Era apenas el alba, todos los habitantes de Fynnon Tir dormían. La luz tenue que bañaba con destellos rojizos las murallas y el aire fresco matutino despertaron a Desirée, y sintió la necesidad de escabullirse a dar un paseo por los jardines antes de que todos despertaran. Salió de su habitación y se dirigió al exterior del recinto.
Fue hacia la pequeña arboleda que había en el patio del castillo y de pronto advirtió que no estaba sola; una niña no mayor que ella estaba encaramada a uno de los nogales.
-¿Hola? -le llamó la atención Desirée. La niña la miró con curiosidad y bajó a su encuentro. Al principio Desirée pensó que se trataría de una mendiga, pero luego al ver su rostro descartó esta idea. Además no le resultaba familiar para nada.
-¿Quieres ayudarme a colectar brotes, niña extraña? -la invitó con una sonrisa. Desirée no comprendía por qué la llamaba así, pero su tono de voz transmitía tal amabilidad que la siguió cuando ésta volvió a trepar a la copa del nogal. Observaba como la niña trepaba grácilmente y sin esfuerzo. Imitó sus pasos para asirse con sus pies y manos a las ramas. El vestido holgado de Desirée no le ayudaba de mucho en esta empresa, y sus mangas se vieron atascadas en ramitas pequeñas. La misteriosa niña al verla así emitió una risita y la ayudó a desenmarañarse. Algunos cabellos de Desirée también se habían encariñado con las ramas, por lo que la niña volvió a ayudarla.
-Trepar árboles no es lo tuyo. -rió.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Desirée.
-Heledd. -respondió ésta.
Desirée pudo ver a la jovencita de cerca y notó que sus orejas eran más puntiagudas y largas de lo normal.
-¿Qué eres? -preguntó Desirée con extrañeza. Heledd la miró confundida pero tras notar que miraba sus orejas hizo ademán de entender.
-Elfa.
Desirée sintió la piel de gallina.
-¡Pero mi madre me juró que no existían! -se llevó las manos a la cabeza e intentó cubrirse el pelo, alarmada de que aquella elfa hubiera tocado su cabello. Heledd rió.
-No voy a enredarte el cabello. Te habrán contado que cuando queremos hacer mal hacemos nudos y nudos, y pobre el que se los desate. Pero a mí no me gustaría hacérselo a nadie. -la jovencilla elfa explicó esto muy despreocupada mientras seguía colectando brotes. Desirée se sintió aliviada con esta explicación..
-Mi madre es la que me cuenta historias. Pero luego me dice que son mentira… -Desirée pensó en la terrible idea de que algunos de los cuentos que le hubiera narrado su madre fueran ciertos, ya que en ocasiones tales relatos guardaban en el fondo algo de macabro- ¿Conoces la historia acerca de ese maléfico enano que tiñe su gorro de rojo con la sangre de sus víctimas?
-Niña, tu madre te cuenta unas historias en verdad horribles. -se horrorizó Heledd, pero luego añadió, pensativa- Aunque... Que yo no conozca la historia no quiere decir que no sea verdad.
Desirée no daba crédito a sus oídos. Temió preguntar más. ¿Si alguna criatura que ella daba por imaginaria terminaba por ser real -como Heledd- podría acaso, dando una caminata por el bosque, toparse con un dragón?
-Gracias por éstos. -Heledd tomó de las manos de Desirée los brotes que ésta había colectado. Desirée vio la sonrisa y las mejillas sonrosadas de la elfa que la miraba en agradecimiento, y el resto del mundo pareció desaparecer.
Aquel rostro se alejó junto con el nogal, el jardín, la capilla, y entonces Desirée despertó.
Los primeros rayos de luz entraban por el amplio ventanal y se reflejaban en su dorada cabellera. Abriendo el resto de las cortinas para que entrara más luz, Lucy la observaba.
-¿Tuviste un mal sueño?
-N…no… -Desirée trató de asir las imágenes que se agolpaban en su cabeza, pero fue en vano- Bueno, en realidad ya no lo recuerdo.
Lucy soltó un suspiro sin quitar la sonrisa casi maternal con que veía a Desirée. Se le acercó y se sentó a su lado. Desirée seguía abstraída, y sin darle tiempo de reaccionar, la tomó de la mano y tras un gritito de la joven, la dispuso cerca de la ventana.
-Estás demasiado tensa, pequeña. Mira qué bello está el día. –puso sus manos en los hombros de Desirée– Un día serás vieja y ningún chico se interesará por ti, entonces allí tu mente se volverá un remolino de emociones y preocupaciones. - y se rió.
