La sensación es inexplicable. Fue como beber una gaseosa después de haber vagado en el desierto por mucho tiempo. Sentí cada fibra de mi ser renaciendo, humectándose, avivándose como el fuego de una fogata. Era placentero, mucho, y sin darme cuenta estrujé la bolsa para llenar más mi boca de aquel líquido, provocando que el empaque al alto vació se rompiese en varios lugares, derramando más líquido sobre mis manos, que comenzó a escurrirse por mis antebrazos y hasta mis codos, goteando un poco sobre mi vestido. Bebí hasta la última gota que pude exprimir de la bolsa y al terminar ya no tenía tanta sed, pero quería seguir comiendo, quería llenarme por completo de jugo de venas, quería sentirme glotona, quería seguir sintiendo lo que sentía. Tomé otra bolsa, que rápidamente me vacié en la garganta sin tanto cuidado, ocasionando que mis labios se llenaran de líquido espeso, que comenzó a hacer su camino hasta mi mentón, y cuando acabé con esta, agarré otra que preferí abrir de un mordisco, empeorándolo todo. Así me empaqué cinco bolsas entre pecho y espalda, logrando estar satisfecha, apenas y no comprendía por qué.
En mi frenesí alimenticio, me había dejado caer al suelo, apoyando la espalda en el lavabo. Las bolsas me rodeaban y alcancé una con la mano, leyendo cuidadosamente la etiqueta que llevaba pegada, enterándome en el proceso que aquello no era completamente sangre, sino que llevaba una pequeña cantidad de anticoagulante. Yo bufé, había bebido dos litros y medio de líquido, pero no había consumido dos litros y medio de sangre. Miré mi alrededor, examinando el desastre que había hecho. Las bolsas habían manchado el linóleo, creando pequeños charcos de carmín, y casi todo el suelo estaba salpicado. Mis brazos estaban manchados con sangre ya comenzando a secarse, y no tenía que verme el rostro para saber que tenía sangre por todos lados. Suspirando, me puse en pie y comencé a recoger las cosas rápidamente. Lancé las bolsas al lavabo y abrí el grifo, colocando mis manos bajo el chorro potente del agua, que se tintó rápidamente, llevándose todo rastro del crimen que aún no se había secado. En cuando a las manchas de mis brazos, tuve que tallar repetidamente para librarme por completo de evidencias. Había tenido que limpiar heridas pequeñas antes, pero esto era ridículo por lo difícil y laborioso que era. Sentí pena por los asesinos y recordé una frase que había leído en un libro: “matar no sólo te condena para siempre, sino que matar significa trabajo”, o algo similar. También tuve que quitarme el vestido y frotar la tela contra sí misma una y otra vez, en pequeñas áreas, bajo el agua, hasta que las manchas de vivo rubí se convirtieron en un pálido rosa. Presté atención entonces a las bolsas que aún contenían un poco de líquido dentro, no había bote de basura ahí, así que tendría que llevarlas conmigo. Saqué con cuidado dos bolsas de plástico blanco de debajo y metí las otras, yendo de nuevo a la congeladora para tomar cinco bolsas más, y cuando ya me volvía al lavabo, me arrepentí y tomé otras tres. Metí las bolsas con cuidado, haciéndole un nudo simple a la bolsa de debajo, dejando la segunda para poder sujetarla. Entonces me concentré en el suelo, que no estaba tan manchado, pero sin duda alguien podía adivinar que alguna persona que había dedicado a jugar con las bolsas de sangre. Suspirando de nuevo, tomé un bote, una esponja y un atomizador y me hinqué a limpiar el suelo, aprovechando mi nueva vista para localizar hasta la mínima gota escarlata, procurando limpiar las plantas de mis pies también. Después de eso solamente tiré el agua y coloqué todo de nuevo en su lugar.
Sujetando mi bolsa con suavidad para evitar romperla, usé un pedazo de mi vestido, aun ligeramente mojado, para tomar la perilla de la puerta. Al abrirla, pude escuchar a la chica de antes, que aún se notaba alterada, y que decía que un cadáver se había levantado y ahora vagaba por el hospital, a lo que una voz masculina le decía que entrara en razón, que debía haber una explicación razonable, o bien era alguien que aún no moría al haber entrado a la morgue, o bien era alguien que se había colado.
