El suave aire acariciaba sus mejillas sonrojadas conforme su cabello dorado se mecía junto al colorido brezo del campo. Sentado en una orilla, con las piernas encogidas y una mano en la rodilla, sus pequeños ojos negros observaban con cautela las nubes que por el cielo paseaban. Cual niño de campo, que desea entretenerse, jugaba a darles forma y crear historias que luego pasaría a limpio con dibujos.
El pequeño Principito, se tumbó en la mullida cama de los brezos y cerró los ojos.
Echaba de menos a su amigo el zorro, pero era eso lo que significaba domesticar.
Cuan ingenuo fue, y cuan poco se arrepiente.
"¡Vaya!" Exclamó en sus pensamientos "debería mostrarle a mi cordero el paisaje en el que nos encontramos".
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