Una noche de finales de verano en la meseta castellana. Fresca, pero no fría, sino agradable; oscura, como una noche debe ser. Las lágrimas del cielo se dejan ver en forma de estáticas estrellas que salpican, de manera casi aleatoria, el immenso firmamento. Tan místico y, a la vez, tan relajante.
Por eso, desde que ha empezado el curso y hasta que la temperatura no me lo permita, me siento cada noche aquí, en este banco, fuera del campus, con una libreta y boli, a escribir lo que me salga de las profundidades de mi imaginación. O de lo que desee Musa porque, al fin y al cabo, estoy gobernada por sus acciones.
Este lugar es especial para mí. Desde este ángulo y a esta hora de la noche la academia tiene un aspecto lúgubre, sombrío: la luz de la luna ilumina desde detrás la azotea del edificio y provoca este efecto de casa encantada. No es bien bien igual, pero me inspira para crear el Instituto del Mal, el lugar donde la protagonista de mi novela Institute of Evil vs Academy of Heroes, de nombre Nameless, lleva como puede su vida.
Absorta en mis divagaciones mentales, no me doy cuenta que alguien se sienta a mi lado, aunque dejando dos palmos de distancia entre nosotras. Pelirroja, natural. Pelo corto y desaliñado. Rellenita, bastante. Con una sonrisa de oreja a oreja que no parece forzada: debe salirle de manera natural. Musa dice que debe ser extrovertida: ejercer cuidado.
—Anda, ¡tú estás en mi clase! ¡Ja, ja! ¡Qué coincidencia!
No sé qué le parece tan divertido. Al fin y al cabo, si alguien es joven y merodea por esta zona es que debe estudiar aquí.
—Alma Viñedo —le digo mi nombre, asintiendo y sin devolverle la mirada.
—Así que ese es tu nombre, ¿eh? ¡Ja, ja, ja! ¡Misterioso como tú misma! ¡Te sienta como un guante!
Musa dice que no se está burlando de mí, sino que es así de divertida de por sí.
—Yo me llamo Augusta Ransil. ¡Encantada! —prosigue— ¿Y qué haces a estas horas por aquí?
—Escribir.
—¡Anda! —exclama— ¿Eres escritora? ¡A mí me encanta leer!
—Mhm.
—¡Quiero montar una biblioteca/librería en el pueblo! —Sí, sí, ha dicho literalmente biblioteca barra librería.— ¡Donde puedas tomarte algo y leer y, después, si te gusta lo que lees, comprarlo y continuar en casa! Ya tengo el nombre pensado y todo: ¡Biblioría! No, espera, mejor este: ¡Libreteka! ¡Con una "k" para que suene más guay!
—Interesante —murmuro bajito. La idea es original pero... habla demasiado.
—Y bien: ¿qué género escribes? ¿Tienes algo guay? ¡Quiero ver, quiero ver!
Por el amor de dios, qué pesada. Musa sugiere que le deje el móvil con mi perfil de Tapas a ver si así se calla un rato. Lo saco del bolsillo del pantalón del chándal, lo desbloqueo y le abro la web en mi perfil.
—Toma.
A pesar de ser tan impetuosa hablando y actuando, me toma el móvil con mucho cuidado y lee atentamente lo que hay escrito. Al menos estará un ratito callada.
Es curioso, ¿no? No me gusta interactuar con la gente. La gente es impredecible, impertinente, inconsciente, incontrolada, incesante, indiscreta... inadecuada para mí. Sin embargo, Augusta tiene un aura radiante que ilumina hasta la más oscura de las tinieblas. Más que una persona podría considerarla un pozo inagotable de felicidad con piernas.
Porque, y tal y como dice Musa, cualquier persona normal, corriente, cualquiera, se hubiese reído al mencionar que escribo y se hubiera marchado riéndose. Que un manantial de bonanza y júbilo como ella se pare a sentarse y leerme en calma y silencio como espero que cualquier persona lectora de libros haga me parece digno de admiración y de respeto.
Ella sigue completamente ensimismada en mis obras. Sus expresiones indican que se lo está pasando en grande. Me pregunto qué estará leyendo. Bueno, no importa: prefiero que lo disfrute. Yo a lo mío.
***
Ha pasado una hora, más o menos: lo suficiente para llenar dos hojas de la libreta por delante y por detrás. Suficiente por hoy; debería volver al campus para transcribirlo y colgarlo en Tapas. Mis lectores estarán esperándolo con ansias.
—¡Atiza! Se ha acabado la batería. ¡Ja, ja, ja! —me devuelve Augusta el móvil, con tanta vida como cualquiera de las piedras del suelo— Con razón tienes más de diez mil seguidores, ¡tus obras molan mucho! ¡Je, je, je!
—Gracias.
—Bueno, será mejor ¡que me vuelva al catre! ¡Je, je, je! ¿Estarás por aquí mañana a esta hora?
¿Un sábado por la noche? Por supuesto, me muero de ganas de irme de fiesta con mis amigues imaginaries. Me encojo de hombros y asiento levemente.
—¡Genial, Cirkadia! —sigue, mencionando mi nombre de usuaria. Espero que no le dé por llamarme así en público— ¡Nos vemos mañana! ¡Hasta luego, cocodrilo! ¡Ja, ja, ja!
Después, silencio.
Me gusta el silencio. La profundidad y extensión del silencio a medianoche, con tan solo algún que otro grillo contaminando esta pureza acústica, pero silencio al fin y al cabo. Ayuda a relajarte, a concentrarte, a inspirarte. Creo que es el compañero perfecto de la noche.
En condiciones normales, alguien como Augusta, de carcajada fácil, me hubiese puesto de los nervios. Sin embargo, su pasión y respeto por la lectura contrarrestan lo ruidosa que es. Creo que es mi otra musa: siento que podemos hacer grandes cosas juntas. Si ella quiere, claro.
Pero que no me llame por mi nombre de usuario en Tapas, no vaya a ser que me confundan con mi hermana Ana: mayor que yo en tres años y profesional en el magic royale. Vaya, es ella la que sale en la tele, no yo. Lo del nombre es una larga historia. ¿Quizá para otra noche?
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Alma Viñedo está basada en Cirkadia (twitter: @cirkadia). Augusta Ransil, en Ransil (twitter: @_Ransil_). La Libreteka es una marca registrada (?) de Ransil (sí, existe IRL). Es mi homenaje a estas dos personas que aprecio mogollón.
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