Aunque afuera seguía soplando viento frío y el cielo estaba nublado al menos la lluvia había dado una pequeña tregua, y con toda seguridad, la gente se animaría a salir y dar una vuelta por la plaza principal. Waldo y Wenceslao se apostaron en la banca donde el chico solía sentarse a tocar, el gato se ocultó detrás de un gran buzón de correspondencia donde nadie pudiera verlo; Waldo sacó su violín de su estuche y se preparó para la simulación que tendría lugar a continuación, levantó un pulgar en dirección a Wenceslao para hacerle saber que estaba preparado para comenzar.
El felino eligió como primera pieza una melodía suave y alegre que él mismo había compuesto hacía poco tiempo atrás y que al oírla hacía pensar en hermosos campos floridos en primavera. La gente que pasaba por ahí se detenía completamente cautivada por aquel armonioso sonido, Waldo sonrió complacido al escucharlos murmurar entre sí.
— ¡Oh, pero qué hermosa melodía!
— ¡Es divina, sencillamente sensacional!
— ¡Nunca antes había escuchado algo tan hermoso!
— El intérprete es todo un prodigio, sin duda alguna.
Y cuando algunas personas que solían frecuentar la plaza los domingos se percataron de que era Waldo quien creían que estaba tocando, las murmuraciones fueron en aumento.
— Oye ¿pero que no es ese el joven que hasta hace poco tiempo tocaba terriblemente mal?
— ¡Sí, es él! ¿Quién lo diría?
— Al parecer si heredó el talento de su difunto abuelo.
Las monedas comenzaron a caer a raudales dentro del viejo y remendado sombrero del muchacho, y en menos de media hora, logró reunir el dinero suficiente para pagar el alquiler de ese mes y la comida de una semana entera. Waldo se sentía tan satisfecho por el resultado de su treta y por los halagos inmerecidos que la gente le hacía que ni siquiera tuvo el más mínimo remordimiento de conciencia por robarse un mérito que no era suyo.
Para el mediodía habían logrado juntar tantas monedas que ya no cabían dentro del sombrero y Waldo decidió que volverían a casa para disfrutar de una buena comida después de tocar una última pieza, un vals lento que Wenceslao había titulado "Festival Otoñal." Mientras Waldo simulaba tocar aquella sentimental melodía, se acercó a escuchar un señor calvo y con bigote que iba vestido con elegancia a quien el joven reconoció inmediatamente como uno de los ricos comerciantes que solían comprar mercancía en el puerto donde él trabajaba.
El hombre se abrió paso entre la multitud que se había aglomerado en torno al falso músico, y cuando la pieza terminó de sonar, aplaudió con más entusiasmo que los demás. Waldo agradeció al público con una reverencia, acomodó el violín en su estuche y antes de que pudiera abandonar la plaza, el comerciante lo detuvo tomándolo por el brazo derecho.
— ¡Aguarda un minuto, jovencito! Necesito hablar un momento contigo.
— Claro, dígame ¿en qué puedo servirle, señor? — respondió Waldo un poco intimidado por el hecho de que un hombre importante se dirigiera a él.
— Me ha impresionado mucho tu manera de tocar ¿Sabes? ¡Eres realmente un virtuoso del violín!
El muchacho se sonrojó al recibir semejante cumplido inmerecido. — ¡Muchísimas gracias, señor! Me alegra saber que le gustó mi interpretación.
— Así es, me ha gustado tanto que quisiera hacerte una proposición.
Waldo abrió los ojos como platos al escuchar eso. — Pues usted dirá.
— El próximo fin de semana es el cumpleaños de mi hija Wilma y la orquesta que había contratado para animar la fiesta me acaba de cancelar el compromiso y necesito encontrar un músico suplente con urgencia, dime muchacho ¿estarías interesado en tocar? Te prometo que te pagaré muy bien por tu servicio.
— Eh... bueno, yo... — balbuceó el chico pensando en si debía aceptar la propuesta que acababa de recibir que sin duda alguna era muy tentadora; el único problema era que necesitaría de nuevo la ayuda de Wenceslao y no estaba seguro de que el gato quisiera colaborar otra vez, pero de todos modos aceptó. — ¡Por supuesto que sí! ¡Cuente conmigo!
— ¡Gracias, muchas gracias, muchacho! — replicó el comerciante estrechando la escuálida mano de Waldo con mucha fuerza. — El sábado a las cuatro de la tarde te espero en mi mansión, aquí te dejo mi tarjeta con la dirección ¡Por favor, no me falles!
Cuando el hombre se alejó, Wenceslao salió de su escondite para poder hablar con Waldo mientras emprendían el camino de regreso a la buhardilla a través de calles poco transitadas donde nadie pudiera verlos. — ¡Pero chico! ¿En qué lío te acabas te acabas de meter? ¡Tú no sabes tocar, harás un terrible papelón en esa fiesta!
— No te preocupes, ya verás que con tu ayuda todo saldrá a pedir de boca.
— ¡Ah no! ¡Olvídalo! — replicó Wenceslao cruzando las patas delanteras sobre su pecho. — ¡No pienso echarte una mano, quiero decir, una pata en esta ocasión! Tendrás que arreglártelas tú solo!
— ¡Por favor, ayúdame! — le suplicó Waldo. — Te prometo que te daré la mitad de la paga que reciba ¿o es que acaso no he estado cumpliendo con tus condiciones?
El gato suspiró resignado. — Está bien, has ganado de nuevo ¡Pero más te vale que sea la última vez que te saco de un apuro!
Waldo asintió con la cabeza aunque en realidad no le importaba nada, su mente se encontraba ocupada pensando en lo que haría con todo el dinero que obtendría gracias a la ingenua y buena voluntad del pobre Wenceslao.
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