Noche del sábado, 15 de septiembre.
Después de volver del monte, nos relajamos y cenamos unas apetitosas hamburguesas que había preparado mi padre. Acto seguido, subimos los cuatro a mi habitación.
Nunca antes había pensado que mi habitación era pequeña. Alguien podría pensar que, para una sola joven adolescente, sería un cuarto tirando a grande: tengo una cama en la que fácilmente caben dos personas, un sofá-cama con una pequeña mesita, un armario con toda mi ropa, la tele y el portátil, la estantería con libros y manga y, por supuesto, la ventana que da al exterior. Que, vale, la ventana no es un mueble, pero por contabilizar lo que tengo.
Pero al meternos los cuatro aquí, desde luego que se hace pequeña. Minúscula. El sofá tampoco es tan grande, o eso es que Corvin y Minka son grandotes. Alguien va a tener que dormir en el suelo...
Tengo preparadas actividades para cuando nos hayamos dormido. Sin embargo, recién cenados, nadie tiene ganas de meterse a dormir. Quizá después de una peli o algunos capítulos de alguna serie en Netflix...
—Me pido dormir con Alicia.
¿Qué? ¡Y lo dice tan pancho! Quiero decir, no es que me importe, Finn es buena persona al finn y al cabo, pero...
—Es la opción más lógica, ¿no creéis? Su cama está pensada para una persona y yo soy quien es de tamaño más parecido a ella. Vosotros dos no cabríais con ella en la cama.
—Tienes razón. ¡Me pido el sofá! —salta Minka.
—Pues yo al suelo. Mientras tengas un cojín...
No sé qué acaba de pasar. ¿Ha sido todo esto una maniobra premeditada o simplemente ha dicho algo malinterpretable y ha sabido redirigir la conversación? Creo que los otros dos estaban esperando a decir algún comentario fuera de lugar, como insinuaron el primer día cuando se enteraron que comí en casa de Finn, pero se callaron al explicar su razonamiento.
En cualquier caso, mejor que nos pongamos cómodos hasta que nos entre sueño. A ver qué hay que se pueda ver en compañía...
***
Han pasado dos capítulos de esta serie que pinta interesante, pero con la puerta cerrada y tan solo la ventana entornada la verdad es que hace bastante calor. El suficiente para que Minka se despelote, quedándose en bragas y en sujetador.
—Uh...
Creo que Corvin tiene algo que decir y no sabe cómo.
—¿Mm?
—¿Tienes... um, cáncer o algo? —Sip, se nota que está muy incómodo preguntándolo— Lo digo porque se te ve un bulto raro en las bragas...
Oh, cielos.
—Ah, ¿esto? —creo que le enseña su interior, pero está oscuro y no lo veo muy bien— Nah, es mi pene. Esto no se quita con quimioterapia.
—¡Pero qué cojones!
—¿Te gustan? Porque a mí no mucho.
—¡No quería decir eso! —tengo que poner la pausa a la serie porque esto es digno de presenciar— No sé, estoy un poco sin palabras. ¿El resto lo sabíais?
Finn y yo asentimos, casi al unísono.
—De hecho —el peliazul añade— yo también soy especial. En el sentido de que yo no tengo lo que vosotros.
—¿Eh? —el moreno se queda pensativo unos segundos— ¡Ah! Joé, qué rebuscao. ¿No es más fácil decir que eres una chica y ya está?
—Sería más fácil decirlo, sí, si lo fuera. No soy una chica —Finn aclara, bajo la mirada extrañada de Corvin—. Mira, hay chicos sin pene y chicas con pene. No es tan difícil. Lo que tengamos entre las patas no nos define lo que somos.
—Ah. La primera noticia que tengo de que eso era posible —al menos, parece entenderlo. Es un alivio—. ¿Hay más así en la academia?
Minka y Finn se miran uno al otro.
—Ni idea.
—No me he parado a preguntarle a todo el mundo. No es algo que se vea a simple vista, ¿sabes...? —Finn tiene razón: si no me lo llegan a decir no me entero. Aunque igual solo soy yo.
Corvin ahora me mira a mí.
—¿Y desde cuándo lo sabes tú?
—¿Yo? —me doy un segundito para pensar— A Finn desde el primer día, a Minka desde el... ¿martes? Ya no me acuerdo.
—Me pilló en pelotas en mi casa —ríe el chico transgénero.
En bolas no, solo lo pillé sin camiseta. Aunque... no me importaría volverlo a ver... Tiene un cuerpo que me gusta.
—Qué fuerte. ¿Y por qué no me lo habéis dicho antes?
Los dos trans miran hacia otro lado.
