Una vez fuera, en los jardines, avistó a Arthur leyendo bajo un árbol. Hablar con él de seguro la animaría, así que caminó hasta allí. Apenas él vio a Desirée se sorprendió y lo primero que dijo fue:
-¿Y Lucy?
La sonrisa de Desirée se esfumó. En seguida Arthur trató de enmendarse.
-Me refiero… Bueno, siempre estás con ella, como es tu dama de compañía...
-Sí. –contestó tajante y seria, pero intentó cambiar de actitud– Lucy tenía algunos quehaceres.
- Oh, claro…
-¿Te ocurre algo, Arthur? Te noto distraído.
Arthur cerró el librillo que llevaba en las manos y meditó con la mirada en el suelo.
-Bueno, ha ocurrido algo. La historia en sí es bastante frustrante y de hecho hubiera querido contarte ayer mismo, pero por desgracia no quiso el destino que nos viéramos. En fin, resulta que con Bertran encontramos unos papiros egipcios....
-¿Papiros egipcios? –dijo Desirée. Sus grandes ojos verdes brillaron como nunca.
-No podría precisarte su antigüedad, pero no se veían como otros papiros que hayamos podido ver antes. Estaban con un viejo manuscrito griego datado del cuatrocientos quince…
-Cuándo quemaron la Biblioteca de Alejandría. -agregó Desirée como simple nota de color, pero pronto vio que Arthur no reaccionó de la mejor manera, y creyó que iba a proferir alguna blasfemia, pero la retuvo.
-Ya no importa, el Padre Smith nos pescó con el libro y los papiros cuando íbamos a buscarte y se los llevó. Ya sabes cómo es.
Desirée sintió impotencia de saber que el Padre se hubiera llevado un tesoro valioso de su biblioteca, pero saber que quizá nunca lo recuperaría no le quitaba la curiosidad.
-¿Llegaron a leer algo?
-No mucho. Por cierto, no estaban muy bien cuidados… El libro tenía la tinta algo borrada por la humedad… Y los papiros tenían algunas anotaciones en griego. -Arthur quedó en silencio un momento, dio un suspiro y volvió a bajar la vista al libro que llevaba, aunque si bien sus ojos seguían las líneas su mente estaba en otro lado. Desirée se sentó junto a él y reflexionó un momento lo que acababa de escuchar.
-¿Crees que hayan sido tan importantes? Quiero decir, la fecha podría no significar nada… -preguntó Desirée tratando de aportar algún consuelo, aunque juzgando por la reacción de Arthur adivinaba que no era así.
-Esos papiros fueron salvados del fuego. Es lo poco que llegamos a leer.
Desirée empezó a impacientarse con el ánimo pesimista de Arthur. Entendía lo trágico de la situación pero a su vez cada cosa que decía la intrigaba más.
-Bien, pero… ¡Arthur, algo no me estás contando!
Arthur la miró y algo de ese fervor le hizo cambiar el semblante y sonreír.
-Tranquilízate, no hay mucho más que decir. El origen de esos papiros ya tiene suficiente valor. -pero el joven Greed pensaba en esa figura representada en ellos, ese tal Arcano. Algo hacía que no quisiera describírselo a Desirée antes de que ella lo viera con sus propios ojos. Si tal era posible.
-¿Crees que el Padre Smith haya pensado que se trataba de algo proveniente de una doctrina hereje?
-Para ser sincero no sé cuánto puedan durar esos papiros en sus manos. No los vio con muy buena cara.
-¡Y si los destruye! Ay -Desirée suspiró enérgica- Quisiera leerlos… ¿Tendrán algún secreto antiguo, algún misterio? -esta vez Arthur le tapó la boca con una mano.
-¿Quiéres que se entere todo Fynnon Tir?.
Desirée se sonrojó y se compuso.
-Sí, tienes razón... Hay que tener más ciudado.
