—El último en entrar por favor, cierre la puerta. Y recuerden, una vez iniciada la clase preciso silencio absoluto.
Los chicos asintieron, Deyan había llegado a tiempo. Las clases de Treblon eran sus favoritas, el hombre era serio, sí, pero su metodología era interesante. Tenía una forma particular de hablar que mantenía a los estudiantes interesados. Aplicaba juegos para sus evaluaciones y engañaba fácilmente al que no estuviera atento. Treblon daba psicología, considerada por mucho una de las materias más aburridas, pero no con él. Es por eso que su clase era la más matriculada y aquella por la cual muchos estudiantes competían, ya que solo los 30 mejores promedios podían asistir.
—Buen día, estudiantes. Veo rostros nuevos y eso me hace feliz; aquellos chicos que estén ingresando a mi materia por primera vez por favor ponerse de pie.
Cinco jóvenes se pusieron de pie con rostros confundidos y algo expectantes.
—¿Preocupados? —preguntó el profesor con una leve sonrisa
Los chicos se limitaron a sonreír.
—Yo no —respondió uno.
Todos voltearon a verlo. Era un chico larguirucho de rostro pecoso.
—Muy bien ¡Esa es la actitud que me gusta! ¿Te sientes confiado?
—Algo así —respondió con indiferencia.
El resto de los compañeros no pudieron evitar reír un poco.
—excelente, ven acá conmigo, hagamos algo divertido —llamó el profesor.
El chico se limitó a caminar al frente con actitud despreocupada.
—Dime tu nombre
—Solo dígame, Ted.
—¡Ok! —sonrío el profesor —. ¿Te sientes con suerte, Ted?
—Supongo —se encogió de hombros—. Pero no creo mucho en esas cosas.
— Vaya, tenemos un escéptico. Hagamos algo —puso un dedo sobre su frente.
Ted lo observó algo confundido.
—¿Qué piensa hacer?
Luego de un momento duda el profesor decidió alejarse.
—Oh… ¿A qué viniste a mi clase? —arrugó el entrecejo.
—Estoy con él —señaló a Deyan.
Este lo observó confundido
—¿Qué? —respondió —. No te conozco.
—¿Y eso qué? Vine a hablar contigo.
Deyan estaba completamente desorientado.
—Bien, si es el caso entonces regresa a tu asiento, iniciaré la clase.
Ted caminó hacia su asiento a un lado de Deyan.
—Patrones conductuales —inició el profesor—. Eso que nos hace ser como somos, personalidad, emociones, gestos, genética ¿Qué sabemos de los patrones de conducta? ¿Será cierto que podemos ser clasificados —siendo seres completamente individuales— en un patrón “determinado”?
—oye… —susurró Ted a Deyan —. ¡Oye! ¿Podemos hablar?
—No —respondió sin más.
—Pero, ¡Oye! ¡Préstame atención un minuto!
—¡Que no! —gritó girándose hacia él.
—Deyan, Ted, fue un placer recibirlos durante mi clase, ya pueden retirarse.
—¿Qué? Profesor, lo lamento, yo…
Treblo abrió la puerta.
—retírense.
Deyan salió a trompicones visiblemente molesto. Ted lo siguió a un paso de distancia.
—Oye… —lo tocó en el hombro.
—¿Qué demonios quieres? —giró con brusquedad quitándole la mano.
—tengo que hablar contigo.
—¿Sobre qué? ¡Por tu culpa me han sacado de clase! ¿Sabes lo jodido que es ver clases con ese tipo?
—Vaya, no pensé que fueras tan temperamental.
Deyan retrocedió un poco, tenía razón. Se estaba alterando demasiado.
—Lo siento, sin embargo, ¿Qué es lo que quieres?
—Primero, déjame presentarme formalmente, mi nombre es Ted Malkart.
—Deyan Kubrat.
—Sí, sé quién eres. Vengo a hablarte de la noche del festival. El alesio de Katsuo Taichi, Sophi Jerome, tuyo, y mío, se encuentra en Veaux. Y debemos detener esto.
Deyan se quedó estático procesando la información; cuando al fin sus cables hicieron conexión, se limitó a mirarlo confundido.
—¿Que acabas de decir?
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