio de los Páramos.
No se explicaba cómo, pero por el techo penetraba una azulina luz lunar que iluminaba todo el interior.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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