El caso es que, saliendo al pasillo, vemos que el final de este está un poco lejos: o bien las clases son muy grandes o bien el aula 1-4 es especial.
—¿Qué os ha parecido? —pregunto a los otros tres, intentando romper el hielo.
—Mmm...
—¡Muy aburrido! Tener que estar sentada en una clase me parece un rollo —se queja Minka, inquieta.
—Bueno, pues a ver ahora —me encojo de hombros, sin realmente saber qué decirle.
Llegamos al aula 1-4 y entramos, puesto que la puerta está abierta. ¡Es una sala enorme! Al menos el triple de grande que la anterior pero, a diferencia de la otra, esta está a pie llano y no tiene mesas ni sillas. Solo una pizarra delante de todo, justo al lado de por donde acabamos de entrar, fluorescentes en el techo y varias ventanas que dan a otro exterior: en este caso, un poco de jardín y la valla de la academia.
Pero lo que más resalta del aula es la persona que está en medio, con los brazos cruzados, esperándonos. Es la misma mujer de ayer, o al menos eso deduzco por las gafas y el pelo azul con mechas naranjas. Solo que, en vez del atuendo formal que vestía, lleva una camiseta blanca, unos tejanos azules y unas chanclas naranja.
—Llegáis tarde.
En efecto, la voz es la misma. Femenina y firme, pero menos autoritaria. Los alumnos nos empezamos a reunir a su alrededor, intentando no hacer mucha piña puesto que hay sitio de sobras.
—Ya me visteis ayer en el discursito que tengo que hacer cada año, pero soy la decana Andrade. La jefa de todo este meollo. Pero llamadme Valira, no soporto las formalidades.
Así vestida no me extraña.
—Soy vuestra profe de Artes ofensivas. Entiendo que Artemisa ya os ha activado, ¿no? —Algunos alumnos asienten.— Bueno, pues pasemos a la acción, que seguro que algunos lo estaban esperando. Vamos a crear pequeños hechizos, uno de cada elemento, para que os familiaricéis con el tema y así veáis cuáles son vuestras afinidades.
Valira abre una mano, que sostiene cerca de su cuerpo pero visible para todos. Alrededor de esa mano, en una especie de círculo, aparecen una detrás de otra pequeñas porciones, por decirlo de algún modo, mágicas: una bola de agua, una de fuego, una piedra, un poco de viento formando una esfera, una bola de luz y una de sombra que parece una especie de agujero negro.
A Corvin se le abre la boca en sorpresa. Admito que a mí también me parece fascinante ver con qué facilidad maneja las artes arcanas.
—Estas artes, son, en este orden —señalando a cada una mientras lo explica—: Bola de fuego, Bola de agua, Esquirla terrestre, Aire circular, Mota de luz y Bola sombra. Si os fijáis cada hechizo tiene dos partes: el elemento que queréis crear y cómo. Esto es esencial para visualizarlo y lanzarlo correctamente, aunque en cursos posteriores aprenderéis a hacerlo sin necesidad de decir nada.
La decana Andrade baja la mano y, con ella, se desvanecen las artes.
—Ahora es vuestro turno. Para lanzar un hechizo, seguid estos pasos: primero, visualizad qué queréis lanzar y cómo. Si es necesario, cerrad los ojos para verlo mejor. Usad vuestra mano para controlarlo mejor. Segundo, decid el nombre del arte y abrid los ojos si los teníais cerrados. Tercero, manteneos concentrados para que no se desvanezca. Ah —añade—, a algunos de vosotros no os saldrán los hechizos. No os preocupéis: significa que tenéis afinidad nula con ese elemento. Unos os saldrán genial y otros no os saldrán por mucho que lo intentéis. Es completamente normal y no lo sabréis hasta que lo intentéis.
Muchos de los alumnos, mi grupito y yo incluida, parecemos reticientes a empezar a probar cosas nuevas dentro de un recinto cerrado. ¿Y si rompemos algo porque perdemos el control? Eso mismo deja caer un alumno cualquiera que no veo desde aquí.
—Oh, vamos —responde la profesora—. Esta sala ya la tenemos para esto. Está protegida con una barrera de grado 9. Mirad.
Valira hace un gesto para que los que tiene enfrente se hagan a un lado. Después, extiende ambos brazos, con las manos abiertas y apuntando los dedos hacia arriba. Hace una postura con los pies como si fuera a lanzar algo que tiene mucho retroceso.
—¡Hiperfulgor del perihelio solar!
Un gran haz de luz de, al menos, un metro de diámetro sale de las palmas de la decana e impacta en la pared que tiene delante. El lanzamiento es tan potente que los pies de la maestra retroceden unos centímetros hacia atrás. Por no hablar de que la luz es tan intensa que tenemos que apartar la vista. El espectáculo dura cinco segundos, lo suficiente para haber desintegrado a cualquiera al instante. En vez de eso, la pared que ha recibido el impacto de lleno ni siquiera tiene un rasguño.
—¿Veis? Si mi arte de luz más potente que conozco no ha conseguido dañar la barrera, nada lo hará. Y ahora a practicar. ¡Vamos!
Sí, quizá sea hora de ponerse a ello. Minka, Corvin y Finn me miran con curiosidad. Creo que están esperando a que tome el primer paso. Qué cabrones, ¿no? Bueno, no me he pasado dos años empollando como para que ahora me dé cosa.
Respiro hondo.
Cierro los ojos.
Abro mi mano y la dejo a media distancia.
Visualizo una bola de fuego encima de la palma de la mano.
