Con un movimiento brusco, me limpié las lágrimas, que ya comenzaban a mojar el cubre bocas, mientras terminaba de bajar por completo las escaleras. El primer piso estaba vacío, como esperaba, sin embargo, por el lado izquierdo escuchaba mucho ruido, así que suponía que debía ser la parte de emergencias. Eso no me importaba más de ser una posible salida sin tanta vigilancia.
Miré a ambos lados del pasillo. Nada. Debía buscar algún letrero, y esperar que éstos estuvieran en inglés. Suponía que debían de estarlo, si lo que llegaba principalmente al hospital eran turistas. Sin embargo, hasta no ver ningún letrero, estaba completamente perdida. Olfateé el aire, buscando la fragancia del papel viejo. Agudicé también el oído, buscando el sonido de archiveros. Sin embargo, podía oler y escuchar de todo, menos lo que buscaba. Lo más próximo era una serie de fármacos, que olían distinto entre sí. Si me concentraba lo suficiente, podía saber a qué olían los comprimidos, y cuál era el aroma de los inyectables. Los jarabes tenían una fragancia dulzona, que, a mi gusto, parecía demasiado empalagosa. Podía también reconocer el aroma del césped, que, si no me equivocaba, estaba un pasillo por delante de mí, en lo que seguramente debía ser la “Zona de relajación” o algo por el estilo. Detrás del jardín, me llegaba la esencia del café y las donas, y, de nuevo, me distraje pensando si podría comer algo de ello, algo humano. El aroma no era malo, así que suponía que sí. Por otro lado, escuchaba, también a mi derecha, algo con ruedas, que no estaba segura de que fueran camillas. Más bien parecían carritos de almacenaje.
– Tsk! – gruñí. Estaba totalmente perdida, y mi nariz era inútil, porque ese piso tenía demasiados olores juntos. – Supongo que no me queda más que preguntar a alguien en la sala de emergencias. Ahí no estaré tan fuera de lugar.
Dejé que mi oído me guiara hasta la sala de emergencias, donde todo era un caos. Reconocía algunos rostros que había visto en el festival, lo que me llevó a fruncir el ceño. Parecía que uno de los autobuses que llevaba al pueblo había volcado y había mucha gente con contusiones, tobillos torcidos, y uno que otro con fracturas. Increíble, ya tenía una excusa para desaparecer (ganas de llorar de nuevo). Y, más importante aún, era obvio que algo así debía de haber pasado, de otra manera, ¿cómo alguien había encontrado el cuerpo de Caroline y el mío tan rápido. Era imposible. Negué, ahora podía ser más fuerte, más rápida, y con sentidos mejorados, pero seguía siendo una estúpida distraída, sin embargo, había algo que seguía sin cuadrar. Si el accidente se había llevado a cabo en la carretera, cómo es que nos habían encontrado, si estábamos dentro del bosque.
– ¿Puedo ayudarle? – Brinqué por acto reflejo ante el toque de un doctor sobre mi hombro. Sí, una estúpida distraída.
El tipo era algo más alto que yo, guapo, con el cabello bien peinado hacia atrás con ayuda de gel, con una piel ligeramente más trigueña que la de los demás, evidenciando su procedencia de otro lugar, y tenía unos ojos verdes que me llevaron de nuevo a distraerme, tratando de contar los colores que su iris contenía.
– Sí – dije, sin dejar de mirarlo fijamente, a lo que él desvió la mirada y carraspeó, incómodo, volviéndome a la realidad de golpe. Negué yo también. – Quisiera saber dónde está el archivo, necesito-
– De vuelta a la derecha en esa esquina – señaló a su espalda. – Pero le advierto que la regresarán. Está cerrado – dijo súbitamente, y pude escuchar detrás de mí cómo le llamaban. Jonathan era su nombre. – Disculpe.
Lo vi correr hacia su camarada, y luego los vi a ambos dirigirse a una camilla cercana que olía a sangre. Por un momento, imaginé que quien descansaba en esa camilla era Caroline, que estaba viva, apenas, pero con esperanza de vivir. Suspiré. No, había visto morir a Caroline. No había manera de que semejante golpe brutal no la hubiera matado. Caminé, abandonando mi fantasía, hacia la esquina que me había indicado aquel hombre tan guapo, olfateando el aire, esta vez pillando inequívocamente el aroma del papel enclaustrado.
