Estaba en el campamento y Trinidad le dijo que pidiera algunas cosas para dormir. Había dos grupos: las esposas quienes le miraban con cierto recelo, y las prostitutas que también le miraban mal, posiblemente pensaban que era la competencia.
Se acercó a una señora mayor, de unos cincuenta años, estaba jugando a las cartas con unos soldados mientras bebía un licor de caña y la miro de arriba abajo.
-¿Eres nueva? porque te diré que la competencia es dura y pareces muy inexperta.- le dijo la señora- Podría decirse que soy La Madame de esta sección, pero cada una trabaja por su cuenta. Simplemente no quiero que mueran desangradas, desgarradas... Aunque no lo creas yo puedo ver quiénes son buenos clientes y quienes no lo valen. Quienes no me hacen caso no han tenido buen final ¿sabes?
- Buenas noches madame, mi nombre es Diana. Gracias por la advertencia, pero actualmente ya tengo oficio en la cocina junto a Trinidad. Vine a pedirle si me podía brindar unas cobijas, ya que la noche es fría.
La Madame le miró de arriba a abajo – Si puedo, pero nada es gratis en esta vida. ¿Tienes dinero?
- Lo siento, no poseo.
- ¿Joyas? Para que hayas llegado sola debes de vivir en la miseria, sino algún familiar tuyo se preocuparía por tu honra. Aunque como están las cosas ya no a muchos les interesa ese tema. Por eso estamos acá entregadas al libertinaje y la disolución – sonrió – Sabes ¿por qué no simplemente entretienes a las chicas que están de descanso?
- ¿Entretener?
- No seas tímida. Son todas mujeres. Si alguien se comporta de manera indecente contigo solo grita. A no ser que te interese...
- ¿Indecente? - Luna esta confundida.
- Si tienes miedo y no te crees capaz regresa por donde viniste. Dudo que te mueras de hambre. ¡No necesito mojigatas en este lugar! Es tu decisión, nadie te está obligando a nada. Todos luchamos por la libertad.
Luna lo pensó un rato, lo ideal hubiera sido decir que no, pero luego pasó cerca a donde estaban las chicas. Estaban en ropas interiores, bebiendo, parece que se habían cansado de usar el corset.
- Simplemente sirve más alcohol. Si quieres te quedas, sino te vas. - Le gritó La Madame desde el otro lado de la habitación. - Estaba prohibido que lo hombres pasasen por ahí. Era como su zona de relajo.
Decenas de chicas tomando, sonriendo, fumando, comiendo, ¿besándose?, ¿acariciándose?. Por un momento se acordó de aquel beso con Beatriz y sintió electricidad por su espina dorsal, además de una ligera palpitación en su parte inferior, esa era una sensación nueva, estaba colorada, y quería ir al baño. Definitivamente un muy mal momento para querer ir, ¿no?
Se acercó una morocha, tenía los cabellos rizados en trenzas y su piel era color café con leche.
- Hola princesa, ¿eres nueva?
Luna no sabía que hacer, en realidad estaba más enfocada en ver como haría para ir al baño, ¡que rayos! No tenía nada que perder.
- Disculpa – estaba totalmente colorada- ¿sabes donde habrá una bacinica?.
- La chica se empezó a reír - ¿Es que recién salió del convento? Porque le cuento que esto es un campamento. Imagínese si cada persona llevase su bacinica.
¿Entonces que debo de hacer?
- ¡Escúchame novicia rebelde! - Le miró directamente a los ojos, le inspeccionó como La Madame luego sus ojos brillaron y se mordió el labio inferior. - Sabes afuera es peligroso. Te acompañaré. Hay algunos arbustos ahí, puedes miccionar con toda comodidad.
Y en realidad eso hicieron, toda la situación era un poco extraña por llamarlo de alguna manera. Luna se dirigía a donde le indico aquella chica, ni siquiera le dijo su nombre.
Cumplió su palabra y le espero.
- Gracias, supongo.- le dijo Luna
- No hay de que. En serio no conoces nada niña. Tienes suerte que te tocó conmigo. ¿Por qué estabas allí? - preguntó la morena
- La Madame me dijo que les sirviera alcohol si quería frazadas para dormir.
- Ella es a la última persona que deberías preguntarle, estimada. Sus únicas debilidades son el alcohol y los hombres fuertes con pistola en mano y barba entera. Pero, entre nosotras, hay otras que no pueden resistirse a una cara angelical.- sonrió
- ¿Por qué? - preguntó Luna un poco nerviosa, mirando al suelo.
Ella no dijo nada y solamente se acercó mucho hasta que Luna se sonrojó – Hay algo delicioso en el hecho de poder corromper lo prohibido...- sonrió – y me encanta como tus mejillas se sonrojan cada vez que me acerco. ¿Tu sabes lo que pasará?, ¿lo anhelas?, ¿o simplemente ya lo has visto? - le abrazó por la cintura, Luna podía sentir sus pechos sobre su espalda. Estaba sin corset, podía sentir la dureza de sus pezones a través de su ropa, mientras reprimía un gemido que quería salir de su garganta.
- Prometo no hacer nada que tu no quieras. Por cierto llámame Mariana.- le dijo al oído y sintió en su aliento el alcohol, mientras se le erizaba la nuca, estaba temblando, ¿se estaba excitando?- Acompáñame a mi recamara pequeña Diana, no tengo clientes ¿sabes? Simplemente prefiero estar aquí, me siento más libre e incluso le pago renta a La Madame. Aunque mi vida te debe sonar aburrida, puedo escuchar tu corazón acelerándose ¿sabes?- mientras decía todo ello la seguía abrazando del cuello y la empujaba lentamente hacía la puerta, su olor era embriagador. Salieron y Luna pudo sentir la brisa que le despertó un poco, su razón le decía que no debía de seguir, su corazón que no le amaba. Había sido un día tan duro, se sentía traicionada por Beatriz, descubría sentimientos que ni siquiera sabía si eran normales. Era otro mundo.
- Consuelame Mariana – por fin respondió Luna
- ¿Y que quieres que haga?- le dijo
- Quiero que me hagas sentir viva. - Luna se acercó y le dio un beso en la boca.
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