Ambos permanecieron en silencio por un lapso que Desirée creyó que aquel tema habría terminado allí, hasta que Arthur dijo por lo bajo:
-Y si… ¿Vamos a buscarlos a la capilla?
-¿Qué…? -Desirée empalideció. Arthur cayó en la cuenta que lo que estaba pidiendo no era del todo correcto, pero aún así insistió.
-Le diré a Bertran. La idea es que no nos vean. Pero… Bueno, tampoco es justo que nos haya quitado algo que pertenece a nuestras familias.
Desirée lo estaba considerando, aunque el vandalismo no era lo suyo.
-No voy a obligarte a ir.
-No. Está bien, voy con ustedes, pero prométeme que no nos atraparán.
Arthur sonrío, quería abrazar a Desirée.
-¿Esta noche? ¿Podrás escaparte? Le diré a Bertran que esté listo…
-Cuenten conmigo.
A lo lejos vieron venir a la madre de Desirée, que la llamaba.
-Parece que te buscan. –Arthur se incorporó para saludar a la señora Kindness- En la capilla antes del anochecer. –y se separaron.
Era la hora en la que tanto el sol como la luna comparten la bóveda celeste, y los jóvenes Greed y Annoy esperaban tras la capilla. Sólo faltaba que llegara la que sería su compañera en aquella pequeña travesía. Por fin luego de unos minutos vieron venir a una figura oculta bajo un manto grisáceo. Por la baja estatura y los cabellos rubios que se asomaban por debajo de la capucha, supieron de inmediato que se trataba de Desirée. Una jovencita en aquellas épocas no podría ser vista sola. Menos a esa hora. Menos a esa edad.
-¿Listos?
-Vamos.
Poco faltaba para que el acólito de la capilla pusiera el cerrojo a las puertas, así que debían actuar rápido y ser cautelosos. Primero se sacaron el calzado, no querían que sus pasos retumbaran por toda la sala principal. Una vez dentro, caminaron en fila tras las estatuas, procurando no ser vistos. Bertran, Arthur y por último, pisándoles los pasos, Desirée. Se escondieron detrás de una columna. Ya no había nadie, sólo había que acercarse al recinto del Padre Smith sin ser vistos por quien fuera a cerrar la capilla. Cómo saldrían, ese era otro tema.
-No deberían vernos, ¿no? –susurró Bertran inspeccionando la sala.
-Ya no queda nadie. Vamos, hay que hacer esto rápido y volver al castillo. -apuró Arthur por lo bajo.
Atentos a cualquier ruido o movimiento, caminaron sigilosos hacia donde estaba la biblioteca del Padre Smith. Estaba oscuro por completo. Bertran prendió una vela que llevaba bajo su manto.
-Toma, Arthur. Ustedes busquen en las estanterías, yo iré a ver qué hace el Padre Smith y su secuaz. -Bertran se adelantó, dejando solos a Arthur y Desirée.
-Si huele a quemado, avísanos con tiempo. –bromeó Arthur- Alúmbrame. –entregó la vela a Desirée, que asintió, y comenzaron a revisar todas las estanterías. Comparada con su biblioteca, aquello era un juego de niños– Mm, a ver… ¡Ah, traducciones al latín de Diógenes Laercio! –exclamó Arthur ojeando una serie de libros. Se contuvo por un momento pero luego pensó que, si no llegaban a encontrar los papiros, podría tomarse una retribución, y puso un par de libros en su bolso. Desirée rio.
Mientras tanto, Bertran se había escabullido hasta la pared que lindaba con la sala de estar de Smith. El muro que separaba ambas habitaciones era muy fina, de hecho la luz de la chimenea penetraba por una hendidura en la madera. Bertran no tardó en mirar por allí. El Padre Smith se encontraba recostado en un cómodo sillón, con una taza de leche caliente y unas rodajas de pan tostado. Olía delicioso, Bertran hubiera pagado para compartir el aperitivo, pero el Padre Smith no parecía satisfecho, tenía un semblante terrible.
