He llegado a un callejón sin salida mientras perseguía a mi objetivo: una ladrona maga. Ella está delante de mí, desafiante, aunque no se le ve mucho la cara puesto que la zona es oscura y lleva una capucha. Lleva su mano hacia adelante, que brilla de color rojo y luego la cierra de repente.
—¡Ebullición vital!
Empiezo a sentirme muy muy caliente hasta que me desplomo al suelo. No puedo aguantar más mis párpados... Este va a ser el fin.
—¡Alicia!
Creo que es la voz de Corvin, pero es ya muy tarde. Adiós...
—¡Alicia! ¡¡¡ALICIA!!!
Me despierto de un sobresalto. ¡¿Qué hora es?! ¿Las ocho y media?
—¡Vas a llegar tarde! ¡Date prisa! —exclama mi madre desde el otro lado de la puerta cerrada de mi habitación— ¡Tu padre te ha dejado el desayuno listo!
Mierda. El primer día de clase real y ¿voy a llegar tarde? No mientras camine sobre la faz de la Tierra. Me pongo el vestido y las medias del uniforme a toda velocidad mientras me aireo un poco el pelo con los dedos (ventajas de tenerlo ondulado) y bajo las escaleras hacia la cocina. ¡Glub, glub, glub! Ya se había quedado frío el café con leche, pero ¡qué más da! Sigue siendo nutritivo. ¿Tostada? ¡De dos mordiscos! ¡Subo hacia arriba! ¡Colonia y desodorante! ¡Botas! ¡Móvil en la mochila y todo lo necesario! ¡Dos toquecitos más y lista! Salgo pitando por la puerta. Yo creo que sirvo para atleta de obstáculos.
En definitiva: me he preparado en diecinueve minutos. Récord mundial.
Al entrar al recibidor de la academia, aún con cinco minutos de margen, veo al grupito que acabé conociendo ayer esperándome.
—¿Qué? ¿Atrapada en el País de las Maravillas, Alicia? —pregunta Corvin, picaresco y graciosete. Como si no me hubieran hecho la bromita suficientes veces ya en mi vida.
—Ya no puede una ni dormirse...
—¿Y qué tal ayer? Dice Finn que disfrutaste mucho —continúa el machito, con un guiño sonriente del mencionado.
—Qué cabrones que sois. Me voy a clase —respondo, girándome en dirección hacia donde creo que está el aula. Tampoco es que sea muy difícil: es seguir a la marea de gente relativamente perdida.
Minka me sigue y me da un manotazo en el hombro: supongo que solo quería reconfortarme pero la muy joía está fuertota.
—Bah, ignóralos. Ya sabes cómo son los tíos en esta edad.
Completamente de acuerdo.
Giramos a la derecha, igual que todo el mundo. "Aula 1-1" pone en la puerta, que está abierta. Entramos pero se ve que somos de las últimas, puesto que toda la sala está casi llena. Parece una de esas aulas que salen en las universidades de las películas americanas: varias pizarras en el estrado, enormes; los asientos como si fueran gradas de un cine (es decir, ascendientes) y mesas conjuntas como si fuese una barra de bar... no sé si me explico. Nada que ver con el bachillerato y sus clases planas y mesas y asientos individuales. Se nota que es antiguo porque hace siglos estas cosas se hacían a lo grande. Al lado derecho, es decir, por la pared opuesta a la que entramos, hay varios ventanales enormes desde los cuales se ve una especie de jardín con árboles y asientos. Debe ser la zona de recreo.
Nos sentamos donde hay sitio: en la segunda fila, al lado del pasillo central. Minka se sienta a mi derecha. No pasa mucho rato hasta que se unen Corvin y Finn, que se sientan, en ese orden, al lado de la pelirroja. Justo al hacerlo, suena el timbre. Ya son las nueve.
Se hace el silencio mientras se vuelve a abrir la puerta. Una cara nos mira sonriente al entrar.
—¡Buenos días!
Es una mujer de unos treintaylargos o así. Rechonchita, visiblemente por encima de su peso ideal. Rubia como yo, pero, al contrario que yo, su pelo es liso y hasta brilla un poco. Le llega la melena por los hombros excepto dos mechones larguísimos que le cuelgan a ambos lados de la cara. Va vestida de manera muy informal: con una camiseta de manga corta negra y con cuello en V, unos pantalones negros ajustados y unas sandalias ocre. Sí, exactamente del mismo color que las (asumo) lentillas de Minka. Pero lo que más salta a la vista es el aire de bondad y maternalidad que se respira. Bueno, y su perfume aroma de vainilla que embriaga a toda la clase con su olor. Hace tres segundos que la he visto y ya me siento segura y calmada cerca de ella.
