Estaba nerviosa. Me movía para arriba y para abajo, como si eso fuera a quitarme estrés alguno, o fuera a solucionar algo. Ieltxu me iba a ir a buscar a casa esa noche, para nuestra cita. No había aceptado un no por respuesta cuando le dije que podía ir caminando o en metro sola, a donde fuera que quisiera llevarme. Insistía en que quería acompañarme. No sé qué haríamos esa noche, ¿si se lo pregunté? alrededor de unas 200 veces, ¿si no me contestó? otras 200 más. El único requisito que me puso fue que confiara en él. Con cada minuto que pasaba, dudaba más si depositar esa confianza ciega o no. Solo me escribió, espérame en el portal. Yo me encargaré del resto. Yo bajé al portal, a esperar. Miraba por todos los lados, pero aún no le veía. Quizá se había acobardado, o le habría pasado algo, quizás se olvidó que habíamos quedado. Mi mente ya estaba entrando en su fase habitual de paranoia, hasta que alguien me tapó los ojos con una mano y con la otra depositaba algo entre mis manos. La persona que me tapaba los ojos, desprendía un fuerte olor a colonia; pero quizás la intensidad de su olor fuera porque estábamos bastante cerca el uno del otro.
- ¿Ieltxu? - pregunté despacio y a poco volumen
- El mismo, preciosa. - Se acercó un poco más, me besó la mejilla y me destapó los ojos.
Al tenerlos por fin abiertos, pude ver que había dejado un ramo de flores en mis manos. Rosas rojas y margaritas. 1 rosa roja y 3 margaritas. Amor a primera vista… Esta cita sí que iba a tener un giro interesante. Mientras que yo admiraba las flores, él me miraba con una sonrisa dulce. Cuando levanté la mirada otra vez, él se dio la vuelta corriendo, para que no viera que se había ruborizado por haberse quedado mirándome. Yo me reía, sencillamente era adorable. Hoy se había arreglado. Se había puesto una camisa blanca, unos vaqueros, unas zapatillas y un sombrero de cuero. Creo que es a la única persona a la que se le ocurriría ponerse un sombrero en Madrid. Me miraba con una sonrisa triunfal mientras que estudiaba la manera en la que se había vestido. Se puso a mi lado, me sonrió y me preguntó:
- Citalli, ¿confías en mí? - me ofreció su mano. Yo mientras tanto dudaba.
- Confío en tí.
Me cogió de las manos y me llevó por las calles. Son calles por las que nunca había estado, callejones por los que nunca había estado.
- Quiero redescubrirte Madrid. Quiero enseñarte la magia de Madrid a oscuras, de la Madrid callejera.
Caminábamos, y era cierto. Madrid a oscuras era incomparable. Caminamos y caminamos, hasta que acabamos en una estación de metro. Al llegar, Ieltxu empezó a correr divertido conmigo agarrada de su mano. Corríamos escaleras abajo, hasta el andén. De repente me soltó la mano, y salió corriendo.
- ¡Espérame aquí!. - Me dijo.
Al rato volvió con una guitarra en la espalda. Yo me encontraba con los ojos como platos. ¿De dónde habría sacado esa guitarra? Me volvió a coger de la mano y me llevó a un andén. Me daba la sensación que pasaríamos la noche corriendo. Entramos por las puertas del metro, entre carcajadas. Le volví a preguntar, hacia dónde nos dirigíamos. Se volvió a negar cuando le pedí una respuesta. Últimamente todo el mundo se rehúsa a contestar mis preguntas. Nos sujetamos a una de las barras y empezamos a ver a la gente subir y bajar. Yo estaba distraída cuando Ieltxu me volvió a coger de la mano y me sacó a rastras del metro. Cuando subimos otra vez a la calle, me dedicó una sonrisa triunfal. Nos encontrábamos en Tribunal. Yo seguía sin entender que era lo que hacíamos allí, ni que tenía en mente. Se sentó en uno de los bancos y me indicó en que me sentara a su lado. Me miró y me preguntó:
- ¿Qué hemos hecho hasta ahora?
- Mmmm…. Has venido a buscarme, hemos ido al metro, has aparecido con una guitarra así porque sí, me has arrastrado a varios vagones y me has hecho hacer transbordos y hemos acabado aquí en Tribunal.
- Bien, bien. ¿Ves las luces de Madrid a oscuras?
Yo miraba, veía las luces que había a nuestro alrededor. Todo era tan bonito, tan silencioso tan tranquilo.
- ¿Para qué la guitarra?
- Ahora verás.
La afinaba mientras que me dedicaba una sonrisa cómplice. Al rato, empezó a tocar la guitarra y a cantar un poco. Cantaba Valeria de Dvicio. Yo le miraba atónita. Me estaba cantando. A mí. Le estaba cantando a esa don nadie a la que nadie se digna nunca a mirar, a la que es imán de las miradas, no por su belleza sino por sus cicatrices. Me temblaba todo el cuerpo por saber que estaba cantando para mí. Tenía una voz suave, melancólica. La canción era la adecuada para nuestra situación. La gente se paraba a escucharle cantar, y a ver mi cara sorprendida. La tocaba con calma, con soltura. Me preguntaba con los ojos si cantaría con él. Yo dudaba, pero hubo algo en su mirada y en su manera de tocar que me atrajo a acompañarle. No queda en la ciudad, ni una calle en que no piense en ti, oh, yeah. Queriéndote besar, ¿qué hago caminando por Madrid? Hoy, todo indica que sí me armé de valor, como un niño en una feria. Al borde estoy de un ataque en el corazón, por tu amor, Valeria. Cantábamos juntos, como dos voces bien acompasadas. Estaba satisfecho de cómo estaba saliendo lo que él planeó, o eso era al menos, lo que parecía. Sabía que la música era uno de mis punto débiles. Perfecto. Se levantó en cuanto su canción terminó. Yo me levanté con él. Cogido de mis manos, me llevó por las calles, cantando y bailando conmigo sujetada de él. Yo me reía, muerta de la vergüenza. La gente se paraba a mirarnos, con miradas enternecidas y sorprendidas. Acabamos, entre baile y baile en el Café Comercial. Me invitó a un poco de chocolate y churros y pasamos ahí el resto de la noche. Cuando terminamos, me llevó otra vez a mi casa. Era una pena, que una noche como esa hubiera acabado. Quería más, mi cuerpo pedía más. Ieltxu me miró como si pudiera leer mis pensamientos.
- ¿Esa sonrisa significa que tengo posibilidad para una segunda cita?
- Puede…
- Perfecto, eso me vale.
- Me lo he pasado genial esta noche, Ieltxu.
- Yo también me lo he pasado de maravilla. Quería hacer algo especial, y por lo que veo, lo he conseguido.
- Sí, eso parece.
Era raro. Fue una primera cita un tanto singular. Nunca creí que iba a acabar en una situación así, y mira por donde, es ahí donde me encuentro. Al final sí que valió la pena después de todo. Ieltxu me miraba con una cara extrañada, ¿pasaba algo? ¿Había dicho o hecho algo que no estuviera bien?
- ¿Te pasa algo? ¿He dicho o hecho algo que no estuviera bien?
- No nada, no pasa nada. Solo que siento que falta algo.
- ¿Que falta el que?
- No sé.
- Creo que sé que falta. - Y le besé la mejilla como un beso de buenas noches antes de entrar al portal.
Comments (0)
See all