-Lo dejé en esa mesa. ¿Cómo pudo haber desaparecido?
-Estuve atento, no entiendo qué pasó… -se escuchó la voz de Jacob, el acólito o “secuaz” del Padre Smith.
-¡Los libros no caminan solos!
“Qué extraño”, pensó Bertran. No sabía si sentirse aliviado o… Como fuese, parecía que alguien había robado el libro y quizá los papiros, y no sabía quién… Por lo pronto no habían sido ni Arthur ni Desirée.
-Claro, Padre... Quizá lo dejé en la biblioteca, aunque no tengo el recuerdo.
-¡Ve, a ver si haces algo bien!
“Oh, diablos”. Bertran se incorporó rápidamente, corrió hacia sus amigos y casi sin aire exclamó:
-Hay que irse, ¡ya!
-¿Qué sucede? –dijo preocupada Desirée.
Bertran apagó la vela de un soplido, justo en el momento en que Jacob abría la puerta. Todo quedó a oscuras. Los tres intrusos procuraron hacer el máximo silencio que jamás hubieran hecho. Escucharon los pasos del acólito. Hubo un chispazo; trataba de prender un candelabro. Era el momento de huir.
-¡Ayúdenme, es la única forma! -susurró Bertran apoyando las manos sobre la estantería que los separaba de Jacob.
-¿Quién and…? ¡Ah! –Jacob trató de cubrirse pero no hizo a tiempo. Una gran pila de libros se le fue encima antes de que la estantería se cayera sobre él y lo tirara al suelo. Sintió sobre sí el peso de tres personas que pasaron sobre la susodicha estantería.
-¿Qué ocurre? –entró el Padre Smith, alumbrando la biblioteca.
-Por aquí, Padre… -Jacob asomó un brazo de entre la pila de libros.…
Al otro lado de la capilla, en la entrada principal, Arthur trataba de abrir la puerta pero era imposible. El sonido del candado siendo forzado retumbó por todo el ambiente.
-¡Tras los asientos! –exclamó Desirée. Los tres se agacharon y mientras el Padre Smith corría hacia la entrada para ver quién estaba allí, pero sin encontrar a nadie.
Desplazándose con ligereza Arthur, Bertran y Desirée se escabulleron al recinto del Padre.
-¡La llave, la llave! –Bertran buscaba desesperado.
-¡Rápido, por la ventana! -Desirée tironeó de la túnica de Bertran y lo apresuró hacia el gran ventanal, que se encontraba abierto a la mitad. Le quedaba un tanto alto, pero no era nada que no pudiera solucionarse con una silla. Desirée salió primero y Bertran no tardó en seguirla. Sólo quedaba Arthur, que llevaba una nada despreciable pila de libros en su bolso. Se subió a la silla pero al tratar de trepar a la ventana cayó de espaldas y todos los libros quedaron desparramados en el suelo.
-Maldición. –sintió los pasos del Padre Smith que se acercaba. Tomó los libros y los empezó a arrojar por la ventana. Al otro lado, Bertran se moría de los nervios.
-¡Vamos, Arthur! ¿Qué haces que tardas tanto? –dijo Bertran mordiéndose el labio inferior. En ese momento un libro lo golpeó en la cabeza y cayó atontado- ¿Qué…? -leyó el título del libro- “Los siete sabios de Grecia”..
Arthur saltó encima suyo.
-¡Ay!
-Lo siento, no pude resistirme. Por los libros, lo digo. –se incorporó y juntó rápido todos los libros en su bolso mientras Bertran recobraba la lucidez.
-Vamos antes de que empiecen a preguntar por nosotros. -dijo apurando a sus amigos con un gesto.
Los tres corrieron sin más hacia la fortaleza.
Para cuando el Padre Smith miró por la ventana, ya no había nadie.
Comments (0)
See all