Al entrar vieron que estaban solos. Bertran caminó con decisión hacia el fondo de la primera sala y tomó una candela que había sobre una estantería.
-¿Vas a dejar de hacerte el misterioso?
-Paciencia, paciencia. -Bertran encendió la vela e hizo señas a Arthur para que lo siguiera. En lugar de ir derecho a la siguiente sala, que era tan amplia e iluminada como la que pisaban, fueron hacia una estantería amurada sobre sólidas vigas y pasaron un pequeño portal que conducía a un estrecho pasillo.
La oscuridad era total en aquel pasaje, siendo la vela que sostenía Bertran la única fuente de luz. Al final del pasadizo se abrían unas galerías carentes de iluminación, repletas de estanterías, baúles y cajas con libros y pergaminos entre otros tantos objetos que fueron depositados allí. No sabían si sus antepasados habían construido aquel sitio como un área de servicio o para ser un depósito secreto. La mayoría de los libros que había en las estanterías eran manuscritos en griego sobre los más diversos temas u otros textos en idiomas más o menos indescifrables. Arthur y Bertran siempre habían supuesto que allí se encontraban los libros que sus familias habían recolectado en los años posteriores a la fundación de Fynnon Tir y que no pertenecían a la abadía. -Es por aquí… -Bertran se detuvo cuando llegaron a un rincón abarrotado de libros y telarañas. Se agachó junto a una estantería y revolvió el estante inferior- Eureka. -dijo, y sacó lo prometido. Arthur se arrodilló a su lado.
-Bien, sorpréndeme. -preguntó el joven Greed, impaciente.
-¿No me tienes fe? -rió Bertran- Sé que todo lo que tenemos aquí es exótico y único, pero si esto cautivó mi atención es porque no se parece a lo que ya hemos visto y leído. Ten.
Bertran le tendió a Arthur unos antiquísimos papiros con algunas partes consumidas por el fuego. No era la primera vez que veían un papiro entre las reliquias traídas de oriente. Con la tenue luz de la vela, Arthur pudo contemplar los jeroglíficos allí escritos.
-Esto se ve… muy antiguo. No puedo reconocer un caracter.
-Estaban dentro de este libro. Esto es griego. No llego a entender qué dice, la caligrafía es muy confusa, muy garabateada. Parecen apuntes. Y eso… -Bertran miró los papiros. Arthur los examinaba y parecía haber olvidado que su amigo estaba a su lado- Eso no lo puedo entender en absoluto, salvo por… -señaló varios puntos del papiro- Aquí hay algunas anotaciones que está en griego.
Arthur siguió la indicación de Bertran y leyó:
-¿Arcano…? -la anotación estaba al lado de la imagen de un ídolo ataviado como un faraón, de piel negra, con un tercer ojo en la frente- ¿Es un dios?
-A lo mejor. Pero no lo sé, he leído sobre el tema, y jamás oí hablar acerca de ningún dios egipcio con ese nombre, si es que no se trata de una traducción.
-¿No recuerdas esas crónicas sobre Egipto? Sus representaciones suelen ser de perfil.
-Bueno, aquí tienes la prueba de que no todas.
-La tinta debe ser de una calidad excelente, ¿cuántos siglos tendrá de antigüedad…? -Arthur recorrió con la vista aquellos jeroglíficos ininteligibles, y se detuvo sobre unas anotaciones en griego- “A quien me de vida, yo daré magia y vida eterna” -Bertran lo miró y Arthur le devolvió una expresión que intentaba disimular su entusiasmo, pero pronto se tranquilizó- Qué supersticiones tontas, ¿no? Pero admiro la imaginación de los antiguos. -intentó sonar indiferente sin éxito.
-Sabía que te gustaría. -dijo Bertran con voz chillona.
-Je, idiota. ¿Y qué hay del libro…?
-Estoy tratando de entender lo que dice… Acércame la vela. Bien… Creo que aquí hace referencia a esos papiros…
-Pásamelo, a ver si lo entiendo…
Bertran le dio el libro a Arthur.
-¡Uf! Qué letra… “Fui sin…”. No. “Fui con el hombre sapo.”
-¿Qué?
-¡”Fui con el hombre sabio”! Amigo, qué quieres, esto está ilegible, aparte parece que lo agarró la lluvia, porque la tinta está corrida… Bueno, déjame seguir. “Tenía… la cer…teza de…”
-¿De?
-¡“De lo que decían esos papiros”!
-¡Sigue!
-“Me dijo: En buena hora los habéis rescatado de la hoguera.” Fechado 12 de diciembre del… 415 d.C. ¿Es alguna fecha especial?
-Cuatrocientos quince… -meditó Bertran.
-Un momento. -Arthur llamó la atención alzando la voz- Creo que tendríamos tener cuidado de a quién mostramos esto.
Bertran sabía de quiénes quería ocultar aquello su amigo. Asintió cómplice.
-Bien, pero Desirée tiene que verlo. -Bertran se incorporó dispuesto a salir, y Arthur asintió. Envolvió los papiros y el libro en un bolso de tela que había llevado consigo y ambos se dirigieron en dirección al pasadizo.
Fuera de la biblioteca, caminaron con paso acelerado hacia el recinto Kindness. De pie bajo la ventana de la sala donde Desirée solía pasar sus lecturas junto a su madre, Arthur llegó a oir unas voces femeninas y llamó:
-¡Señora Kindness!
