Wilma y sus amigas que se quedaron completamente patidifusas al ver a Wenceslao y comenzaron a cuchichear muy alarmadas entre ellas.
— ¿Y este gato cómo entró aquí?
— ¿De dónde salió?
— ¡Mira! ¡Va vestido y lleva un violín!
Wilma se acercó al gato y procedió a interrogarlo directamente. — ¿Quién eres tú y qué hacías ahí escondido?
El felino se puso nervioso, y como no encontró ninguna buena excusa para justificar su presencia en ese lugar, decidió decir toda la verdad y nada más que la verdad.
— Me llamo Wenceslao y desde hace varios meses soy el compañero de cuarto de Waldo. Ambos hicimos un trato: yo le enseñaría a tocar el violín a cambio de darme alojamiento y alimento; pero como el chico es realmente un desastre con la música, se empezó a quedar en la ruina. — El gato hizo una pausa para tomar aire y prosiguió con su relato. — Y como casi no le quedaba dinero para comer ni pagar el alquiler, me propuso que fuéramos a la plaza, yo tocaría mi violín escondido en un rincón mientras él fingía tocar el suyo y así la gente nos daría mucho dinero a cambio. Yo acepté con la condición de que me diera la mitad de las monedas que ganara, y como ves, no nos fue nada mal.
— ¿O sea qué..? — lo interrumpió Wilma bruscamente — ¿quieres decir que tú eres quien en realidad ha tocado el violín todo este tiempo?
— Así es — admitió Wenceslao asintiendo lentamente con la cabeza. — Waldo compró el biombo en una tienda de antigüedades para que yo pudiera esconderme mientras él simulaba tocar en tu cumpleaños.
— ¡Vaya embustero! ¿Con que el biombo "un legado de su difunta abuela" eh? ¡Pero cuando regrese me va a tener que oír!
— ¡Por favor, muchacha! — trató de tranquilizarla el minino. — El chico no lo hizo con mala intención, solo necesitaba dinero para llegar a fin de mes, y después se fueron presentando otras oportunidades, como tu fiesta de cumpleaños.
— ¡Fiesta por la que mi padre le pagó quinientas monedas que no merecía recibir en absoluto!
Al escuchar eso, Wenceslao abrió los ojos como platos. — ¿¿Quinientas monedas?? ¡Pe... pero él me dijo que solo le habían pagado trescientas!
— ¿Conque eso te dijo? ¡Pues te engañó! Ese muchacho es un sinvergüenza y al parecer se ha aprovechado de ti y te ha estado viendo la cara todo este tiempo.
— ¡No puede ser! ¡Qué tonto he sido! — se lamentó el gato con profundo pesar en el corazón. — ¿Y ahora qué voy a hacer?
La hija del comerciante se quedó pensando un momento, y al poco rato, se le iluminó el rostro de alegría. — ¡Se me acaba de ocurrir un plan estupendo para darle una buena lección a ese mequetrefe abusivo!
— ¿En serio? — inquirió Wenceslao con suma curiosidad. — ¿Y cuál es ese plan?
Antes de responder, Wilma levantó el biombo y lo colocó otra vez en su lugar. — No hay tiempo para explicártelo con detalles, Waldo regresará en cualquier momento; por ahora solo te pediré que actúes con normalidad y le hagas creer que nadie lo ha descubierto aún. Espera hasta el día del festival.
El gato hizo lo que la muchacha le ordenó y le hizo creer a Waldo que nada había sucedido.
Los dos continuaron yendo a los ensayos que duraron una semana, conforme se iba acercando la fecha del Festival de Primavera, Wenceslao se ponía cada vez más ansioso por saber qué es lo que Wilma tenía planeado para poner en su sitio al joven charlatán.
Cuando el tan esperado día llegó, Waldo se presentó en el colegio muy temprano por la mañana con el biombo y con Wenceslao dentro de su mochila antes de que llegaran Wilma y sus compañeras. Iba caracterizado de grillo con un leotardo verde que lo hacía verse más esmirriado de lo que era, unas alas transparentes y unas largas antenas de metal sobre la cabeza. Se aseguró de colocar bien el biombo para que el gato pudiera esconderse sin ser descubierto.
El telón del escenario se subió, el público aplaudió entusiasmado y dio comienzo la obra teatral. Wilma recitó sus líneas correspondientes disfrazada de mariposa con un tutú color de rosa y unas alas brillantes colgadas a la espalda mientras sus amigas iban vestidas de flores, catarinas, abejas y colibríes. Waldo no dejaba de sonreír satisfecho, todo parecía marchar a la perfección.
En cuanto la representación terminó, todo el público se puso de pie para ovacionar a Waldo y a las jóvenes actrices. Los muchachos se tomaron de las manos formando una media luna e hicieron una respetuosa reverencia de agradecimiento. Sin que nadie se diera cuenta, Wilma se escabulló en dirección al biombo detrás del cual se ocultaba Wenceslao, lo pateó para que cayera al suelo y todo el mundo pudiera conocer al fin la verdadera identidad del violinista.
Los espectadores soltaron exclamaciones de asombro al darse cuenta de que un simple y escuálido gato era quien había estado tocando durante toda la función.
Al embustero se le cayó la cara de vergüenza al verse descubierto y súbitamente echó a correr para huir lo más lejos posible de las miradas que lo acusaban, pero Wilma fue más rápida y le puso la zancadilla para hacerlo tropezar y entre ella y las demás estudiantes lo arrastraron hacia la orilla del estrado para exhibirlo delante de todo el mundo. — Damas y caballeros, como pueden ver, el chico a quien todos creíamos un prodigio resultó ser todo un fraude, el verdadero músico que merece nuestra admiración es el pequeño minino.
El público comenzó a abuchear y rechiflar a Waldo. Wilma se llevó el dedo índice a los labios para pedirles que guardaran silencio. — Y no conforme con apropiarse de los méritos del gato violinista, también lo estafó al incumplir el trato que había hecho con él y le robó una buena suma del dinero que mi padre pagó a este farsante por tocar en mi fiesta.
— ¿Y bien, Waldo? — inquirió Wenceslao acercándose al muchacho que en ese momento estaba deseando ser tragado por la tierra. — ¿Qué tienes que responder ante esas acusaciones?
Waldo fue incapaz de sostenerle la mirada al felino y agachó la cabeza sintiéndose completamente humillado. — Soy culpable.
— Me alegra que al menos hayas tenido el valor de reconocer tu culpabilidad, pero eso no es suficiente — espetó Wilma. — Tienes que prometer que le devolverás a Wenceslao todo el dinero que le quitaste, moneda por moneda.
— Sí, juro por la memoria de mi abuelo que lo haré ¡Pero por favor, déjenme marchar!
Las muchachas soltaron a Waldo para que pudiera irse. Pero al bajar del escenario, toda la gente que estaba más que enfurecida con él, comenzaron a lanzarle toda clase de objetos que encontraban a la mano para que así recibiera un merecido escarmiento y no le quedaran más ganas de volver a aprovecharse de los inocentes.
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