– ¡Pero no puede ser posible, Adam! ¡Yo revisé ese cadáver al llegar y tenía una gran mordida en el cuello! ¡La policía dijo que se trataba del ataque de un animal y no lo consideré raro! ¡Melina limpió el cuerpo y lo dejó para que yo lo examinara, pero al abrir su cajón ya no estaba dentro de la bolsa y la herida de su cuello había desaparecido! ¡Puedes preguntarle a Charles y a Diana, fui directo con ellos para hablar del asunto!
Arrugué el ceño, ¿había estado dentro de una bolsa? Sonaba lo más lógico. Quien quiera que hubiera entrado por mis cosas, también me había sacado de mi bolsa. En cuanto al mordisco, era curioso, me había visto antes en la puerta del almacén y no me había percatado de que la herida no estaba, además, jamás se me había ocurrido concentrarme en lo que oía para saber de qué hablaban.
– Pero tranquilízate mujer, eres doctora, usa tu cerebro, eso es imposible – le respondió el mismo hombre, Adam. – Quizá de alguna manera alguien reemplazó el cuerpo cuando tú no estabas, he hablado con ellos y dicen que no estuvieron en la morgue por lo menos tres horas. En ese tiempo, alguien pudo haber robado el cadáver y haberlo reemplazado con otro. ¿Por qué motivo? No lo sé, pero me parece lo más lógico. Estaba cubierta de sangre cuando la trajeron, ¿cierto? – Una corta pausa en la que ella debía haber asentido. – Entonces cabe la posibilidad de que no fueran la misma persona, lo que apoya mi teoría.
– O puede ser que ella tenga razón – le respondió una voz distinta, otra mujer, en un tono frío y calculador, que me hizo volver a fruncir el ceño en señal de desconfianza. No podía oler sus emociones aún, porque estaban del otro lado del pasillo, pero podía apostar que no eran buenas.
Tuve la ligera sensación de que ella sabía exactamente qué sucedía.
Negué, no podía quedarme más tiempo. Cerré la puerta de la misma forma para borrar mis huellas y miré a mi alrededor, si mi sentido de la orientación no me fallaba, si seguía derecho hacia la izquierda, luego doblaba de nuevo a la izquierda y seguía derecho, debía hallarme de nuevo en el mismo pasillo que llevaba a la morgue. Con esa nueva sospecha, no podía arriesgarme a que mi identidad fuera descubierta. Pretendía hallar el archivo, que usualmente se encontraba en el primer piso, según mis conocimientos, y robar mi expediente, si es que tenía, que seguramente sí, porque al salir del hostal llevaba mi identificación, la que tendría la policía.
Una vez más, y con los ojos ahora violetas de nuevo, dejé que mi nariz me guiara, a donde pudiera reconocer el aroma del papel, o algo similar, en grandes cantidades. Anduve un rato y rebasé a varios doctores y enfermeras, que me miraron con curiosidad, preguntándose qué hacía yo ahí, pero no lo suficientemente libres como para hacer algo al respecto, lo pude adivinar por su olor. No volví a cruzarme con la chica de la morgue, ni con sus acompañantes, pero sí me crucé con una máquina de refrescos, y a su lado, bendita mi suerte, una máquina de hielo. Coloqué rápidamente la bolsa encima de la máquina y abrí la tapa de la máquina, tomando con la pala de dentro una cantidad suficiente. Con la otra mano desanudé la segunda bolsa y vertí con cuidado el hielo sobre las bolsas, que seguían oliendo igual. Hice lo mismo tres veces antes de alejarme de ahí, ahora al menos no tendría que preocuparme por la sangre, sin embargo, cada vez me encontraba más cansada, y aunque no era algo que me preocupara mucho, sí era irritante.
Doblé de nuevo hacia la izquierda en el último pasillo, y milagrosamente encontré lo que deseaba: las puertas que rezaban “Sólo personal autorizado y visitas, de 10am a 3pm.”, en la parte superior, y entonces comprendí por qué estaba tan fuera de lugar. Al fondo del pasillo, pasando unas escaleras de ambos sentidos, pude ver una ventana, que revelaba una negrura completa para los humanos, para mí, revelando que el amanecer no estaba demasiado lejos, y eso sí que me preocupaba.
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