Llegué a casa, sin asimilar aún lo que había pasado. Es decir, vamos a rebobinar por un momento la película, ¡lo que acababa de pasar era una locura! Un chico, que parecía conocerme y con el que había tenido lo que podríamos calificar como primera cita, me había besado como si se fuera a morir mañana mismo. A veces pienso, que vivo dentro de una película o de algo similar y que mi escritor o guionista de turno, sencillamente es cruel, y disfruta de mi sufrimiento. Lo primero que hice cuando llegué a casa, fue irme a la ducha. Necesitaba una ducha fría que me hiciera reaccionar. Poco después de ducharme y de ponerme mi ropa de estar por casa, mi madre apareció por la puerta con mi padre. Se habrían cruzado en el portal, o mi padre habría salido antes del trabajo y la había ido a buscar, supongo. Entraron riendo por la puerta, compartiendo miradas y chistes que escapaban de mi entendimiento. Tuvimos una conversación un tanto corta, pero suficiente. Mis padres solían venir muy cansados entre semana, y prefería que descansaran, a que hablaran conmigo. Ya tendríamos todo el fin de semana para ponernos al día. Les dí un beso, les deseé buenas noches, y me fuí a mi cuarto. Avancé por el pasillo hasta llegar a mi habitación. Con sumo cuidado, como si de cristal se tratara, cerré la puerta intentando no hacer ruido. Cuando la puerta estuvo cerrada, aún sujeta a su manilla, me apoyé en ella y poco a poco fui deslizándome hasta quedar sentada en el suelo. Desde el suelo, veía a mi mochila sobre mi escritorio, con mi móvil, y seguramente con el nombre de este chico aún dentro. Me levanté, y empecé a dar vueltas por la habitación. ¿Debería llamarle o mejor no? Un par de vueltas más tarde, decidí recurrir a la que consideraba la voz de mi razón fuera de mi mente y de mi cuerpo. Con el móvil entre las manos, busqué su número entre mis llamadas más recientes, y lo marqué. Los pitidos del móvil, me marcaban si me cogería o no. Cuatro pitidos y me saltaría el buzón de voz. Primer pitido, nada; segundo pitido, seguía sin nada, el tercero ni siquiera llegó a sonar, sino que fue reemplazado por la voz suave de Daniel:
¿Le llamaste?
¿Qué tal un ¡Buenas noches Citalli! antes de empezar el interrogatorio?
¡Buenas noches Citalli! ¿Contenta? Ahora contestame.
No, no le he llamado.
¡¿Pero como que no le has llamado?! ¡¿Se puede saber por qué?!
Pues…. no me atrevía…
¡Citalli! ¿Se puede saber a qué esperas?
Pues al parecer, he esperado a que me eches una reprimenda.
Te va a ir bien, venga princesa, suerte.
Gracias Daniel.
Y ahí fué cuando me colgó, dándome paso para llamar a aquella persona, que ahora mismo, tantísimo me aterraba. Con los dedos temblorosos, cogí su nota de la mesa, y quizás por atrasar más tiempo esa llamada inminente, me puse a analizar ese trocito de papel, como si en vez de ser una chica cobarde que no era capaz de exigirle una explicación al chico que la besó unas horas antes, fuera una forense, de aclamada fama. Su letra era muy pequeña, poco espaciada, pero entendible. Me gustaba, era preciosa. Me hacía gracia ver, las marcas de sus temblores pintadas sobre el papel mientras escribía su nombre, y como fue tan supuestamente inocente para dejar un pequeño corazón con una perseida, casi imperceptibles acompañando a su nombre. Marqué su número y este lo cogió nada más y nada menos que al segundo pitido. ¿Habría estado esperando, a que le llamara?:
¿Ieltxu?
El mismo, ¿tenías pensado hacerme esperar mucho? - estaba casi segura que cuando acabó esa mismísima frase, se le elevó una de las comisuras de sus labios. No me hacía falta verlo, para saberlo casi con certeza.
Ni yo misma lo sé. Has reconocido mi voz…
Como para no reconocer una voz tan única como la tuya.
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me besaste?
¿Quieres empezar fuerte? Venga, pues allá vamos. Te besé porque me gustas, y pensé Oye Ieltxu, quizá te mueres mañana, yo que sé, atropellado en las vías del metro o algo similar, ¿por qué no le dices que te has enamorado de ella, que ha vuelto tu cabeza un puñetero torbellino y la besas de una vez por todas?
Vaya…
¿Algo más que te interese saber?
Mmmmm…. ¿en qué momento te empecé a gustar? ¿porqué? ¿qué te hizo pensar en mí y no en otra persona?
Ufff. - se rió. - ¿estás sentada?
¿Sí?
¿Tienes comida o bebida al lado?
No…¿por qué la iba a tener?