En realidad no quería que fuera la Señora Kindness quien se asomara, pero era a ella a quien debía preguntar por su hija. Una de las criadas de los Kindness se asomó.
-¿Señor Greed?
-Disculpe, ¿se encuentra Desirée?
-Lo siento, Señor, acaban de salir de paseo, quizá estén de vuelta para el atardecer. ¿Quiere que les comunique algo?
Arthur y Bertran se miraron.
-Em… No, está bien. -saludaron a la criada, que les devolvió el gesto y salió de su vista tras la ventana.
Los dos jóvenes se quedaron meditando un segundo.
-Esto es un castigo por lo de John. -bromeó Arthur. Bertran soltó un bufido -Podemos ir a mi cuarto de lectura si quieres y transcribir en limpio lo que se entienda…
Arthur ojeó el libro sin sacarlo del bolso que lo cubría, cuando de repente Bertran le llamó la atención al ver que alguien se acercaba hacia ellos. Era el Padre Smith.
-Señores Greed, Annoy... -saludó cordial pero altivo.
El Padre Smith era un hombre de estatura mediana, casi sin cabello. Los dos jóvenes no habían conocido en sus vidas a alguien más estructurado y respetuoso de las leyes -aunque Arthur había concluido hacía tiempo que se trataba de un fariseo más que de un piadoso. La buena predispocisión del Padre desaparecía ante cualquier evento fuera de lugar, como lo que pasaría a continuación.
-Buenas tardes, Padre. -respondieron al unísono.
-¿Qué lee, joven? -inquirió Smith, que presentía algo.
Arthur se dio cuenta de que aún tenía el libro abierto ante sí y lo cerró de un golpe. Bertran no sabía qué hacer para salir de aquella situación. Decidió mentir.
-¡Los Hechos! Leíamos los Hechos. Aquel pasaje que siempre nos gustó tanto, ¿no, Arthur?
Arthur estaba pálido.
-S...sí, cuando los apóstoles pudieron entender y hablar todos los idiomas. -intentó recurrir a decir su cuota de verdad para sonar convincente. Y pareció funcionar, ya que el Padre Smith los miró con una cierta expresión de orgullo. Después de todo, en algún tiempo había sabido ser su instructor de griego y latín.
-Y yo que los creía perdidos. Me agrada ver jóvenes atentos a la palabra de Dios. -aún había duda en su actitud, y no quitaba la vista del bolso que sostenía Arthur- ¿Qué copia de los evangelios es?
El Padre tendió su mano para tomar el libro y Arthur no tuvo mejor modo de reaccionar que salir corriendo, sin poder llegar muy lejos; el desparejo empedrado lo hizo tropezar, a lo que tanto él como el libro y los papiros quedaron desparramados por el suelo. Al verlos, el Padre Smith pudo comprobar que no se trataba de ninguna Biblia. Mientras el párroco recogía aquellos textos, Bertran se apresuró a decir:
-Padre, podemos explicarlo… Perdone mis mentiras, creí que le agradaría que un viejo alumno suyo de la catequesis leyera…
-¿Y esto qué es?
Arthur, aún en el suelo, dijo mientras se incorporaba:
-No… No lo… sabemos… Pensábamos leerlo con alguien que maneje bien el griego…
-Yo lo manejo bien. Me lo llevaré y cuando sepa de qué habla les informaré. -el Padre Smith se guardó el libro y los papiross debajo de su sotana y se alejó de ellos sin siquiera saludar. Arthur se incorporó y miró a Bertran. Cuando el Padre salió de su vista, el joven Annoy finalmente habló:
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhrg! ¡Maldición! ¡Maldición, maldición, maldición! ¡Sabía que haría eso! Otro libro que no pasa la aprobación. -Bertran pateó el suelo.
-Bueno, al menos si nos acusa de mentirosos podemos estar seguros de que él es un ladrón. -observó Arthur cínico mientras se sacudía la tierra de la túnica.
-Quizá reconsidere ir a darle estocadas a los muñecos de paja. -Bertran intentó calmarse pensando en un modo de descargar su frustración. Arthur pensó que aquello no sería tan mala idea y dio una palmada en la espalda a su amigo para sugerir que se pusieran en marcha.
-Odio decir esto, pero ya recuerdo qué pasó en el 415. -acotó Arthur mientras caminaban.
-Ya dilo, aunque seguro sea algo que despierte más mi curiosidad.
Arthur dio un largo suspiro y respondió:
-En el año 415 quemaron la Biblioteca de Alejandría.
En la capilla, el Padre Smith analizaba los papiros con suma expresión de desprecio. En más de una ocasión había revisado que no quedaran libros inapropiados en aquella sucia biblioteca de los Greed, Kindness y Annoy, pero en una colección tan inmensa la tarea resultaba imposible. Estaba acostumbrado a los textos de antiguas doctrinas paganas o herejes, ¿pero aquello? ¿Acaso era Arcano una suerte de dios que confería la inmortalidad…? No podía ser bueno. Ciertamente, el Padre Smith estaba al tanto de las frecuentes visitas de los jóvenes en la biblioteca. Siempre exclamando de emoción al encontrar algo fuera de las escrituras sagradas. El hombre decidió que esa situación no debía ir más lejos, aquellos jóvenes que eran descendientes de sangre noble no podían mezclarse con creencias salidas de la misma Babilonia. Suspiró y dijo para sí:
-El fuego todo lo purifica.
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