Al día siguiente, Waldo caminó de regreso a su edificio con una enorme sonrisa de oreja a oreja a pesar de que había tenido una jornada de trabajo más pesada que de costumbre. Como aquel era el último lunes del mes, y por lo tanto era el día en que recibía su paga mensual, pasó por la tienda de comestibles y compró cuatro latas de sardinas y una gran botella de jugo de manzana para compartir con su nuevo compañero de cuarto.
Wenceslao lo estaba esperando con ansias, a pesar de que se había zampado un par de ratones que vivían en uno de los agujeros de la pared de la buhardilla, éstos no habían logrado satisfacer su hambre en absoluto pues estaban muy flacos porque en ese lugar no encontraban suficiente comida como para engordar. En cuanto Waldo llegó, le abrió su correspondiente lata de sardinas y le convidó la mitad del jugo de manzana, y cuando quedaron los dos satisfechos, se dispusieron a empezar con las lecciones de música.
El gato trataba de enseñarle al chico lo mejor que podía, pero él no consiguió mejorar en nada, sus notas seguían siendo tan chirriantes como siempre. A pesar de eso, no quiso darse por vencido y siguió practicando hasta muy entrada la madrugada hasta que se dejó vencer por el cansancio.
Los siguientes días transcurrieron igual: Waldo volvía del trabajo con comida y bebida para los dos, y al terminar la cena, se sentaban en el alféizar de la ventana para practicar con el violín. Wenceslao se desgañitaba enseñándole a Waldo con suma paciencia y él seguía sin hacer ningún progreso, por el contrario, parecía que sus notas eran cada vez más y más desafinadas.
Para el viernes, a Waldo le quedaba tan poco dinero que únicamente le bastaba para comprar una lata de sardinas y medio litro de jugo, si su situación económica seguía así no podría mantener el trato que había hecho con el gato. El sábado por la noche, dando vueltas sobre su incómodo catre mientras trataba inútilmente de conciliar el sueño, su mente se iluminó e ideó un plan que podría sacarlo de su apuro.
El domingo, Waldo se levantó muy temprano por la mañana y se alistó para ir a la plaza como de costumbre. Wenceslao lo observaba con una mirada confusa. — ¿Vas a salir a tocar? ¿No crees que deberías esperar un poco hasta que logres perfeccionar lo que has aprendido? — le preguntó sutilmente para no ofenderlo, porque a esas alturas él ya se había dado cuenta que el chico era un caso perdido y no había nacido para ser violinista.
— No me queda otra opción, el dinero escasea y no lograremos llegar a fin de mes — respondió Waldo fingiendo una preocupación que en realidad no tenía ya que estaba muy seguro del éxito de su plan. — Además, mañana vendrá el casero a cobrar el alquiler y si no le entrego su paga nos echará a los dos a la calle sin ninguna contemplación.
— Eso no suena nada bien — dijo Wenceslao meneando tristemente la cabeza.
— Claro que no, es por eso que tengo que ir a la plaza, aunque no creo que logre juntar suficientes monedas para sufragar todos los gastos ¡Oh! ¡Si no fuera tan patoso con el violín otra cosa sería!
— No te desesperes, muchacho — replicó el felino para tratar de darle ánimos. — Debe haber alguna manera en que podamos salir de ésta.
Waldo sonrió disimuladamente, pues sus palabras habían surtido el efecto deseado. — Bueno, he estado pensando en algo... pero no creo que sea una buena idea...
— ¿Qué? ¿Qué es? — inquirió Wenceslao muerto de la curiosidad. — ¡Vamos, explícamelo!
— Olvídalo... es una mala idea, te lo digo en serio.
— Y yo te digo en serio que quiero saberla.
— Está bien, si insistes... — respondió el chico encogiéndose de hombros. — Había pensado en que podríamos ir los dos juntos a la plaza, tú tocas el violín tan maravillosamente bien que con toda seguridad la gente nos dará muchísimas monedas.
— Hmm... Pues no es tan mala tu idea.
— Claro, pero hay un pequeño inconveniente...
— ¿Cuál?
— Que la mayoría de la gente no está acostumbrada a escuchar gatos violinistas, y si te vieran tocando, lo más probable es que se asustarían.
— No había pensado en eso — comentó Wenceslao un tanto desilusionado.
— Pero creo que he dado con la solución... — agregó Waldo muy seguro de sí mismo.
— ¿Y cuál es esa solución? ¡Anda, déjate de misterios!
— La solución es que yo simule tocar mi violín mientras tú te escondes en un rincón donde nadie pueda ver que eres el verdadero intérprete.
Wenceslao se quedó callado mientras analizaba detenidamente aquella cuestión. — Creo que ya lo pillo: lo que quieres es que la gente crea que tú eres quien está tocando y no un gato, de ese modo en vez de salir corriendo y desmayarse por el susto se acercarán y nos dejarán dinero.
— ¡Gato listo!
— Pues bien, creo que tu idea puede dar resultado por esta vez. Sin embargo, esto amerita que te ponga una tercera y última condición.
— Ya sabes que soy todo oídos.
— Te ayudaré con la nueva condición de que me des la mitad de las ganancias que logres juntar al finalizar el día ¿te parece justo?
— ¡Me parece justo!
Una vez cerrado el nuevo trato, Waldo y Wenceslao se encaminaron a la plaza con la esperanza de que aquel astuto plan diera resultados positivos.
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