—Um... Creo que tenían miedo de cómo pudieses reaccionar —comento—. Nos conocemos desde hace poco y tú pareces más... ¿menos comprensible? No sé si me explico.
Ay madre. No sé si ha sido buena idea decirle eso a la cara. Pero es que es verdad, con sus pintas y actitud de machito... Corvin se calla durante un segundo y después se ríe.
—¡Pero si no tengo nada contra vosotros! ¡Y me caéis bien! Bueno, no os preocupéis, no me lo tomo a mal. Confiad un poco más en mí, ¿vale?
Menos mal. Un soplo de alivio se respira ahora entre los presentes. Ya, quizá deberíamos habérselo comentado antes. Pobrecillo.
Bostezo. Está empezando a entrarme sueño.
—¿Nos vamos ya a dormir? —pregunto al resto— Se está haciendo tarde...
El resto están de acuerdo. Solo es cuestión de apagar el portátil, las luces y acurrucarme contra Finn en mi cama. Su pelo es tan suave, su piel tan fina; huele a hombre delicado... Voy a tener que invitarlo a mi cama más a menudo... Zzzz...
***
Yo soy la primera en quedarme frita: de por sí, ya tengo facilidad para dormirme, pero el ajetreo de este sábado y la ternura de mi compañero de cama ha hecho adormilarme pronto. Como es de costumbre, aparezco en mi mundo de los sueños interior. Está tal y como lo dejé anoche: mi casita de madera en mi prado de hierba color rosa chicle y cielo azul pastel, con niebla a lo lejos. Como siempre, vaya.
Pero para esta noche, les tengo preparada una sorpresa. ¡Vamos a vivir una aventura de tomo y lomo! Como si fuera un anime de esos de batalla, con su mazmorra y sus dragones y sus trampas. ¡Espero que me salga bien! Para ello, amplío un poco mi humilde morada de madera. Le doy un aspecto un poco más hogareño, como si fuera un refugio de montaña, con su fuego a tierra, su mesa de madera maciza y sus sillas. Pongo un espejo para que cuando lleguen los otros tres puedan cambiar su aspecto. Ah, ¡decorar así es genial! ¡Solo tengo que pensarlo! Es como si estuviera jugando a Los Sims o al Animal Crossing. Qué recuerdos...
Pongo la mesa y las sillas de tal forma que yo tenga a los otros tres en frente y me siento en una silla, con pose interesante, para recibirlos así cuando lleguen. No tardan mucho en aparecer: los tres con su pijama y/o camiseta que han usado para dormir. Y yo aquí, con mi sombrero y túnica de bruja. Es hasta gracioso.
—¿Pero qué cojones? —exclaman Corvin y Minka casi al unísono.
Finn no está tan sorprendido: solo se mira a sí mismo y a su alrededor.
—Esto... no es real, ¿no? —pregunta.
Ay, qué monos. No puedo evitar soltar una risita mientras me levanto de la silla y doy una vuelta sobre mí, extendiendo mi mano derecha.
—¡Bienvenidos a la Teocracia Onírica de Arcadia! —exclamo en mi voz más solemne jamás— Yo soy Alicia Wilkins, ¡la diosa suprema de este sagrado lugar! ¡Rendidme pleitesía, fieles vasallos!
Corvin y Minka estallan a carcajadas. Finn se lo aguanta como puede. ...Mejor me vuelvo a sentar.
—Je, je. Eso es tan poco tú, Alicia... —opina el de pelo azul.
—¡O-oye! T-tan solo quería darle un poco de vidilla al asunto...
Cuando terminan de reírse de mi pésima actuación, gasto cinco minutillos en explicarles todo el rollo ese de que tengo un mundo interior al que solo puedo acceder cuando duermo y tal y pascual. Finn es el más rápido en pillarlo: sí, es como la "sala de entrenamiento" del profe Hans, el de combate.
—Por eso tenías tantas ganas de que nos quedásemos sopa, ¿eh? —ríe Corvin— ¡Esto puede ser divertido,diosa Alicia!
Empiezo a arrepentirme de haberme flipado así.
—El caso —explico, intentando ignorar el apelativo— es que os he preparado una serie de pruebas que debéis superar para... bueno, para divertirnos, que no es que os vaya a dar premios ni nada, eh. Aquí el maná es infinito, no os cortéis a la hora de usar magia.
Señalo al espejo.
—Si os ponéis ahí enfrente y pensáis en algo, cambiaréis vuestra apariencia a lo que queráis. De verdad. ¡Como si os queréis convertir en hadas o monstruos!