La profesora deja el móvil que llevaba en el bolsillo en el atril y se dirige a nosotros.
—¡Encantada de conoceros! Soy Artemisa Alpenaz, vuestra tutora y profesora de Teoría de la magia. Por favor, llamadme Artemisa y tratadme de tú. Quiero ser vuestro apoyo, no vuestro némesis.
Bien, de momento todo correcto. No esperaba tanta amabilidad pero siempre es bienvenida. A mi lado, Minka está moviendo las piernas y usando un juguete antiestrés con la otra mano, de esos que son un cubo con palancas y botones. Realmente no puede estarse quieta...
—Para empezar —continúa— me gustaría entregaros vuestro grimorio. Traslación remota.
La profe chasquea los dedos y va señalando cada alumno... o, más bien, su mesa. Cada vez que lo hace, un libro gordote, de tapa dura y al menos mil páginas, aparece en su mesa. Llega mi turno y, efectivamente, ahí aparece como si de la nada. Al hojearlo, veo que todas las páginas están en blanco excepto las dos primeras, que contienen el horario para este trimestre.
—Ese es vuestro grimorio, o cuaderno de magia. Cada vez que finalice una clase se escribirán automáticamente los apuntes en el grimorio para que podáis revisarlos si hace falta, ¿sí? También está escrito el horario de este trimestre, aunque también está colgado en la web por si no os apetece sacar el ladrillo solo para ver qué clase tenéis después.
Menos mal que traje una mochila para llevarlo porque si no, en la mano, tiene pinta de poco manejable.
—¡Ah! ¡Se me olvidaba! ¡Tenemos que escoger un delegado! ¿Algún voluntario?
La clase enmudece. El suave barullo de murmuros deja paso al silencio sepulcral. Se ve que nadie quiere ser delegado. Normal, yo tampoco.
Pero por sorpresa una mano delante de mí, tras instantes de pensárselo, emerge. La señorita Alpenaz la invita a salir al estrado y la dueña de la mano acepta.
Guau. No sé por qué no me había fijado antes en esta belleza. Pelo negro como la noche, liso y largo hasta el pecho, brillante y limpio como una patena, atado en una sola cola con un gran lazo rosa; dos mechones de pelo le caen hacia adelante aunque no son tan largos como los de la profe; flequillo recto y tapándole las cejas. Tiene los iris de color fucsia... ¿lentillas como las de Minka? ¿O bien algún hechizo? Y su contorno es perfecto, muy femenino y muy delgadita, y hasta su piel es blanquita. 100% onee-sama. Quiero llevármela a casa y darle mimos. ♥
—Eso es un poco ilegal, Alicia —me susurra Minka. Debo haberlo dicho en voz alta—. Igual si te la ligas antes...
—¡Bien! —añade la profesora— En vista de que no hay más candidatos, y si nadie tiene ninguna objeción, esta será nuestra delegada. ¿Puedes presentarte?
La monada asiente.
—¡Por supuesto! —responde, en una voz aguda y mona— Me llamo Nereida Evans. ¡Encantada de conoceros a todos!
Por el amor de dios, esa sonrisa va a matarme de amor. Esta mujer debe ser extraterrestre, porque es imposible que alguien tan perfecto haya nacido en la Tierra.
—¡Muy bien! —continúa Artemisa— Puedes sentarte. Venme a ver a la sala de profesores, en la segunda planta, a la hora del recreo y te explicaré tu tarea y funciones.
La nueva delegada se sienta y la profe sigue su clase.
—Vale. Pasemos al siguiente punto. Si os fijáis en vuestros grimorios, veréis que Tutoría y Teoría de la magia son asignaturas que solo tenéis una hora a la semana. Esto es así porque la mayoría de magia es práctica, no hay exámenes teóricos, excepto quizá en Rituales e invocaciones y Botánica y alquimia. La primera de esas asignaturas, de todos modos, no la tendréis hasta el segundo cuatrimestre.
Y ahí la primera buena noticia: ¡casi todo es práctica! Se acabó tener que pasarme las noches con mi cara pegada a un libro para que, total, no se me quede nada.
