Desde el momento en que se alejaron de los dominios de Fynnon Tir, tanto Arthur como Bertran querían observar cada paisaje, fascinados por aquellos caminos desconocidos que recorrían. Estaban habituados al paisaje campestre, que no les ofrecía mayores texturas que los campos sembrados de trigo y cebada además de las arboledas junto al río. Pero ahora se adentrarían en bosques que sólo veían como una línea de árboles en la lejanía. Lo cierto es que tanto el joven Annoy como el heredero de los Greed no habían tenido oportunidades de viajar, pero ahora que tenían la edad suficiente, sus padres no podían poner excusas. “Un poco de aire les refrescará esas cabezas que tienen tan llenas de polillas de libros y de velas derretidas”, había dicho el padre de Bertran. La Señora Greed había tratado de evitar oír acerca del viaje, con nulo éxito. Ruby, su dama de compañía, debía estar alerta por si la angustia llegara a causarle una descompensación.
En lo que respecta a Athos, su actitud había cambiado tras separarse de su hermana. No había proferido palabra alguna desde la partida y su mirada parecía indiferente. Arthur y Bertran no sabían decir si se había dormido o fingía para no tener que seguirles la charla, pero tampoco les interesaba averiguarlo.
-A la vuelta tendremos tantas anécdotas que contar que nos olvidaremos de la mitad. –dijo Bertran con entusiasmo sacando medio cuerpo fuera de la carreta.
-Sí, aunque ya siento que extraño un poco a…
-¿A tu mamá? –se burló Bertran. Arthur lo miró con el ceño fruncido.
-¡Claro que no! Me refería a Lucy… ¿Y si cuando volviéramos ella se hubiera fijado en alguien más?
-Uff, no querría ser ese alguien. -Bertran tosió pronunciando el nombre de Jeremy y Arthur le asestó un golpe de puño en la rodilla, ante lo cual el joven Annoy soltó un aullido de dolor.
-¡Tranquilízate, amigo!
Los dos miraron a Athos y pensaron cómo era que podía dormir con los saltos que daba el carro; el terreno se tornaba cada vez más irregular.
-Tranquilos, muchachos, no vamos a caernos. -bromeó el Señor Annoy viendo las caras de los jóvenes, aunque no estaba del todo seguro de ello. El valle que recorrían tenía las laderas tan pronunciadas y algunos tramos del camino tan maltrechos que más de una vez pareció que el carromato caería.
Pronto los viajeros se quedaron sin qué conversar y percibieron el extraño contraste entre la falta de voces humanas y los abrumadores sonidos de la naturaleza; el correr del arroyo, las aves que tenían su propio mundo arriba en las copas, y los insectos que no descansaban en aquel día de calor. La frondosa vegetación cubría todo el terreno a los lados del camino y les brindaba agradable sombra. Arthur lamentó que Desirée no estuviese allí, aunque no todo era una visión agradable; no recordaba cuál había sido la última vez que viera tantas abejas y avispas. Betran luchaba tratando de alejarlas de su cara, quienes parecían atraídas por su cabellera.
-Perfecto para la caza, ¿no? –dijo con regocijo el Señor Annoy señalando un ciervo a lo lejos.
Cruzaron un arroyo que dejaba ver las rocas redondeadas y oscuras del fondo somero, con algo de musgo, y los jóvenes se percataron que habían llegado a la cabaña de los Newness. Arthur le pegó un codazo a Athos para que se despertara. Éste se sobresaltó un poco, miró hacia los lados y soltó un suspiro.
Se extrañaron que el entorno no hubiera cambiado en absoluto; la casa estaba casi oculta entre la hiedra y las copas de los árboles. La hacienda parecía ser parte de aquella exuberante naturaleza.
Al bajar de la carreta los jóvenes observaron a su alrededor y a la distancia; aquel territorio le estaba cedido en usufructo a los Newness por su señor feudal.
