En ocasiones como aquella, Fynnon Tir despertaba de su letargo. Los negocios no cerraban hasta el amanecer, se decoraban con guirnaldas, los juglares abundaban en las calles tocando canciones alegres, aquellos que habían pasado todo el día en el campo conservaban todavía energía suficiente para bailar por horas, y hasta los mendigos tenían la oportunidad de bailar con las muchachas más bellas. Una personalidad muy importante visitaría el pueblo, y ese era motivo suficiente para festejar.
Por su parte, tanto los Annoy, como los Greed y los Kindness vivían la situación con mucha presión; Buckingham no estaba haciendo precisamente un viaje de placer. Fynnon Tir estaba bajo su dominio y seguramente se trataba de una visita para controlar que todo estuviera en orden, ajustar el precio de los impuestos… Habían preparado una gran cena para agasajar al ilustre visitante y a todo su séquito. Habría un baile privado y luego todos estarían libres de ir a la feria para ser halagados por la plebe.
El momento de mayor ansiedad había llegado: a lo lejos, en una colina, se divisó una caravana, que avanzaba como un ciempiés interminable. Los más pequeños se encaramaban en árboles, sorprendidos de ver aquello, ya que hacía varios años que Buckingham no visitaba Fynnon Tir. Las mujeres más ancianas miraban desde sus ventanas, con los ojos entrecerrados tratando de no perder ni el más mínimo detalle mientras que los hombres de los establos se exaltaban yendo de aquí para allá, para estar prontos y listos para recibir las decenas de caballos. Los Señores estaban en el patio central, impacientes, azuzando a los lacayos cuando hacía falta para que se apuraran en tener todo en orden. El señor Kindness no delataba sus nervios, a diferencia del Señor Annoy, que movía sus manos frenéticamente como quien se está lavando las manos. El Señor Greed gritaba a viva voz a sus súbditos para que hicieran esto o aquello. Luego de un tiempo que pareció eterno, las puertas principales se abrieron y dejaron pasar a la estruendosa tropilla.
No mucho después, ya estaban todos en el salón principal donde se disponía el banquete.
Arthur y Bertran se encontraban sentados a la mesa, en estado catatónico. Tenían la sensación de aún estar en la capilla; en sus cabezas todavía resonaban los pasos del Padre Smith corriendo hacia ellos.
Desirée se encontraba preciosamente vestida, gracias a Lucy. Ésta se había enfadado un poco por su misteriosa salida de la tarde, por preocupación más que por otra cosa.
“Escúchame, prométeme que si te vas a alejar de mí sin decirme a dónde vas al menos estarás con Arthur o con Bertran, ellos te cuidan siempre…”, la había regañado. Lucy le había regalado una hermosa guirnalda, más bella que la que había hecho para sí. Se había tomado el trabajo de hacerle un rodete perfecto, atado con un broche de oro.
Mientras todos cenaban y hablaban de asuntos triviales, las dos jóvenes platicaban.
-Oye, ese niño que está ahí… -dijo Desirée.
-Sí, ese es tu famoso primo de Londres… -dijo Lucy.
-Hollding Kindness. -dijeron al unísono.
-¿Tiene once años? Parece más chico.
-Así que se casará con Liza Annoy… Claro, cuando crezca. –Lucy echó un vistazo a donde se encontraba la niña, de tan sólo tres años. Luego se volteó y apuntó su mirada al otro extremo de la mesa– Y ese joven que está allá, no sé quién es…
-Creo que es un soldado amigo de Buckingham, o algo así, según oí hace un rato, su nombre es algo de… Jeremy… -Desirée vio la forma en que Lucy lo miraba. Y con razón; el joven rondaría los veinte años de edad, tenía el cabello color negro azabache enrulado, unos profundos ojos azules y un porte muy atlético. Al ver la mirada interesada de Lucy en aquel sujeto, a Desirée le vino una pregunta a la cabeza, y no dudó en sacársela:
-Oye, Lucy, ¿te interesa Arthur Greed?
Lucy se sobresaltó un poco, luego sonrió. Miró a Arthur, sentado al lado de Bertran, ambos con cara de idiota mirando a la nada.
-Debo admitir que… Sus ojos me gustan mucho, pero… Sólo eso.
Arthur repartía absorto la salsa de puerro en su rodaja de pan.
-Bertran, ¿no crees que tendremos problemas, no? -dijo Arthur.
-No, no. Estaremos bien. -respondió Bertran con ademán de minimizar lo ocurrido, más para convencerse a sí mismo que para tranquilizar a Arthur. Éste tomó un bocado de pavo con su pan y asintió, pero a ambos se les notaba la palidez.
-Estos jovenzuelos… Cambien esas caras, ¿acaso vieron a un fantasma? –intervino de pronto el padre de Bertran, que estaba manteniendo una estúpida conversación con Buckingham.