-¿Chicos? –aquella palabra tan alejada de lo que estaba pensando le puso los pies en la tierra a Desirée, y pensó: “Claro, es lo único que le importa.”
-Ver cómo me mira Arthur, eso sí es divertido. -dijo Lucy con una sonrisa algo maliciosa.
-¡No deberías jugar con sus sentimientos! –exclamó Desirée, y como si se asustara de sus palabras se tapó la boca con ambas manos. Lucy la miró extrañada por un segundo, pero al cabo se encogió de hombros sin darle importancia. Desirée respiró aliviada por ello.
Lucy tomó las sábanas que eran para lavar y salió de la habitación tarareando. Desirée quedó sola junto a la ventana. Dirigió su mirada al cielo y notó que se vislumbraban unas nubes negras.
-Ahí baja la señorita.
La Señora Kindness estaba sentada al lado de una mesita en la que había leche fresca, panes, unas gachas tibias y quesos, y le daba pequeños trocitos a la bebé que tenía en los brazos. Al ver a su hija bajar las escaleras que conducían a esa pequeña salita común, le hizo un gesto para que se siente al lado en un banquito. Desirée se sentó y le hizo una cara chistosa a su hermanita, estirando su nariz para arriba como un cerdito y poniendo los ojos bizcos, a lo que la pequeña soltó una risa. Desirée se sirvió un pan y empezó a engullirlo con ganas. Al ver a su hermanita tan sonriente, su corazón dio un salto sin entender del todo por qué. Algo en la redondez y rosadez de su cara le recordaba a algo...
Desirée continuó su desayuno con una sensación extraña en su interior. Trataba de recordar qué había soñado, pero sus intentos eran fútiles. Terminó de comer y decidió caminar un poco para despejarse. Tomó uno de sus libros favoritos de mitología y salió al frío pasillo.
Al girar por uno de los corredores, de tan abstraída que iba chocó con alguien que venía de frente y el libro que llevaba cayó al suelo.
-¿Y ésto? –dijo una voz femenina muy familiar, con un habitual tono despectivo, pero que pronto vio de qué se trataba y cambió de ánimo– Ah, esto me interesa.
-A ver. –dijo otra voz, masculina– ¿Quién podría estar leyendo…? -el joven levantó la vista y vio a Desirée- Ah, no podía ser alguien más. –dijo al verla, yvolvió a posar los ojos sobre el libro con ávida expresión.
-A… Athos… Adalgisa… -dijo Desirée tratando de volver a tierra y poniendo la expresión más “ortodoxa” que le era posible.
-Parece que nunca te vas a cansar de estos mitos griegos. –dijo Athos cordial tomando el objeto.
-Sí, aunque ya no les doy mucha importancia. -dijo Desirée, mirando el libro con ojos de que sentía todo lo contrario.
-Pues debería importarte. –dijo Adalgisa arrebatándole el libro a Athos– Ellos sí sabían.
-¿Qué es lo que sabían?
-Oh, esta hermana mía. No le hagas caso. Supongo que esta conversación ya te aburre. -dijo Athos moviendo la mano como quien disipa una idea.
-¡No, no, todo lo contrario! –dijo con gran excitación. Cuando se dio cuenta por la expresión de los hermanos que se había excedido en tono trató de recomponerse– Me refiero…
-“Aunque ya no les doy mucha importancia” -rio por lo bajo Adalgisa. Desirée se ruborizó.
-Está bien, tranquila. –Athos se acercó a Desirée y apoyó su mano suavemente sobre la espalda de la muchacha. Clavó sus penetrantes ojos verdes en los de Desirée, quien parecía asustada y tentada por lo que se ocultaba tras esos ojos, algún tipo de sabiduría…– Lo cierto es que es importante, ¿no es así?
-S…sí…
-¡Claro que sí!
-Athos, ¿hasta cuándo con el teatro? –bufó Adalgisa.
-Y ese Hades que tanto adoras algún día podría, quien sabe, hasta arrodillarse ante tu presencia.
Desirée se sentía extraña, ¿le leían la mente?
-Athos, vamos, deja de decir sandeces. -dijo Adalgisa mirando hacia un lado y para otro del pasillo.
Athos por fin apartó sus ojos de la joven, quien casi cayó cuando le sacó la mano de su espalda.
-Discúlpame, me he pasado. –y le hizo una reverencia a Desirée. Ella se quedó parada allí varios minutos aún cuando ellos ya estaban lejos. Algo en su cabeza retumbaba y sentía un pitido molesto.
Siguió su camino; se sentía un poco mareada. De pronto se percató de que los hermanos se habían llevado su libro. Pensó apenada que luego tendría que pedirles que se lo devolvieran.
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