Los días en el campamento fueron tranquilos, al menos dentro de una cocina, todo lo interesante o trágico sucedía alrededor. Muertes entre miembros de las mismas familias, traiciones y asesinatos. Se decía que pronto se mudarían hacia la costa para reunirse con los patriotas que habían cercado la ciudad de Los Reyes.
Luna estaba angustiada, no podía dormir. A veces iba donde Mariana para ver si así podía conciliar el sueño, pero otras veces ella estaba ocupada con otras amigas, tomando en el bar,conversando o leyendo libros. Como ella misma decía, era un espíritu libre, tal vez ese pensamiento era el que la hacía tan atractiva hacia los demás. Con una sonrisa que jamás desaparecía y siempre dispuesta a hacerte sentir mejor. Transmitía su energía a través de su piel, solo con estar cerca te sentías mejor, si es que ello era posible, no lo sabía. Pero en el fondo sentía que aquella sensación aunque fuese temporal, aunque no lo entendiese, aunque tal vez fuese una especie de amor platónico no correspondido, le hacía bien. Se sentía como volando por escasos segundos con solo ver su sonrisa. Pero no la podía atar, y Luna lo sabía.
Un día Trinidad fue a buscarla donde Mariana, lo cual era algo totalmente extraño, considerando que no solía interesarse en la vida de los demás, parecía un poco preocupada.
-Diana alístate. Tu prometido te está buscando – Le dijo Trinidad
-¿Mi prometido? No tengo alguno que yo sepa.
-¡Hipólito! Me dijo que era tu prometido y por eso te ayudé. Honestamente no me interesa. - decía apurada. Luego se le quedó mirando, y achinó sus ojos.- Y por favor cúbrete ese cuello. No quiero ninguna escena en mi cocina.
Luna se sonrojó, es cierto que no habían tenido sexo, pero eso no significaba el hecho que sus caricias podrían sobrepasar lo decente y llegar a la depravación, incluso si fuera entre un hombre y una mujer. La noche anterior estaban bebiendo una botella de vino que habían sacado a escondidas de la cocina, vino dulce. Luna solo quería algo para poder dormir, pero las cosas se salieron de control.
**Recuerdos de la noche anterior **
Estaban en la habitación de Mariana, solo les alumbraba un par de velas y ya habían terminado unabotella. Iban a dormir como otras veces, pero Luna se quedó mirando a los ojos de Mariana, eran preciosos, color marrón, con un brillo que nunca se iba.
– Mariana ¿puedo besarte?- le dijo Luna un poco roja, parecía que el alcohol había hecho efecto.
– Mmmmm – podía escuchar la sonrisilla de Mariana, se volteó y le dio la espalda.- No lo sé, convénceme. Si sigues siendo tan directa se perderá la ilusión.
– Por favor – Luna no sabía qué hacer, así que solo atinó a abrazarle por la espalda. Sentía como Mariana tembló un poco. - Solo un beso, quiero comprobar algo.
– ¿Alguna vez has besado a otra mujer?
– No sé si cuente como besar.
– ¿Juntaron labios y fue de mutuo acuerdo?
– Sí
– Entonces sí cuenta. ¿Y te gustó? – preguntó Mariana mordiéndose el labio inferior
– Sí, aunque duró poco. No sabía cómo responder, me faltaba el aire.
– ¿Quieres que te enseñe otro tipo de besos? - le preguntó Mariana- para que cuando la vuelvas a ver le quites el aire a ella. – se dibujó una sonrisa pícara en su rostro.
– Eso no era lo que tenía en mente.
– Pero será divertido. Solo hazme caso. Si es que estas interesada.
– Está bien.- Luna cerró los ojos mientras Mariana le besaba el cuello e iba succionándolo de a pocos mientras le daba pequeños besos por su clavícula. Su mano izquierda estaba adentrándose por debajo de su camisón
– Para – le dijo Luna.
– ¿Por qué? ¿No te gusta?
– No lo sé. Creo que no estoy preparada y sé que para ti solo soy un pasatiempo. Prefiero abrazarte
– Como quieras. Mejor duerme, ya es tarde. - Y siguieron durmiendo. La magia se acabó y le dolía el cuello.
** Fin de los recuerdos **
Trinidad seguía esperando que saliera de la recámara. Luna cogió un chal y se dirigió a la cocina.
-¿Dónde estabas? - le dijo Hipólito.
– Cálmate estaba con Trinidad. ¿Sabes algo de Beatriz?
– No – le miró - ¿ella te hizo algo? ¿algo extraño? - le preguntó Hipólito consternado.
– No sé a lo que te refieres Hipólito.