Bertran rió abochornado con comida en la boca y Arthur se ruborizó otro tanto.
Ambos hicieron el esfuerzo de incorporarse un tanto a la reunión para olvidar lo sucedido hasta que llegó la hora del baile. Un pequeño grupo de instrumentistas tocaba una música tranquila con un ritmo marcado ideal para bailar. Bertran no perdió el tiempo y se apresuró a sacar a bailar a con una joven pelirroja más alta que él, lo cual provocó algunas risas. La pareja de baile que se llevó más suspiros de ternura por parte de las damas fue la de Hollding Kindness y la pequeña niña Annoy. Arthur se apresuró a invitar a Lucy para que bailara con él, pero por desgracia, ya se le habían adelantado; el desconocido de cabello negro ya estaba en la pista tomado de la mano de Lucy.
Arthur terminó por sentarse en un rincón, seguido por Desirée.
-¿Quién es ese?
-Jeremy, aunque no sé qué cargo tenga con Buckingham.
-Estoy seguro de que Lucy se apresuró a ir con él cuando vio que me dirigía a ella.
-No te preocupes por Lucy. Mi madre dice que ella está creciendo y que por eso está rara.
-Cada día es más…
-¿Fastidiosa?
-Hermosa…
-Ah… Mm, claro. -Desirée desvió la mirada.
-Tal vez si supiera mis sentimientos... -agregó el joven Greed mientras miraba a Lucy bailar con el desconocido. Desirée se abstuvo de responder. Pensó en que Arthur se engañaba a sí mismo al creer que Lucy le correspondería tan sólo saber su interés por ella. Imaginaba a Lucy con sus risitas y a su amigo con el corazón destrozado, pero trató de alejar tales pensamientos que le causaban cierto regocijo.
La noche transcurrió sin que Arthur tuviera una sola oportunidad de bailar con Lucy, aunque de hecho no bailó con nadie ni aún habiendo varias jovencitas sin pareja, incluída Desirée. Con el correr de las vueltas de baile, la joven Kindness se mostraba más y más resignada. Y llegó el momento en que podrían salir a la feria. Entonces Arthur encontró el momento para acercarse a Lucy, quien no se despegaba del tal Jeremy. Desirée y Bertran también se le unieron.
-¿Cuál dijiste que era tu nombre…? –preguntó Arthur haciéndose el interesante.
-Eh… No lo dije. –contestó Jeremy riendo, ante lo cual Lucy también rio con él– Me llamo Jeremy, Jeremy Parker. Teniente. ¿Y tú quién eres?
Arthur frunció el ceño. Él y su padre, el Señor Greed, eran idénticos. ¿Cómo podía hacer una pregunta tan estúpida?
-Arthur, Arthur Greed de Fynnon Tir y Hamilton, hijo de Sir Gothfried Greed de Fynnon Tir y Lady Susan de Hamilton. –respondió en el mismo tono soberbio en que Jeremy se había presentado. Bertran largó una carcajada.
-Bueno, Arthur, será bueno que nos vayamos conociendo, ya que estaré viviendo aquí por un largo tiempo.
-¿En serio? –preguntó Lucy con interés.
-Reemplazaré a Sir Holmwood como general al mando de las fuerzas militares de Fynnon Tir, dado que está por retirarse…
Arthur veía cómo le brillaban los ojos a Lucy con cada gesto que hacía, con lo que se moría de ganas por retorcerle el pescuezo.
-¡Pero qué casualidad!
-¡Depende! Si crees en las casualidades…
Habían llegado Athos y Adalgisa. Vestían sus mejores trajes para ocasiones especiales, sobrios e impecables, adornados con detalles de orfebrería. De inmediato, Jeremy desvió su mirada de Lucy para posarla en la joven hija de herrero, y por una vez en su vida, Arthur no la odió.
-¡Athos, Adalgisa! Ya los estaba extrañando… -dijo Bertran haciéndose el que se secaba una lágrima.
-Tratábamos de dormir, pero con todo este jolgorio, no hemos podido, así que no nos quedó otra opción que salir… Ey, quita tu sucia mirada de mi hermana. -dijo Athos haciendo una muesca de disgusto.
Jeremy se quedó un tanto sorprendido ante semejante impertinencia, y dicha con tanta altivez. Adalgisa rio, orgullosa de su hermano. Arthur tuvo que irse para que no se escucharan sus carcajadas, al igual que Bertran. Desirée saludó un poco avergonzada y terminó yéndose tras sus amigos.
-Vámonos, Athos. -Adalgisa llamó a su hermano, que la siguió con el resto.
El joven Kartenspiel observó al desconocido muchacho con el ceño fruncido, tratando de dilusidar quién era, pero no lo recordaba de ningún lado. Dirigió una mirada interrogante a los jóvenes nobles.
-Es Jeremy Parker. -aclaró Desirée, y se miraron con Bertran y Arthur, cómplices.
