Pasaron los días y seguiste sin aparecer, no volviste a aparecer por mi ventana como aquella noche. Cada noche me asomaba a la ventana a la misma hora a ver si estabas ahí. Pero seguía sin ver tu sonrisa huidiza destacar en la oscuridad de la noche. Ya había pasado una semana y seguías sin volver, así que yo ya no me molesté en asomarme al balcón. Hasta que, hace ya dos noches, volviste a tocar mi ventana. Estaba sentada sobre mi cama con mi laptop entre las piernas, y con una botella de agua fría entre las manos intentando pensar unas cuantas líneas con las que rellenar mi pequeña pantalla blanca e iluminada. Hasta que empezó a sonar algo en mi ventana. Sonaba con rapidez, fuerza y mucha insistencia. Así que me levanté a ver qué ocurría. Abrí la ventana y me asomé, no había nadie. Aproveché y salí a tomar el aire. Me apoye en la barandilla y dejé que el aire me hiciera cosquillas en las mejillas. Cuando menos me lo esperé, alguien se puso detrás de mí y me tapo los ojos. Me giré y te vi con tu sonrisa huidiza, y tus brillantes ojos verdes mirándome fijamente. Bajé un poco más la vista y pude ver que sostenías un pequeño ramo de hortensias azules entre las manos. Te volví a mirar impresionada. << ¿Cómo sabías que son mis preferidas?>> te pregunté hipnotizada por su claro color, sosteniendo el pequeño ramo de hortensias azules entre mis manos. << ¿Cómo no iba a saberlo siendo tu mejor amigo, Nash? Ya sabes que te conozco mejor que nadie en esta ciudad.>>, me dijiste con los brazos cruzados y un poco molesto. <<Ya lo sé, Ari, ya lo sé…>>. Te miré con una sonrisa tímida en los labios. <<Espérame, voy a ir a ponerlas en agua, no quiero que se estropeen>>, te dije. Volví a meterme a mi habitación a por un jarrón de color lila pálido que usaba como portalápices que había encima de mi escritorio al lado de un viejo joyero y un marco de fotos con una foto de Ari conmigo. Cogí el jarrón y fui al baño a rellenarlo y ponerle las flores. Cuando entré de vuelta a mi habitación, encontré a Ari curioseando una vieja y desgastada libreta de tapa blanda negra. Dejé el jarrón con las hortensias al lado del viejo joyero. Me acerqué a ti y te dije:
“- ¿Ari?
- ¿Sí, Nash?
- ¿Quién te ha dado permiso para entrar a mi dormitorio y curiosear mis relatos en vez de quedarte en el balcón esperándome?
-Nadie, pero ya sabes que no puedo resistirme a leer tus relatos cuando escribes uno nuevo.
-Lo sé, Ari, pero hay una cosa muy útil que se llama <<pedir permiso>>.
-Bueno pues te pido permiso ahora, Nash, ¿puedo leer tu relato nuevo?
-Déjame que lo piense. – me puse un dedo en la barbilla, y miré hacia arriba como si de verdad me lo estuviera pensando. – No
-Lo sabía.”
Te reíste y dejaste el cuaderno en mi escritorio. “Escribirás algún día sobre mí ¿no?”. “Si claro que sí, mi querido amigo, claro que sí”.
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