Hoy era 12 de agosto, hace ya casi un mes que conozco a Ieltxu. Hace ya casi un mes de esas declaraciones nocturnas y besos robados. La cosa fue avanzando poco a poco, íbamos en citas, quedábamos, hablábamos; hacíamos lo que veíamos normal. Más de una vez fuimos al cine, a La Romana, a los jardines de Gregorio Ordóñez. Queríamos dejar nuestra marca allá donde fuéramos, queríamos convertir Madrid en nuestro paraíso personal. Hoy ocurría algo muy importante, hoy caerían las lágrimas de San Lorenzo, por el cielo, entre la noche del 12 y la madrugada del 13. Era mi parte favorita del verano, desde pequeña lo fue, y hoy aún lo sigue siendo. Y eso que tanto me importaba, solo quería compartirlo con un sola persona, con Daniel. Él es la única persona que comprende lo importante que es esto para mí. Había noches, que salíamos al balcón, y mirábamos al cielo, con la esperanza de que este nos diera todas las respuestas a nuestras crisis existenciales. Los dos salíamos siempre con la misma frase de Jennifer Niven, casi al mismo tiempo:
- Cuando piensas en cosas como las estrellas, casi parece que nuestros asuntos carecen de importancia ¿verdad?
Ahí es cuando intercambiamos un risa cómplice y volvemos a mirar al cielo. Si te pones a pensar con detenimiento, de verdad carecemos de importancia. Somos solo una micra en ese vasto universo, no llegamos siquiera a ser polvo, somos menos. Habíamos quedado Daniel y yo, para que me llevara a un descampado que conocíamos a las afueras de la ciudad; donde la contaminación lumínica no tenía tantísimo impacto y aún se podían ver las estrellas con cierta claridad. Daniel y yo, aún no teníamos edad para conducir, y nuestros padres tampoco nos podían llevar esa noche; así que haríamos varios transbordos en metro para llegar a nuestro destino. Llegaríamos al descampado, y al acabar la noche, volveríamos a casa de Daniel. Hoy, yo pasaría la noche allí. Estaba muy emocionada, solo contaba los minutos que faltaban hasta que Daniel viniera a buscarme. Llevaría lo esencial: mis cascos, mi móvil, mis llaves, mi ropa, un neceser y mi cuaderno de bitácora semidestruido de tanto trajín. Ese cuaderno era el cuaderno de una trotamundos. Todo ello, metido en mi bolsa de mensajero marrón. Me pasé la mañana entera, escribiendo y cantando, hasta que llegara la hora de tener que irme, o más concretamente, hasta que llegara la hora de vestirme con algo más que una camiseta exageradamente grande y un moño demasiado desecho. En el fondo, era una imagen muy graciosa; la de verme corriendo por toda la casa, con un cepillo en la mano a modo de micrófono cantando a pleno pulmón y patinando sobre el suelo con calcetines. La banda sonora del día de hoy, era esa playlist, una de esas 3.000 que Dani creó. Tiene un gusto muy bueno para la música, eso hay que concedérselo. De tantas suyas que me escuché, ya no me acuerdo del nombre de ninguna. Sé que son distintas, pero no me acuerdo de sus nombres. El día iba transcurriendo, no sé si con lentitud o rapidez. Ya eran las 20:30 cuando Daniel llamó al interfono. Yo fui a la cocina y lo descolgué.
- ¿Sí?
- Baja.
- Voy.
Volví a colgar y me fui a coger mis cosas. Cogí al vuelo, la mochila, las llaves y salí por la puerta. Ya estaba en el descansillo de las escaleras, cerrando la puerta con llave, cuando me topé con la polaca del apartamento de enfrente. Ella sabía poco español, yo directamente no sabía polaco. Las dos estábamos ahí paradas, mirándonos la una a la otra, incómodas. Tenía el aspecto de una princesa de cuento. Piel blanca y tersa, de nieve y porcelana; de cabellos de oro y ojos mar. Alta, y esbelta. El ascensor, por primera vez, parecía ser demasiado lento. Así que corrí escaleras abajo, después de despedirme de ella con un ligero movimiento de cabeza. Bajaba los escalones, de dos en dos. Llegué al portal y apreté el timbre. No me dió siquiera tiempo alargar mi mano hacia la puerta, porque Dani ya la había abierto y me había cogido por la muñeca. En un visto y no visto, ya me había metido en un metro y nos encontrábamos yendo hacia nuestro próximo destino. Intercambiamos silenciosas miradas, compartiendo emoción por ese secreto que teóricamente solamente compartimos él y yo. Antes de llegar al descampado, a la salida de nuestra última estación de metro, me tapó los ojos. Al principio me opuse, pero después de pelear y pelear, me rendí; de manera que podría llevarme con los ojos tapados allá donde deseara. Cuando llegamos abrí los ojos. Y me quedé sorprendida, paralizada en el sitio con lo que me encontré. Había dos personas, dos chicos, uno al cual conocía y otro al cual no. Ieltxu estaba ahí, tumbado sobre una manta, mirando mi cara sorprendida con una sonrisa de oreja a oreja que me mostraba su evidente satisfacción. Daniel, fue caminando hasta la otra persona que estaba al lado de Ieltxu, y dándole un ligero beso en la frente; se sentó al otro lado. Muchas cosas estaban pasando por mi mente en ese momento, pero lo único que fue capaz de salir de mi boca fue un:
- ¿Qué? ¿No tienes pensado presentarme o que?