No tuvieron mucho tiempo de mirar mucho más ya que salieron a recibirlos el Señor Newness, acompañado de su hijo y seguido de un pulcro criado. Eliezer padre era un hombre de mediana estatura, de aspecto sencillo aunque muy bien vestido con ropajes de estilo oriental. Daba la impresión de ser una persona muy tranquila y sana en su estilo de vida, al igual que su hijo. En cuanto a éste, de igual nombre que su padre, parecía rondar los dieciocho años; era bastante alto y justamente delgado. Sus rasgos y su cabello azabache le delataban el parentesco con el Señor Newness. Athos, por primera vez desde que había subido al carro, abrió por completo sus ojos al ver la ropa que llevaba puesta Eliezer hijo; el mismo estilo que su padre, pero el lujo del bordado era fascinante. Arthur y Bertran, que también notaron la suntuosidad en la vestimenta, se miraron entre sí. Bertran dijo por lo bajo “Me van a hacer sentir como un pordiosero”, y se agarró la túnica opaca y llena de tierra del viaje, a lo que Arthur rió con complicidad.
-¡Ireneo, qué gusto volver a verte!
-Lo mismo digo, Eliezer. Vaya, esta cabaña sí que parece acogedora. Mira, te presento a los jovencitos. Él es un amigo de mi hijo. -Athos esperó que dijera su nombre, pero fue en vano, para el padre de Bertran sólo era “un amigo de su hijo”- Éste rubiecillo melenudo es el joven heredero de los Greed: Arthur. -Arthur hizo una reverencia- Y este truhán, es nada más y nada menos que Bertran Annoy, mi obra maestra. -Bertran sonrió.
-¡Pero qué maravilla! Habrá salido a tu mujer, ¿verdad? -bromeó el Señor Newness.
-¡Qué atrevido! –dijo Ireneo en un vozarrón que se escuchó por toda la casa- Aunque sí, se parece más a ella.
-En fin, sean bienvenidos. Llegaron justo para probar varias delicias de la señora Perkins, ella es la casera. Preparó un dulce de higo que no tiene competencia. –dijo Eliezer padre, y apuntó a un antiquísimo árbol que se hallaba a unos metros. Desbordaba de higos negros, que sorprendieron a Arthur y Bertran por su gran tamaño.
-Oh, genial. Más vale que tengas todo ya preparado o me comeré un chancho yo solito. –dijo el Señor Annoy poniendo una mano sobre su rebosante barriga al tiempo que con la otra estiraba su rojiza e hirsuta barba. El Señor Newness y su hijo esbozaron una fugaz mueca que Athos entendió como una señal de vergüenza ajena, pero que Ireneo interpretó como incomodidad– Oh, disculpen, había olvidado que no son muy amigos del cerdo…
-Ah, no hay por qué disculparse. -Eliezer padre restó importancia a la conversación-. Por favor, pasen. –dijo extendiendo su mano a modo de invitación.
El criado que estaba allí se puso a bajar el equipaje con ayuda de una criada, que al igual que éste, tenía marcados rasgos árabes. El Señor Annoy se acercó a su hijo y sonriéndose le dijo en voz baja tapándose con la mano:
-Hay que estar loco para no comer cerdo, y encima tienen estos exóticos sirvientes…
- Padre, por favor, eres un exagerado.
-No sé cuánto pueda aguantar sin engullirme un buen trozo de carne de jabalí.
Arthur rio; el padre de su amigo siempre tenía esa actitud ante todo lo que superara sus parámetros de normalidad.
Una vez dentro, el calor de la chimenea los reconfortó, pero cuando llegó a sus narices el aroma de la comida recordaron que estaban hambrientos. Viendo que los huéspedes estaban exhaustos, Eliezer hijo se apresuró a comunicarles:
-La señora Perkins me mandó a decirles que ya está todo listo, vayan y coman lo que gusten.
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