-Teniente. -agregaron al unísono imitando la voz de Parker.
-¿Qué tal estuvo su cena? –preguntó Adalgisa curiosa.
-Horrible. –dijeron Arthur y Desirée.
-Bueno, no estuvo tan mal… -opinó Bertran encogido de hombros.
-Y bien, escucho música y aquí estamos todos tan apenados… -dijo Adalgisa suspirando, y tomó la mano de Desirée y de su hermano- ¿Bailamos?
Fuera, en la feria, estaba la verdadera fiesta; campecinos, nobles, guardias, todos bailaban por igual, juntos a la luz de los faroles. Los jóvenes se miraron y entonces Desirée tomó la mano de Arthur, Arthur tomó la mano de Bertran y Bertran tomó la mano de Athos. Y bailaron en aquella ronda, un baile sin sentido, girando a un lado y a otro, saltando como locos y riendo a carcajadas como si aquel instante fuera a durar para siempre.
Una semana después, Bertran, Arthur y Athos estaban listos para salir de viaje.
-Aquí estarán a salvo hasta que regresemos, pequeñines. –dijo Bertran dejando los libros que habían robado de la capilla debajo de unas tablas rotas en el suelo.
-¡Bertran! ¡Arthur! ¡El Señor Annoy ya los está esperando para partir! –se oyó la voz del padre de Arthur. Entonces se dispusieron a salir de la biblioteca. Al salir, vieron que Desirée y Lucy caminaban hacia ellos. Arthur respiró hondo.
-¡Hola…!
-Veníamos a despedirnos, si van a estar lejos como… ¿Cuánto? ¿Un mes? –preguntó Lucy.
-Sí, un mes. –respondió Bertran, viendo que Arthur no parecía capaz de hablar.
-Suerte con aquello, ¿sí? Después me contarán. –Desirée los miró, juntando los puños, evidenciando que se moría de ganas por ir.
-Sí, Desirée. Es más, anotaré todo lo que ocurra, cada día. Lucy, ¿me vas a cuidar a Desirée mientras no estoy?
-¿Qué, acaso es propiedad tuya, Arthur? Claro que la cuidaré, tonto. -le respondió Lucy, y Desirée bajó la mirada con una risita.
-Bueno, debemos irnos… ¡No nos extrañen, chicas! –Bertran tomó el brazo de Arthur arrastrándolo por medio pasillo.
-¡Nos vemos! –saludó antes de perderse de la vista de las dos muchachas.
A la entrada de una humilde casa, con las paredes de barro, se encontraban Athos y Adalgisa. La joven joven estaba apoyada con desgano contra el marco de la puerta.
-Sólo es un mes, y piensa en que quizá pueda sacar algo importante de los Newness.
-Sí, lo sé. En fin… Mientras yo debo cuidar a papá… Vamos ya, vete antes de que tenga que ponerme a llorar. –empujó a su hermano fuera de la casa.
-Nos vemos, hermanita, cuídate que eres todo lo que tengo. –dijo Athos tomando a su hermana de las manos, para luego alejarse dejándola sola.
Adalgisa suspiró, sabiendo la pesadilla que le esperaba, y se metió en su casa.
En el patio del castillo, ya todos estaban listos para salir, menos John; había cogido un resfrío, y su madre le había prohibido salir del recinto. Desde la ventana de su habitación, saludaba triste a Bertran, quien pensaba que sería una lástima -y un alivio- que él no fuese a disfrutar de la cacería.
Un conductor sostenía las riendas. A su lado iba uno de los sirvientes de la familia Annoy. Y sentados atrás, estaban el Señor Annoy, al lado su hijo, y frente a ellos, Arthur y Athos. Unos metros por detrás, otra carreta llevaba a un par de sirvientes del Señor Annoy. El Señor Greed platicaba con éste mientras esperaban la partida.
-Ireneo, más te vale que lo cuides, es el único que me queda… -dijo el Señor Greed posando una mano sobre le hombro del Señor Annoy.
-¡Gothfried, solo tú puedes hacer esos chistes! -respondió incómodo. El Señor Greed rio.
La Señora Greed se acercó a su hijo, quien sentado en el carro le llevaba unas cabezas de diferencia, y estirándose, lo abrazó con fuerza.
-Pásalo bien, Arthur.
-Gracias, señora. –le respondió a su madre. Athos lo miraba con una sonrisa burlona en el rostro, aunque por dentro sentía algo de celos ante todo aquel amor paternal.
Por fin se pusieron en marcha, sería un largo viaje hacia lo más profundo del bosque. Cuando cruzaron la entrada de la fortaleza, Bertran pudo ver al Padre Smith paseándose con mal humor patente. Como ambas miradas se encontraron, no le quedó otra opción que saludar. Con una gran sonrisa en el rostro, Bertran agitó su mano en el aire. “Será un gran viaje”, pensó, con el viento refrescándole la cara.
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