Alanzor Hasbim era el décimo de los hijos varones del rey, y el vigésimo tercero si se contaban también a las hembras. A sus catorce años era un chico callado, pero no tímido, algo frío según su madre y no tan listo como sus hermanos mayores según los maestros de la corte. Nadie tenía grandes expectativas en él porque nadie esperaba que fuese a ser algo en la vida; puede que un militar, si mejoraba un poco en sus ejercicios con la espada, o tal vez un pequeño terrateniente, si cuando su hermano accediera al poder decidía no ser demasiado severo con sus posibles rivales, pero nada más. De hecho lo más probable era que el sucesor del viejo rey decidiera eliminar a sus hermanos y parientes cercanos con tal de evitar un posible levantamiento en el futuro como siempre se había hecho, con lo que el joven Alanzor siempre disfrutó de una terrorífica infancia en la que todos eran potenciales enemigos a la vez que posibles herramientas, pues no todo eran desventajas en su nacimiento.
De los veintisiete vástagos que tuvo el rey, solo seis habían heredado los característicos ojos dorados de su padre, y Alanzor era uno de ellos. No se trataba de un requisito para ascender al trono, sin embargo por tradición el rey de Sults siempre había tenido los ojos dorados. Además de esta aparente nimiedad, el joven era hijo de la actual reina de su padre, lo que lo colocaba por delante de su hermanastro mayor Bemlos en lo que a la sucesión se refería. Por fortuna las pobres perspectivas de ambos muchachos los hicieron más amigos que rivales incluso cuando sus respectivas madres se odiaban a muerte.
Lo que nadie se esperaba, ocurrió pocas semanas antes del fallecimiento del tigre de Sults, sobrenombre del viejo rey, y es que tras una epidemia ocurrida en el palacio real la mayoría de los príncipes varones, y por desgracia casi todas las princesas, murieron en sudorosa agonía. Ello puso a Alanzor en la línea de sucesión al trono justo detrás de su hermanastro, e hijo de la primera reina de su padre, Hesbig, y también lo colocó en el punto de mira de aquellos que buscaban favores de la corona.
Hesbig era más tonto que una piedra, pero el primero de los hijos varones del rey y de la que fuera su primera reina, y también el primero en heredar los ojos dorados del monarca, con lo que su futuro estaba prácticamente asegurado. Era un joven alto y culto según muchos, aunque sus hermanos opinaran de él de forma muy distinta, pero sobre todo era un coleccionista de esposas. Sí, todas las concubinas, amantes y esposas eran pocas para aquel mujeriego, que llegó incluso a tener más mujeres que su padre, algo que muchos consideraron un severo caso de soberbia.
Alanzor nunca entendió la necesidad de su padre y hermano de tener tantas mujeres en palacio. A menudo él y Bemlos tenían que planificar los paseos diarios para evitar que sus madres se encontraran, pues cuando lo hacían… En cualquier caso tantas mujeres eran un despilfarro de dinero en mantenimiento como poco y suponían la eterna posibilidad del nacimiento de un nuevo heredero con el que más tarde el futuro soberano tendría que lidiar. Así que Alanzor lo tenía claro; cuando llegase el momento, si llegaba, tendría un solo hijo y si acaso algunas hijas, que más tarde se iban de la casa al casarse, pero nada más. Bemlos a menudo se reía de él cuando le oía decir aquello, pero hasta su hermanastro estuvo de acuerdo en que tener hijas a las que luego casar en ventajosas alianzas políticas, como el caso de su hermana mayor Samara, era mucho mejor que lidiar con tantos posibles herederos.
Volviendo a la situación de nuestro protagonista, lo cierto era que pese a su actual posición en la línea de sucesión, el nacimiento del primer vástago de su hermanastro Hesbig hizo que siguieran ignorando la existencia del joven Alanzor unas cuantas semanas más, hasta que finalmente el rey, ya viejo y cansado, murió.
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