Daniel, se rió mientras me dedicaba una sonrisa avergonzada. El chico a su lado, me dedicó una cálida y tímida sonrisa, fue él quien se presentó sin ninguna clase de problema. Se llamaba Ari, bueno, más bien Aristóteles; cómo el filósofo, pero al final del día todo el mundo le llamaba Ari. Resulta que no hacía más de un mes y poco que salía con Daniel, y al parecer este mismo nos hizo la encerrona para presentarnos.
- Ya era hora de que me lo presentaras ¿sabes?
- Sí, bueno. Pero es que a veces eres tan sobreprotectora que da miedo presentarte a cualquier pareja que pueda tener.
Puse los ojos en blanco, mientras que los tres chicos estallaban de risa, divertidos con mi aparente indignación. Al cabo de un rato, Daniel me explicó que esto era casi una especie de cita doble, que como sabía que si me preguntaba, me negaría; pues decidió hacerme la encerrona. Definitivamente, este chico me conocía endiabladamente bien, mejor de lo que pensaba. Le subestime. Al final decidí sentarme con ellos, y me tumbé con Ieltxu sobre la manta. Me coloqué de lado, de manera que pudiera mirarle bien. Él me estudiaba casi al mismo tiempo en el que yo le estudiaba a él. Nos contemplábamos en silencio, el uno al otro. Él era todo un universo, y yo quería descubrir todos los secretos del universo. Cuando por fin oscureció, las lágrimas empezaron a caer; perseidas cruzaban el cielo como si tuvieran prisa por llegar a la tierra. Era hermoso verlas caer. Iba pidiendo deseos, uno por cada perseida que veía cruzar el cielo. Los cuatro nos encontrábamos mirando al cielo. Ieltxu, aunque no me miraba, jugaba con mis dedos tímidamente, buscando entrelazar su mano con la mía. Fui yo, quien acabó uniendo su mano a la mía, él me apretó la mano y sonrío al cielo en respuesta. Nos pasamos así un par de horas, agarrados de la mano, mirando al firmamento. El sueño nos empezaba a ganar a los cuatro. Y no nos importaba, habíamos traído material necesario en caso de que nos quedasemos allí a pasar la noche, como así acabó siendo. Miré a Ieltxu a los ojos una vez más, había algo en esos iris castaños que me impulsaba a acompañarle allá donde fuera si así me lo pidiera. Entonces me acordé, de ese secreto que dijo que quería contarme hace un par de noches. Le pregunté con rapidez, cuanto más rápido lo hiciera, antes mataría a mi curiosidad. Él me sonrió y me dijo que ese secreto que quería contarme aquella noche era una cosa muy sencilla, que simplemente quería dormir a mí lado algún día, para poder protegerme con sus abrazos de cualquier posible pesadilla. Yo le miraba sorprendida y enternecida. Era la cosa más bonita que podría haberme dicho. Al ver mi cara, me sonrió y me atrajo a su pecho, de manera que yo quedara pegada a él todo lo que fuera humanamente posible. En la posición en la que me encontraba, podía sentir sus latidos, su olor, su respiración, su calor. Lo sentía todo, y me gustaba lo que estaba sintiendo. Entonces me oí susurrar:
- Citali
- ¿Sí?
- ¿Quieres bailar sobre un poco de polvo estelar?
- En mis sueños quizás. ¿Eres tú la persona con la que bailo?
- Eso espero.
- Perfecto pues.
Intercambiamos sonrisas dulces, mientras que yo volvía a apoyarme en su pecho. Podría pasarme la noche entera así, recostada entre sus brazos, dándome calor; ofreciéndome un refugio que nadie más me ofreció. Quería pasar más noches así con él, noches en las que todo podría desvanecerse, que a mí solo me importaría estar a su lado, porque ahí habría, antes, durante y después de la tormenta. Quería estar así, mirando en cielo abierto las estrellas todas las noches, dejando que la luna, tiñera el color de mi piel y mi pelo, en esos tonos plata que solo ella sabía concederme. Quería soñar sin temor y un día, poder unirme a esas hermosas perseidas que recorrían el cielo. Pero todo eso junto a él, junto a ese chico vasco con nombre de dios menor de la noche, junto a ese chico lleno de nictofilia por naturaleza. Al final los cuatro nos quedamos dormidos, cada uno donde estaba ubicado. Yo me quedé abrazada al pecho de Ieltxu, y el me apretaba fuertemente contra él, esperando así protegerme de cualquier posible mal. Daniel y Ari, estaban mientras tanto, haciendo tres cuartos de la misma historia. Ojalá pudiéramos pasar más noches así...
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