La oficina se encontraba a la derecha del pasillo, que rezaba en ambos idiomas “Archivo de historias clínicas”, escrito en una placa azul, pegada a un lado de la puerta. Tenía una gran ventana, en la que podía ver un escritorio, en el que cabeceaba un hombre gordo, con una bata que evidentemente no era de su talla, pues los botones apenas si hacían su trabajo, estirados y a punto de volar por los aires. Detrás de éste, podía ver al menos cinco estanterías enormes, con un montón de folders apretujados entre sí. Hice una mueca de dolor. ¿Cómo se suponía que debía encontrar mi archivo entre cientos de ellos? Por fortuna, la incomodidad no me duró mucho. Arriba de cada estantería decía de qué parte eran los archivos: Urgencias, pediatría, medicina nuclear, medicina interna, etc. No podía ver el apartado de la morgue en ningún lado. Quizá esos archivos estaban dentro de la misma morgue, por lo que habría de bajar de nuevo. Me quejé sonoramente. No quería hacerlo, y por un momento pensé que sería más fácil solamente irme, dejar que el archivo que decía que había muerto permaneciera ahí, para que mi familia supiera que había muerto… Y que habían robado mi cadáver después.
Con ese pensamiento, giré la perilla y entré, procurando hacer el menor ruido posible para no despertar al hombre, que ya roncaba profundamente. Miré las estanterías y un destello rojo captó mi atención. Detrás de todas, una cámara me devolvía la mirada. Bien, no me reconocerían, sin embargo, debía apurarme, alguien debía estar monitoreando la seguridad del hospital, y si me veía ahí, mandaría a seguridad, o llamaría por radio al vigilante gordinflón. Sin embargo, tras unos minutos buscando, seguía sin hallar la estantería correcta. Maldije en mi interior y me volví hacia la puerta de nuevo, decidida a buscar en la morgue, aunque esto supusiera un riesgo extra. Empero, al pasar de largo por el escritorio, miré directamente mi rostro en uno de los archivos que tenía aquel hombre, abiertos de par en par sobre el escritorio, y a los que no les había prestado más atención al entrar.
Ahí estaba yo, en la planta de morgue, aún en la bolsa. Tomé el folder y lo acerqué a la altura de mi pecho, leyendo exactamente lo que decía. Para empezar, me veía horrible. Nadie podría decir que yo era ahora esa chica. Tenía los ojos semi-abiertos, completamente perdidos en la nada, sin brillo alguno. Me escurría sangre por la nariz, y toda mi boca, garganta y algo de pecho estaban llenos de sangre seca. En mi cuello, podía ver ahora la brutal mordida que el hombre pálido me había propinado horas antes. Se me veía el músculo desgarrado e incluso el hueso debajo de él. Realmente era una mordida masiva. Ahora comprendía por qué la mujer había enloquecido al verme caminando. ¿La razón de mi muerte? Ataque de animal, aunque no se especificaba cuál. No me habían hecho la autopsia antes, porque no contaban con el permiso de mi familia, eso me llevaba a preguntarme si habían hablado con alguien, pero esperaba sinceramente que no. Con una expresión de tristeza, cerré el archivo y un jadeo me sorprendió, de nuevo.
El hombre me miraba sorprendido, aunque cada vez más enojado.
– ¡No puedes estar aquí, devuelve eso! – Me gritó, poniéndose en pie trabajosamente, oportunidad que aproveché para abrazar mi archivo, abrir la puerta y salir apresuradamente, dudando sobre salir por emergencias, o no.
Para mi mala suerte, escuché otro grito a mi izquierda. Un hombre de seguridad me veía, comenzando a correr hacia mí. Era un hombre de color, muy alto y muy fornido. Estaba segura de que no podría hacerme ningún daño, pero sería más difícil quitármelo de encima.
– Carajo! – Exclamé, sosteniendo mejor mi folder y echando a correr en la dirección opuesta, alejándome de la entrada más próxima e internándome de nuevo en el hospital. Procuré no correr tan rápido, para no evidenciar más mi sobrenaturalidad. Doblé el pasillo a la derecha, por detrás del archivo y entonces paré de golpe. La mujer que me había visto antes, la que debía revisar mi cuerpo estaba ahí, junto con su amiga, la sospechosa.
– Es ella! – comenzó a gritar. – Te lo juro por dios que es ella!
La otra mujer me miró fijamente y pude reconocer una pequeña sonrisa en su rostro, apenas perceptible. Ella sabía lo que era, o a mi parecer, así era.
–Deténganla. Robó un archivo – oí detrás.
– Doble carajo – dije en un tono bajo y una mueca de fastidio.
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