Vete a la cocina y coge algo, créeme. Esto va a llevarnos un buen rato guapa.
Vale, vete hablando mientras voy cogiendo las cosas, llevo los cascos, así que me va a ser más cómodo cogerlas. - le dije mientras me paraba en la encimera de la cocina. lo bueno de dormir cerca de la cocina, es que el trayecto hasta ella era sorprendentemente corto.
¿Sabías que eres preciosa y que me vuelves loco de remate?
Mmmmmm…¿algo más que me quieras comentar? - le pregunté mientras amontonaba el chocolate y las crackers en mis manos. - Tengo chocolate, ¿quieres?
Para la siguiente cita mejor.
Espera. - dije estupefacta. - ¿va a haber una siguiente cita?
No sé, dime, ¿habrá una siguiente cita?
Depende, si acabas tu historia...o mejor dicho, si la empiezas….
Bueno, bueno, ya voy chica curiosa. Te conocí la primera vez que bajé a la heladería, que debía de ser principios de marzo o una cosa así. Me acuerdo, incluso de cómo ibas vestida aquel día. Llevabas una camisa negra y unos vaqueros del mismo color; con los mismos botines que llevabas esta misma tarde. Tenías el cabello recogido, de manera que se escapaban algunos pelillos rebeldes de tu flequillo. Hay algo en tí, que me impulsa siempre a quedarme mirándote como un pasmarote. La primera vez que te ví, estabas con tus amigas, sonreías. Tu sonrisa es tan hermosa… Me quedé embobado contigo, pero tampoco le dí mucha importancia, pues pensé que serías esa cara bonita, con la que me chocaría de casualidad y que por mucho que me doliera no volvería a ver. Me dolía pensar que no volvería a ver esa sonrisa, que me trasladó a otro lugar lejos de allí. Un par de meses más tarde, te volví a encontrar en el mismo sitio. No pude evitar quedarme paralizado, pues no abandonaste mi mente ni un solo instante. Ese día me fijé en dos cosas: Que alguien muy cercano a tí trabajaba allí y que tus ojos parecían de cristal. Después, cuando te fuiste, le pregunté a tu amigo sobre tí. No me dijo mucho, me dijo tu nombre y poco más. - Mientras que me relataba la historia, yo le escuchaba atónita. Daniel Cruxio, te vas a enterar de lo que vale un peine, pensaba.- Poco a poco, empecé a ir allí con más frecuencia. La mayoría de días estabas. Algunos con compañía, otros sin ella. Me fijaba en tus manías, en cómo había días que no llevabas mochila y por eso cogías las servilletas para escribir, porque siempre llevabas un bolígrafo en el bolsillo. O en cómo te recogías el pelo con lo primero que tenías a mano cuando se te ocurría una idea y necesitabas escribirla a toda prisa. Me fijaba en esa mirada distraída, que lanzabas por el local, buscando una historia nueva; esperando que tus ojos algún día se pararan en mí y me permitieran dedicarte una sonrisa. Tu amigo, Daniel se llama ¿no?, estaba mirando todo de hito en hito. El chico empezó a seguirme la pista cada vez que iba. Estaba muy divertido con mi situación. Se acercó a mí más de una vez, en busca de iniciar una conversación. Acabé contándole todo lo que me pasaba contigo, como me traias loco y demás. Durante, un poco más de dos meses, intercambiamos palabras de manera casi constante. Fue él quien me insistió en que te dejara la nota en la servilleta con café. Y gracias a él, pues estamos aquí supongo.
Vaya, lo que hay que ver….
Al final no ha terminado nada mal ¿eh?
No, creo que no.
Y continuamos hablando hasta que nos venció el sueño, hasta que ya nuestras voces se quedaron en el pensamiento ajeno. Iba a tener que agradecerle muchas cosas a ese diablo que tengo por mejor amigo. Hacía mucho, que no me iba a dormir con una sonrisa pintada en los labios, que no me iba a la cama sonriendo como una tonta enamorada. Y ojo, no nos equivoquemos aquí. No me he enamorado de Ieltxu, creo, o a lo mejor fue un flechazo a primera conversación. No voy a mentir a nadie, la verdad es que no lo sé. Tendría que llamar a Daniel y tendría que contarle todo, pero llamarle a las 5:45 a.m. no era un buen plan.
Esa noche, mis demonios no vinieron a por mí, no vinieron a impregnarme la habitación con aroma a azufre, y a no dejarme dormir con sus pesadillas recurrentes diseñadas para atormentarme. Hoy soñé con esas sonrisas venideras y con esas estrellas escondidas en los ojos. Con esa felicidad que estaba buscando y que creía que pronto iba a encontrar. La celestina hizo bien su trabajo, esta vez sin magia negra y falsos tratos.
Comments (0)
See all