—Bueno, dicho esto, es hora de empezar la lección. Supongo que todos a estas alturas ya sabréis que lo que conocemos como "magia" se descubrió en el siglo XI por monjes budistas y que se importó a Europa durante la Edad Media, que la religión cristiana y las fuerzas arcanas nunca han congeniado, y que no fue hasta la Revolución Industrial que la enseñanza mágica empezó a tener más peso en nuestras vidas diarias, ¿no?
Sí, eso se da en Secundaria, en Historia. Recuerdo que había todo un temario a la historia de la magia. Mira, ¡me acuerdo de cosas!
—¡Genial! —prosigue— Pues veréis, la magia está compuesta por seis "vertientes", o cinco dependiendo de a quién le preguntéis: las artes ofensivas, las defensivas, las de curación y las de creación; la alquimia y la ritualística. Con la decadencia de las artes de curación en favor de la medicina y farmacia modernas, algunos sabios prefieren combinar las artes defensivas y de curación en una sola: las artes de apoyo. En cuanto a las artes ofensivas, y os explico esto por vuestra siguiente clase, existen seis elementos: el agua, el fuego, la tierra y el viento; la luz y la sombra. Estos seis elementos pueden combinarse para crear otros, pero eso ya lo veréis el curso que viene.
De momento, parece fácil de entender. Seguro que hay trampa.
—Bien. Para poder usar magia hay que estar "activado". En la antigüedad los hechiceros se sometían a intenso condicionamiento mental para alcanzar la activación, pero hoy en día es tan fácil como hacer esto: ¡Activación!
La profesora Alpenaz extiende la mano derecha hacia adelante, sonríe y cierra los ojos. Una luz azul sale de su mano y llena la sala durante un par de segundos, para después desvanecerse. Artemisa vuelve a abrir los ojos y baja la mano.
—Ya estáis todos activados. ¿Veis qué bien? Os he ahorrado años de frustraciones y meditación.
Yo no noto nada raro, la verdad. La docente pone la mano en el atril como si fuese a coger algo y aparece una botella de agua, la cual abre y bebe un largo trago.
—Qué útil es la magia, ¿eh? Me había olvidado el agua en el la sala de profesores. Lo que acabáis de ver es algo que tenéis que tenerlo siempre en cuenta: el maná. El maná es la fuente de lo arcano: vuestros hechizos gastan maná. Es algo así como la gasolina de un coche: si se acaba deja de moverse. En nuestro caso, sin maná no hay hechizos. Fácil, ¿eh? —Sonríe.— El maná se recarga bebiendo agua. ¡Pero agua normal! Mineral, del grifo, natural con gas... Agua a secas. A la que le pones algo al agua deja de recargar maná. Por eso, si os fijáis, en todas las aulas hay una máquina de agua.
La profe señala a una esquina detrás de nosotros. En efecto, es una máquina expendedora de agua, de esas con la cuba arriba y que te da un vaso de plástico y puedes ponerte agua fría o del tiempo. Ni me había fijado al entrar que eso estaba ahí.
—En mis clases podéis levantaros a beber siempre que queráis. En otras clases, preguntadle a vuestro profe. Si está explicando quizá sea una falta de educación, pero si es tiempo de práctica dudo que os ponga problemas.
—¡Cielos! —exclama la interlocutora mirando su reloj en la muñeca— Me quedan solo cinco minutos de clase. Solo una última cosa: al inicio de vuestra carrera como hechiceros no controlaréis muy bien vuestro maná. Para saber cuánto tenéis u os queda, cerrad los ojos y buscad en vuestra mente un recipiente con agua. El recipiente es diferente en cada persona, depende de muchos factores. Eso es vuestra "reserva de maná", o en inglés, "manapool". Las siglas "MP" que veréis en muchos sitios se refieren al manapool.
La profesora recoge sus cosas y se dirige a la puerta.
—¡Nada más! ¡Vuestra siguiente clase es en 1-4, al final del pasillo! ¡Hasta la semana que viene!
Ding, dong, dooooong.
Con eso marca los cuarenta y cinco minutos más cortos y más fructíferos de mi vida. Minka, Corvin, Finn y yo nos miramos los unos a los otros, aún sin saber cómo reaccionar. Quizá mejor que vayamos hacia la siguiente clase. La montaña rusa de la hechicería no ha hecho nada más que empezar.
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