Lute se limitó a asentir, embelesada tanto por la poética forma de hablar de Edelweiss como por el paisaje circundante. Luego de eso apenas hablaron, pero ambas sintieron que lo habían dicho todo.
Pronto Lute olvido la existencia de cualquier otro mundo que no fuera aquel jardín con su luna, su noche y sus flores, con Edelweiss y ella como únicas habitantes, cerró los ojos y se dejó llevar por el sopor. Le pareció que su acompañante le hablaba, pero no pudo retener las palabras, carecían de significado ahora que se encontraba en el umbral del mundo onírico, se esforzó por comprender pero le era imposible. Lute tuvo un sueño.
El sol de la mañana la despertó, era temprano aún y tenía la ropa mojada pegada al cuerpo. Sentía el frío mordiéndole el pecho, pero algo le dijo que estaba acostumbrada a él.
Trató de levantarse.
Todo se hizo claro.
De repente el miedo la inundó implacable como la carga del trueno contra la tierra, sus sentidos se nublaron, tenía idea de lo que sucedía, un miedo visceral le apuñalaba el vientre.
Un destello de memoria y entendió.
Había fallado y estaba condenado.
Lo único de lo que se arrepentía era que le había fallado a la única persona que realmente le importaba y ahora su condena iba a ser eterna.
Caería en la oscuridad nuevamente.
Sabía esta vez que no volvería a despertar.
Silencio.
Se encontraba desorientada en un mundo de sensaciones licuadas y sin sentidos.
Por más que lo intentaba no podía gritar, se enterró las uñas en el cuello, se mordió la lengua, pero nada funcionaba como debía.
Vomitó afirmada contra el tronco de un árbol.
La sensación era horrible.
Era una contaminación que no podía reprimir, había algo adentro de su mente en un rincón lúgubre y húmedo. Algo que no podía alcanzar acechaba agazapado en las sombras de su pasado.
Sabía que no podía hacer nada para sacarlo a la luz.
Algo corría libre adentro de ella, aferrándose a cada una de sus fibras musculares, a cada nervio de su cuerpo. Tenía la seguridad de que no podría librarse, que todo acabaría en un abrir y cerrar de ojos.
Se arañó el pecho tratando de librarse de la viscosa sensación que lo oprimía, pero era imposible. A duras penas pudo ponerse de pie y salir del círculo de árboles.
Caminó con los ojos nublados por el dolor sin un destino aparente, dando tumbos entre matorrales y árboles siguiendo el sonido del agua hasta que llegó al curso de un río de poco caudal que corría por allí.
Miró su reflejo.
Dos ojos grises que no eran de ella le devolvieron la mirada.
― ¿Quién eres…?― preguntó con una voz ronca que no conocía.
No recordó más.
Lute despertó de golpe. Había tenido un sueño rarísimo, no lo recordaba con claridad pero una sensación de desesperanza le oprimía el pecho.
¿Qué era lo que había visto? Sabía que no eran recuerdos suyos.
Se limpió el sudor de la cara y miró alrededor. Recordó enseguida que se encontraba en el “Jardín olvidado por el tiempo”, como lo llamaba Edelweiss, sentada en el césped junto al camino de baldosas.
― Creo que ya ha sido suficiente tiempo aquí, el lazo se ha fortalecido, lo que significa que ya podemos irnos. ― escuchó la nítida voz de la joven.
Lute giró hacia donde venia el sonido y por un segundo se vio arrastrada nuevamente al horrible lugar del su sueño, mirando dos ojos grises reflejados en el agua, cegada por el terror.
Se tranquilizó al ver que eran tan solo los ojos de Edelweiss los que la miraban.
― Supongo que ahora tengo que darte la bienvenida oficial a Freyja, ya eres una de nosotras. ― sonrió Edelweiss con los brazos en jarras sobre sus caderas.
Lute le ofreció la mano como saludo formal pero la chica rápidamente la desechó y la abrazó. Ahora eran como hermanas, o algo parecido y Lute no sabía si ya se había acostumbrado a todas esas pequeñas muestras de efusividad que se daban tan espontáneamente en Freyja. En los Páramos no recordaba a nadie que la hubiera abrazado así.
No se acostumbraba, era bastante incómodo, pero en el fondo le gustaba.
― Lute Kierkegaar, olvida todo lo que viste en tus sueños, no es algo que alguien deba saber, no debí haber dejado que te durmieras en este lugar, lo siento. ― le susurró Edelweiss al oído con tono sombrío.
Acto seguido se separo de ella y con una amplia sonrisa le indicó con la cabeza que la siguiera.
Lute no se hizo de rogar, le inquietaba la posibilidad de quedarse sola en un lugar así, aún con toda esa belleza tenía algo de peligroso que no quería averiguar. Se lo terminó atribuyendo a la cualidad del tiempo más que a otra cosa, pero en un fuero más íntimo sabía que era por el sueño que había tenido.
Aquellos ojos grises que había visto eran los ojos de Edelweiss. Había visto el pasado de la chica y no estaba segura de querer seguir ahondando en el asunto.
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[El Sueño del Oráculo continuará la próxima semana]
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Idea y escritura: Raúl Trincado - Dibujo y fondos: Vicente Zúñiga - Pintura: Pia Moya - Edición: Raúl Trincado, Gabriel Araya y Tamara Ruz.
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