Sonriendo, superando mi pequeña crisis emocional, miré una última vez la bóveda celeste, que de ahora en adelante podría disfrutar cada noche, y no pude evitar preguntarme cómo se vería todo al amanecer, y si podría ver aquel océano de colores con mis propios ojos. Quizá tendría que acudir a algún cine para disfrutar de la luz del sol. O quizá, si continuaba distrayéndome con cada cosa nueva que experimentaba en mi nueva piel, podría averiguar si el sol me transformaba en una pira viviente, y luego me reducía en una pila de cenizas humeantes. Tal vez incluso haría brillar mi piel…
Negando por mi chiste tonto, hundí los pies en la tierra suelta del bosque, llena de musgo, pequeñas piedras, e incluso algunos bichos que podía sentir vívidamente, como cosquillas que me subían desde los pies, y por toda mi columna, hasta mi cerebro. Un escalofrío vino a mí cuando fui consciente de la sensación, encontrando un ligero placer en ella. Entonces, impulsándome hacia delante, comencé a correr esta vez en serio, experimentando qué tanta velocidad podía alcanzar. Para mi sorpresa, no era como teletransportarse exactamente. Podía ver el bosque corriendo a mi lado mientras avanzaba. Era como ir en una montaña rusa, excepto que no había aparato alguno, todo estaba sobre mis pies. Encontré también que no era lo más cómodo de hacer; a pesar de que la sola velocidad confundía a mi cerebro, aún inexperto en muchas cosas, y me mareaba, emocionándome por igual, liberando adrenalina en mi sangre; la física de la tierra era la misma, vampiro no vampiro, así que el aire me golpeaba en el rostro, produciendo una sensación incómoda, dejándome sin respirar en todo momento, aunque claramente no me era necesario, además de que los mosquitos, que revoloteaban libremente por el espacio, no tenían tiempo de apartarse de mi camino, y más de una vez los noté contra mi rostro, cual camión en carretera, con el parabrisas decorado de bichos. En cuanto a lo que sentía, dejando de lado lo físico, me pregunté mientras disfrutaba de la sensación, cómo es que mi cuerpo, aparentemente sin vida, liberaba adrenalina en mi sangre, y cómo ésta era capaz de llegar a todo mi cuerpo. Mi corazón no latía, estaba segura, pero entonces, ¿cómo podía experimentar esas reacciones químicas, tan humanas, tan normales?
Me detuve de nuevo, más para dejar de sentir que me tragaba cien mosquitos por segundo, que para ponerme filosófica sobre qué significaba ser vampiro, y si eso realmente me había matado. ¿Sería un virus, una bacteria, un… algo? Acomodándome en una pose reflexiva, llegué a la conclusión de que, si lograba sobrevivir lo suficiente, me enfrascaría en una extensa investigación para saber qué era un vampiro en realidad. Sin embargo, para eso debía faltar algún tiempo, porque en aquel momento mi objetivo era regresar a la escena del crimen y de ahí olfatear hasta la comisaría local, donde tendrían mis papeles faltantes: mis pertenencias, mi ID, un archivo de investigación también era probable. Si quería iniciar en esta nueva vida de la forma correcta, debía eliminar todo rastro de mi muerte, desaparecer de la faz de la tierra. Debía también volver al hostal y recoger mis cosas, que también desaparecería de algún modo. Todo eso iría después, ahora debía identificar el aroma de Caroline, si es que estaba cerca. Inhalé profundo, concentrándome en la fragancia dulzona de mi fallecida amiga, para poder encontrarla entre todo el verdor que me rodeaba.
Poco a poco y concentrándome cada vez más, siendo acompañada ya solamente por el ruido natural del bosque (porque en mi carrera había dejado totalmente atrás el hospital y ya ni siquiera lograba escuchar los disparos), cerré los ojos, dejando que mi olfato trazara un mapa casi exacto de mi entorno. Pude ver de alguna manera, a través de mi segundo sentido primario, una gran extensión de la arboleda, conociendo el aroma de la variedad de coníferas, de los animales que habitaban en ellas, sin conocer siquiera que yo los estaba observando sin verlos, mientras éstos correteaban libremente por entre las raíces de los árboles, que sobresalían como venas del suelo. Inhalé más, arrugando el ceño mientras lograba capturar un toque suave que nada más en el bosque tenía. ¡Sí! El perfume de Caroline, y aunque ligero y efímero, sabía ahora dónde se encontraba, y haciendo cuentas rápidas, debía estar a poco más de un kilómetro adelante y a la derecha. Llegaría en un minuto, menos incluso. Entonces corrí de nuevo, o mejor dicho troté, yendo algo menos rápido, pero ya sin sentir que no podía disfrutar del circo de olores que dejaba atrás mientras pasaba, y claro, sin terminar con una lámina de mosquitos sobre los dientes.
Llegar no fue difícil, porque segundo a segundo su olor se iba acrecentando, ahora evidenciando claramente su naturaleza desgastada por el tiempo, ¿cuánto?, aún no podía descifrarlo. También pude captar ya el aroma de la sangre derramada, su sangre, la sangre de mi mejor amiga… Al igual que la mía y la de mi creador. Todo estaba empañado por el perfume distinto de diversas personas, y podía identificar de igual manera, algo peludo que supuse debía ser un perro policial. Al llegar, pude observar precisamente que todo el suelo estaba cubierto por pequeñas cartas con números, catalogando cada evidencia. Había una donde el hombre pálido había estado de pie, más en el tronco donde Caroline hacía cesado de existir, y más donde yo había muerto. Todo parecía muy normal, sin embargo, al caminar por entre las pruebas, la hojarasca crujiendo bajo mi peso, comencé a descubrir las huellas de los agentes que habían visto casi lo que yo veía, y donde su perro había olido casi lo que yo olía. Ellos no habían podido ver la ligera humedad del suelo, en otra parte que no era donde el sujeto había saltado, no habían podido ver las claras pisadas encharcadas, bajo las cuales la tierra se había empapado, que llevaban hasta el lugar de muerte de mi rubia favorita. Ellos jamás habían adivinado que el hombre pálido había vuelto sobre sus pasos para llevarse a Caroline con él, probablemente cuando yo aún seguía ahí. ¿Por qué había cargado con ella y no conmigo? ¿Sabía ya que me volvería una de ellos?
Suspiré, cubriéndome el rostro con una mano, sin soltar mi capullo con la otra. La respuesta parecía obvia. Sí, él sabía que yo había tragado su sangre mezclada con la mía, método popular para transformar a otro en vampiro, y sabía que ella estaba muerta por supuesto, fría, sin esperanza alguna. Eso me dolía, porque la poca esperanza que pudiera haber tenido, sobre él convirtiéndola a ella también, se esfumaba, pero también me dejaba una enseñanza poderosa, o al menos confirmaba una de mis teorías anteriores: en situaciones extremas, podíamos perfectamente alimentarnos de sangre muerta, cosa que muchos autores decían explícitamente que no se podía hacer.
– Caroline, encontraré tu cuerpo. Te levaré a casa – juré a la luna, suplicando que, si su alma había trascendido, fuera capaz de escucharme.
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