Arde con un fuego rojo y en una perfecta forma esférica.
Cada vez la visión es más real.
—Bola de fuego.
Al final, abro los ojos para contemplar el resultado.
Está ahí, igual que en mi cabeza, pero más grande. Aproximadamente del tamaño de una pelota de fútbol. No la toco con la mano, puesto que flota a unos centímetros de ella, pero noto su temperatura: es cálida sin ser abrasadora.
Me sorprende que el primer intento me haya salido tan bien. ¿Es esto lo que llaman suerte del principiante? Corvin está flipando y Finn sonríe. Solo puedo esgrimir una sonrisita. El fuego se desvanece poco después cuando dejo de tenerlo en mi mente.
Esto es una pasada.
El machito de nuestro grupo intenta imitarme pero con pésimos resultados: su bola de fuego es inexistente. ¿La bola de agua? Una burbujita de nada. ¿El aire? Minka dice que le ha parecido notar una brisa durante un segundo. Abrumado y casi deprimido, a punto de tirar la toalla, intenta crear la piedra. ¡Y vaya si lo consigue! Del tamaño de mi bola de fuego o quizá más grande. De la sorpresa pierde el control y se le cae encima del pie... pero se desvanece antes de tocarlo.
—¿Ves? —le sonríe Minka, dándole un pequeño codazo amistoso— ¡Algún elemento tiene que salirte!
Después de eso, los cuatro seguimos practicando las artes elementales, al menos una cada uno. Se ve que a mí me sale bien el fuego y la luz, pero el agua y la sombra ni siquiera consigo crearlos... justo al contrario que a Finn. Corvin es bueno en la tierra, mediocre en el agua y nulo en todo lo demás. Minka parece tener un don para el aire, pero no consigue invocar ningún otro elemento.
Ding, dong, dooooong.
—Venga, ¡todos a refrescarse! —exclama la profe Andrade dando dos palmas para reclamar nuestra atención— En media hora os quiero ver aquí y continuamos la lección. ¿De acuerdo?
Se puede mascar la emoción en el ambiente: el alumnado parece contento. Nuestro grupito sale con el resto de peña hacia fuera de la clase y a la izquierda, en dirección al recreo. Las puertas están abiertas de par en par.
Salimos afuera. La zona de recreo de la academia, o mejor dicho, la parte de atrás, no tiene mucho misterio: una fuente de agua decorativa circular, algunos bancos alrededor, zona de hierba recién cortada y varias fuentes de agua potable. Hacia la derecha y un poco más allá vemos un edificio circular, que se parece a esos coliseos de magic royale que salen por la tele. Vamos, el deporte ese donde hechiceros se enfrentan unos contra otros en combates vistosos y nada mortales. Como la lucha libre pero la magia es de verdad. Es un edificio de quizá dos plantas de altura, hecho de piedra y robusto. Si no te fijas bien, parece un coliseo romano. Justo al lado hay una camioneta de comida, o food truck como lo llaman los modernos. Huele ligeramente dulce, pese a la distancia: deben hacer bollos y otras cosas dulces.
Buscamos un banco donde sentarnos y aclararnos un poco la cabeza. Elegimos uno que está vacío. Nos sentamos todos menos Minka, que prefiere quedarse de pie y moverse. Es como una garrapata, no se puede estar quieta.
—Qué chungo todo esto de la magia, ¿no? —reflexiona Corvin, de brazos cruzados y mirando hacia el suelo.
—¿Chungo? ¿Por qué? —le replica Finn.
—No en el mal sentido, ¿eh? Quiero decir, que... que es flipante que esta mañana fuese una persona normal y ahora puedo invocar pedruscos cuando quiera. Yo quería ser luchador de magic royale —finalmente mira al de pelo azul— y ahora mi sueño está cada vez más cerca. ¿Te gusta el magic royale, Finn?
—¡Alicia! —Minka se detiene un segundo y me pide que me levante— ¡Ayúdame con algo!
Ni siquiera puedo escuchar qué responde Finn a la pregunta de Corvin. Me levanto y me pongo a su lado, parece que quiere enseñarme algo con el móvil.
—¿Conoces a AuraPlay?
No me suena, no.
—Es una chica que sube vídeos a su canal de YouTube. Siempre empieza sus vídeos con "¿qué pasa 'chiceros? ¿Todo bien, todo correcto? ¡Y yo que me alegro!" y graba sugerencias de artes bien detalladas. Ponte ahí —me señala a un par de metros más allá— que voy a intentar una cosa que subió ayer.
Asiento y me voy hacia el lugar indicado. Minka se prepara como nos enseñó la decana hace una hora: cierra los ojos y se concentra, pero con una diferencia: al abrir los ojos pega un salto.
—¡Impulso eólico!
La pelirroja se impulsa a toda velocidad hacia adelante, creando una pequeña ráfaga detrás de ella. Pero... ¡Pof! Se choca contra mí y las dos caemos al suelo, ella encima de mí. Mi rodilla toca sin querer en la entrepierna de Minka y puedo notar algo blandito.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—¿Tienes un bulto entre las piernas? —le devuelvo la cuestión, un poco extrañada.
—Es mi pito, ¿algún problema?
Le haría más preguntas sobre qué quería decir con "pito", pero nuestra atención se desvía a otra parte: una muchedumbre de gente se acaba de reunir en un punto. La del bulto extraño se incorpora y me ayuda a levantarme mientras le pregunta a los chicos qué pasa.
—Ni idea... —responde Finn.
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