Como siempre, andaba ella por los preciosos jardines de Ludilon, guiada por Natura. Sus sentidos se agudizaban nada más poner un pie en un cuadrante de césped, lo cual le resultaba fácil concentrarse y conectar con su maldición, su fiel acompañante y amiga desde que tenía memoria. La muchacha de cabellos de oro, que se degradaban de forma natural en las puntas de sus rizos, podía escuchar, sentir, oler e incluso descubrir el sabor gracias al olfato y el tacto.
Meredith seguía el mismo recorrido diariamente; desde la madrugada, hasta el anochecer, cuidando con sus poderes la vegetación, saludando a las hadas que con curiosidad volaban de aquí para allá para ver los visitantes en sus hogares. Los animales se acercaban con cautela, otros, como un pequeño monito de fuego rojizo, no muy grande, se subía hasta sus hombros para que jugase con él. Mariposas de diversas formas, colores y tamaños se posaban en las flores que nacían de sus ojos. Igual de bellas, igual de dolorosas que los pinchos de una rosa.
Inspeccionó la enorme fuente de los jardines de Palacio y metió la mano: seguía funcionando y el agua era pura y clara. Sonrió y continuó su trayecto: después de la parada de la fuente, le tocaban los matorrales frutales. Alguien tenía que recoger esas delicias y repartirlas entre los pueblerinos de Estrella Alba.
De pronto, unos pequeños soniditos llegaron hasta ella. Torpemente, corrió hasta su destino y agudizó más los oídos. Provenían del suelo, de un rincón. Se agachó tras encontrar al pequeño ser vivo que le llamó y estiró sus manitas hasta la criatura.
- Hola ratoncito… Me alegro de verte - Saludó, pronunciando muy despacio y suave las palabras -. ¿Estáis todos bien? -. El ratoncito movió las orejas, respondiéndole entre sonidos -. ¡Me alegro tanto…!
Posicionó a su amiguito en la cabeza y este se acurrucó entre los pétalos blancos de su cabello.
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