Minka es la primera en ir hacia el espejo. Tras unos segundos, estalla una pequeña bomba de humo a su alrededor (lo he programado así, como cuando un ninja se transforma o huye en un anime) y se convierte en lo que ha pensado. Que parece ser nada más y nada menos que un híbrido entre un felino y una chica cisgénero, aparentemente. Ahora es de la altura mía y de Finn, es decir, metro sesenta y algo, con más pecho que yo y una figura más femenina que la mía, me atrevería a decir. De su pelo corto y rojizo le salen dos orejas de gato, también del mismo color. Si aún mantiene las orejas de humana se verá muy rara. También le sale una cola del final de la espalda del mismo pelo naranja que las orejas. En cuanto al vestuario, lleva unas botas altas con un poco de tacón, una falda corta de pliegues y una blusa ajustada, ambas de color blanco. Que le pega, puesto que sigue estando morena de piel, en plan bronceada.
—¡Ya soy una mujer de verdad ahora!
Si hasta la voz le ha cambiado. No sabría decir de qué manera: es femenina pero no se parece a ninguna de las chicas que he conocido hasta ahora.
—Tienes un ideal de "mujer de verdad" muy distorsionado si crees que tienen orejas y colas de gato —sonríe Finn y acercándose ahora él hacia el espejo—, pero ya me parecías una mujer de verdad antes.
Nuestro chico transgénero se convierte en una versión un poco más alta de él mismo, con menos curvas (o sea, más masculino). Lo que sí cambia drásticamente es su atuendo: ahora con un traje negro de hombre completo, con sus pantalones y su americana negra, una camisa blanca y una corbata del mismo color que su pelo. Al principio se puso unos mocasines negros, relucientes y brillantes, pero después se los cambió por un calzado más cómodo. Negro igual, ahora mate. Como aquellas tenis que anunciaban en la tele que parecían calzado de vestir. Como accesorio extravagante, una espada de hoja muy fina y afilada, vamos, un estoque. Todo ello con su funda de cuero y situada en el lado izquierdo, unida al cinturón.
Qué elegante. Así sí da gusto ver hombres: el estereotipo de macho con músculos a mogollón está muy masticado ya.
...Estereotipo que Corvin se ha cogido para su nueva apariencia. Sigue siendo él, sin camiseta, midiendo dos metros de altura y con unos músculos que parecen sacados de Yu Yu Hakusho. No podía faltar una espada el doble de grande que él. Espero que no sea una manera de sobrecompensar otras partes de su cuerpo.
—Confiad en mí, os protegeré a todos —vacila Corvin, blandiendo su espada y haciendo una pose. Solo le falta la selfi.
Más te vale, Cloud Strife. O te invoco a Bahamut y te reduzco a cenizas.
Una vez han terminado los tres de redefinirse, les llamo la atención. Se acercan a mí. Debo resistirme a rascarle las orejitas a Minka.
—Bien, ahora que ya estáis agusto con vuestros cuerpos, ya podemos empezar las Grandes Pruebas. ¿Estáis preparados para divertiros?
Silencio. Gracias por recordarme que no sirvo para estas cosas, cabrones.
—B-bueno. Afuera hay una cueva. Allí es donde empezará todo. Vamos allá, ¿no?
Los otros tres asienten con la cabeza y toman la delantera, primero saliendo de la casa. Yo les sigo. Hay... algo que no me acaba de cuadrar. Tengo una sensación extraña, como si alguien nos vigilase. No debería haber nadie más que nosotros cuatro; mis padres duermen al fondo del pasillo y no les llega el radio de acción de la exploración onírica.
Al salir de la casa, noto interferencias. Como cuando se te corta el wifi mientras miras un vídeo, que se pixela. Esto no debe pasar.
—¡Esperad...!
Pero antes de que pueda terminar la frase y poner el otro pie en el suelo, mi mundo onírico desaparece, convirtiéndose en un oscuro vacío. Caemos, los cuatro, a un pozo sin fin.
—¡Aaaaaaaaah!
Cuando pensábamos que el abismo no tendría fin, unos ojos brillan en la oscuridad.
—Poneos de pie.
Eso hacemos. No sé cuándo hemos tocado suelo, pero es sólido lo que hay bajo nuestros pies. Este espacio da un poco de mareo, puesto que no se sabe dónde está arriba y dónde abajo. Solo podemos vernos a nosotros y a los ojos que brillan en la distancia. A juzgar por su altura, está sentado... o es muy bajito.
—Menuda manera más chunga de empezar, ¿no, Alicia? —comenta Corvin, aunque su expresión cambia al verme. Debo estar aterrada.— ¿...Alicia?
—Yo... —titubeo— N-no he planeado n-nada de esto...
—¿¡QUÉ?!
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