– Si ella se llevó tu cuarzo como me contaste en la carta es porque tú le diste permiso. Para ello debe de haber un ritual, yo lo he visto. Ella coleccionaba gemas cuando estaba con nosotros, iba a diferentes pueblos inventándose diferentes historias para quedarse con ellas. Si ella estuviese de nuestro lado seríamos invencibles. Todo terminaría más rápido.
– ¿No crees que hay una razón por la cual no quiere pelear con ustedes?
– Todo cambió el día que la capturaron aquellas brujas del convento. ¡Todo cambió! - Hipólito juntó sus manos- nunca fue la misma. Accedió a casarse con un viejo al que nunca le había hecho caso y se recluyó en las montañas. Nunca supe bien el porqué.
– Tampoco sé dónde está su colección.
– Creo que no entiendes muy bien cómo funcionan estas rocas Hipólito. - dijo Luna serenamente - Yo solo quiero saber porque hace eso. ¿Por qué huye? Necesito explicaciones
– Y yo solo quiero tener un arma capaz de terminar la guerra que nos está ocasionando tantos muertos.
– Querido Hipólito aunque tus ideales son nobles tu manera de pensar puede ser peligrosa a futuro. - respondió la chica de ojos y cabellos violetas con el tono de voz más alto.
– Escúchame Luna. - la miró directamente a los ojos - El peligro es regresar a lo que fuimos. Siendo tratados como ciudadanos de segunda clase, vistos como posibles traidores solo por el hecho de no haber nacido en España. Si fuésemos considerados tan iguales como las personas que nacieron en la península tal vez nada de esto pasaría.
– Al final creo que es una lucha de poderes. – contestó Luna.
– Luna ¿no me dijiste que me ayudarías? Recuerda que te salve la vida. Vamos donde mi hermana, ayúdame y luego haz lo que quieras. – Hipólito se estaba exasperando.
– Siento que para ti solo soy un arma ¿sabes?- replicó Luna acongojada
– ¿Si te dijera que me interesas como mujer que harías al respecto? - Hipólito le coge de la cintura de una manera brusca y la atrae.
– Honestamente no tengo ganas de pensar en estas cosas. Y no puedo verte a ti de aquella forma. No voy a caer rendida a tus pies solo porque eres un hombre. Creo que nosotros tenemos diferentes gustos y maneras de pensar. No creo que tengamos futuro.- Luna se alejó unos cuantos pasos.
– Entonces simplemente seremos personas que se ayudan mutuamente ¿no? -sonrió Hipólito- Si fueras hombre hubiésemos podido ser amigos, aunque muchos dicen que es posible la amistad entre un hombre y una mujer. Yo creo lo contrario.
– ¿Qué piensas hacer? Tengo que cocinar. - cortó Luna.
– ¿Sabes que si los realistas supieran tu historia estarías condenada a morir? ¿Qué tuviste suerte de no morir en la Inquisición? Mi escuadrón fue el encargado de hacer las investigaciones, con Jeremías al mando. Él sabe todo, bueno casi todo. No sabe que soy un soplón y está dispuesto a arriesgar su puesto por ti. No sé qué le has hecho, pero parece que quiere tenerte como esposa.
– ¿Qué cosa? ¿Por qué? ¿Ahora resulta que soy un objeto? - preguntó Luna visiblemente contrariada.
– No lo sé. Pregúntale - Hipólito volteó la cara y luego siguió hablando- te está ofreciendo deshacerse de todos los documentos que te involucran, a cambio de que seas su prometida. Él nos acompañará para pedirle la mano a tu padre.
– ¿Mi padre? ¿sabes dónde está? – Luna se sorprendió- ¿No es muy riesgoso llevar a un realista a la casa de un rebelde?
– Es solo una formalidad. Sólo sigue el plan. - Hipólito dijo rápidamente - Jeremías sabe que cuando acabe la guerra los realistas que deseen quedarse en estar tierras podrán formar parte del ejército patriota, o eso es la noticia que nos ha llegado del sur. Él solo espera que todo se vuelva oficial. Y serás la esposa de un flamante capitán patriota. Tu padre saldrá libre, todo gracias a tu buena suerte y cierta gema. ¡Todos ganamos! - Hipólito esbozó una sonrisa.
– Esto suena demasiado bueno para ser real.
– ¿Tienes una mejor opción? - replicó Hipólito
– Está bien lo haré. Todo sea porque todo esto termine de una buena vez.- Luna se dirigió hacia donde estaban sus cosas para empezar a empacar
– Gracias joven Luna. Por cierto, sé que no es de mi incumbencia pero...¡ si el capitán se da cuenta que usted perdió su gracia podría devolverla! - dijo señalando su cuello
– ¡No es de su incumbencia, soldado! - gritó Luna sonrojada.
Hubo un silencio un poco incómodo mientras la esperaba.
– Joven Luna, es hora de irnos. Su carruaje le espera. - dijo el soldado recuperando la compostura.
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