Waldo logró convencer a Wenceslao de que continuaran acudiendo los domingos a la plaza para ganar dinero. Mientras él fingía tocar, el gato se escondía detrás del buzón y las personas que pasaban le dirigían halagos inmerecidos y le depositaban monedas en el sombrero, que ya no era el remendado y viejo de siempre, sino uno nuevo que había logrado comprarse gracias a las sucias jugarretas que le gastaba al ingenuo minino.
Cada vez que tenía oportunidad, Waldo sustraía una buena cantidad de monedas del sombrero y se las escondía en los bolsillos de los pantalones para que al final de la jornada, cuando tocaba repartir el dinero a partes iguales como había acordado en un principio, Wenceslao se llevara una cantidad mucho menor a la que en realidad le correspondía. Y así transcurrió el resto del otoño y todo el invierno.
Cuando llegó la primavera, la hija del comerciante fue a la plaza para buscar a Waldo. En cuanto el joven logró distinguirla entre la muchedumbre aglomerada frente a él, se puso tan nervioso que por poco deja caer su violín al suelo, lo cual hubiera dejado al descubierto su embuste. Wilma aguardó pacientemente a que terminara de tocar sus últimas piezas y lo interceptó antes de que se retirara.
— Eh... ¡Hola! Di... disculpa, no sé si me recuerdas; hace tres meses mi padre te contrató para que tocaras en mi fiesta de cumpleaños — lo saludó la chica tímidamente con las mejillas completamente encendidas como el color de su cabello.
— ¡Pe... pero por supuesto que me acuerdo de ti! — respondió Waldo muy nervioso y a la vez lleno de entusiasmo por volver a hablar con ella. — ¡Cómo podría olvidar tan fácilmente a una muchacha tan encantadora como tú!
— Gra... gracias por el cumplido — replicó Wilma con el rostro aún más colorado que antes. — Vine a buscarte porque necesito que me hagas un gran favor, si no es mucha molestia.
— ¡Claro! ¡Será un gran placer ayudarte! Dime ¿qué se te ofrece?
— Sucede que en mi colegio estamos organizando el Festival de Primavera y necesitamos un músico para la representación teatral que vamos a presentar mis compañeras de clase y yo ¿Querrías apoyarnos? Obviamente, yo no puedo pagarte tanto dinero como mi padre, pero al menos puedo ofrecerte unas cien monedas.
— No te preocupes por el dinero, te echaré una mano con tu presentación; tú solo dime dónde y cuándo.
— Mi colegio es el que se encuentra tres cuadras detrás de la plaza, te espero mañana a la hora de la salida que es cuando nos reunimos en el auditorio para ensayar ¿está bien?
— ¡Muy bien! ¡Ahí estaré puntual!
— ¡Muchas gracias, te estaré esperando! Por favor, no me quedes mal.
Wilma se despidió de Waldo estampándole un sonoro beso en la mejilla que lo dejó mirando estrellas de colores por un buen rato hasta que Wenceslao lo hizo volver a la realidad. — ¿Otra vez metiéndote en problemas? Chico, recuerda que tú no eres un músico talentoso, tarde que temprano podrían descubrirte.
— Tranquilízate, hasta ahora todo nos ha salido a pedir de boca, no veo por qué habría de cambiar nuestra suerte.
Al día siguiente, Waldo se presentó en el colegio de Wilma a mediodía cargando con Wenceslao escondido dentro de su mochila y con el biombo plegado sobre la espalda. La chica lo estaba esperando en la entrada y lo llevó al auditorio donde iban a tener lugar los ensayos y el espectáculo.
— Miren chicas... — dijo Wilma dirigiéndose a sus compañeras — él es el violinista del que les he hablado, su nombre es Waldo.
Las otras muchachas comenzaron a parlotear al mismo tiempo completamente emocionadas. — ¡Ah, sí! Yo ya lo he escuchado tocar en la plaza, lo hace muy bien.
— A mi madre le gusta mucho como interpreta los valses.
— Tendré que pedirle un autógrafo, porque estoy segura de que muy pronto será un concertista famoso.
Waldo estaba sintiéndose en su elemento, pero tenía que preparar todo muy bien para lograr engañarlas a todas. Desplegó el biombo al fondo del escenario y ocultó la mochila detrás de éste para que Wenceslao pudiera salir sin ser visto.
— ¿Por qué cargas ese biombo contigo a todas partes? — le preguntó Wilma con mucha curiosidad, pues recordaba que el joven lo había llevado el día de su fiesta también.
— Es que... — balbuceó Waldo pensando a toda prisa en una justificación que resultara convincente — es que así como el violín me lo heredó mi abuelo, el biombo es un legado de mi difunta abuela y siempre que voy a tocar en algún sitio importante lo llevo conmigo para que me dé buena suerte.
Al parecer, Wilma quedó satisfecha con la explicación, aunque en el fondo estaba comenzando a pensar que Waldo, como buen músico, era un tanto excéntrico.
Mientras las estudiantes repasaban sus respectivos diálogos y ensayaban los ademanes y posturas de la representación teatral, Waldo (o mejor dicho, Wenceslao) tocaba una delicada melodía que a todas les pareció encantadora.
Todo marchaba estupendamente, hasta que el falso violinista comenzó a sufrir retortijones a causa de los frijoles que había comido a la hora del almuerzo; y cuando sintió que su cuerpo no podría resistir más, pidió tiempo fuera y preguntó a Wilma. — Disculpa ¿me podrías decir dónde queda el baño más cercano?
— Hay uno aquí a la izquierda.
— ¡Muchas gracias, regresaré enseguida!
Y salió disparado con las manos cruzadas sobre el abdomen como alma que lleva el diablo.
Mientras tanto, Wenceslao rogaba en silencio para que ninguna de las muchachas se asomara detrás del biombo y lo fuera a ver. Pero para su mala suerte, empezó a sentir un intenso cosquilleo en la nariz que lo hizo lanzar un estornudo tan furioso que hizo caer el biombo hacia adelante y quedó descubierto a la vista de todo el mundo.
Comments (0)
See all