Bajé a La Romana otra tarde más. Es increíble cómo la sonrisa de un heladero y unas sillas de madera se pueden convertir en tu mejor refugio. Entré por la puerta y Daniel me dedicó una de las grandes sonrisas de siempre, en el fondo creo que pasó más tiempo en esa heladería por la sonrisa de ese chico que por el propio helado, Fui con paso caído al mostrador. Daniel se apoyó en él, se cruzó de brazos y me dedicó una mirada.
- Qué raro que hoy vengas sola, ¿va todo bien?
- Sí, no te preocupes. Hoy venía en busca de vuestro ventanal y de tu helado. ¡Ya sabes que me paso aquí casi todos los días, aunque no te pida nada!
- Y por eso mismo siempre acabo invitándote a una tarrina de nata…- Susurró Daniel. Yo mientras tanto me eché a reír.
- En el fondo soy tu favorita, tú y yo lo sabemos.
- Cierto, pero no se lo digas al resto, que se ponen celosos. – me dijo poniendo un dedo entre su sonrisa traviesa. Nuestro pequeño y dulce secreto. – Bueno chica, dime, ¿qué te pongo hoy?
- No lo sé. Sorpréndeme.
- Vale, ¿Te lo pongo como siempre?
- Claro, amigo. – te dije con una sonrisa.
- ¡Marchando uno de los especiales de Dani!
- Me voy a la mesa de siempre, ¿te parece?
- Fantástico, ahora te lo llevo, preciosa.
Te dediqué una discreta risa y fui a la mesa de siempre, a la última del gran ventanal, la que daba a la calle de Diego de León. Me senté, me quité la bandolera de los hombros y la dejé colgando en la silla mientras que buscaba mi móvil y el cuaderno de bitácora. La pluma siempre se encuentra en el bolsillo de mi camisa que se conecta con mi pecho. Empecé a escribir, bajo las caricias de la música en mis oídos. Al cabo de un rato, había una tarrina mediana de biscotto de la nonna y nata casera enfrente mío, con Daniel al lado. Me quité los auriculares.
- ¡Gracias Daniel!
- Nada chica. ¿Qué me escribes hoy?
- Ideas aleatorias, propias de este caos, creo.
- ¿Las podré leer?
- Cuando quieras. Mi cuaderno siempre está abierto para ti.
- Perfecto. Oye, ya te he apuntado lo del helado en la tarjeta de la heladería, me pagaste de más la última vez. Me tengo que ir, mi turno aún no ha acabado, ¿nos vemos luego?
- Claro, venga vete, que los helados y las galletas te reclaman.
- Chica cruel…- dijo con una sonrisa amplia.
- ¡Me quieres con locura, ricitos de chocolate!
- ¡Cállate!
Los dos empezamos a reírnos. Sus compañeros de trabajo y el resto de clientes nos miraban extrañados como si hubiéramos perdido la cordura, pero no nos importaba para nada. Él volvió al mostrador y yo a mis historias aleatorias. Entre rato y rato paraba, para poder comer un poco y mirar a la ventana o al local para poder sacar alguna idea útil como hice otras veces. Miraba a la gente, el brillo de los ojos. Eran tan bonitos y tan únicos, joder… Daniel tenía unos ojos preciosos, quizás por allí estaría en alguna parte su alma gemela. Yo estaba segura, que esa persona no era yo. Sus ojos tenían pequeños brillos verdes orbitando alrededor de sus pupilas, jugando a ser planetas y satélites en el sistema solar de sus ojos. Mis ojos no eran así. La tarde fue pasando, la gente entraba y salía bajo el calor de julio. Ya me terminé el helado, y seguía absorbida en mi mundo escribiendo. Daniel volvió a aparecer. Me tocó el hombro.
- Hey, chica aleatoria.
- Hey, ricitos de chocolate, ¿qué te trae por aquí?
- Tengo una cosa para ti.
- ¿Ah, sí? ¿Qué me traes, amigo?
De su espalda sacó un café y me lo dejó en la mesa.
- ¿Qué? Yo no he pedido café.
- Ya. Tú no, pero el chico este sí. – me dedicó una sonrisa. No entendía nada.
- ¿Qué chico?
- Mira allí. – Y me señaló la mesa que había enfrente del otro ventanal. – El chico de la gorra gris me ha pedido que te deje el café, creo que te ha dejado una nota en la servilleta del plato. – Me guiñó un ojo y se fue.
Miré otra vez a la taza de café. Había algo escrito en la servilleta. Disfruta del café, chica de los ojitos de cristal. Espero verte otra vez. Te cuento un secreto: hace mucho que te veo siempre ahí escribiendo y nunca me he atrevido a hacer nada. La pregunta del millón ahora es ¿me dejas invitarte mañana a un par de letras con café? Quiero conocer a la chica del ventanal. Atte: el chico de los besos de café.
Estaba impresionada. Me bebí el café, y guardé su servilleta en el interior de mi cuaderno. Me despedí de Daniel, y cuando estaba a punto de salir por la puerta, se giró el chico del café. Le guiñé un ojo, le sonreí y salí por la puerta. Le dejé sonrojado. Definitivamente iba a aparecer mañana otra vez. Estoy interesada en ver como continua la historia con el chico de los besos de café.
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