Mi nombre es Maximiliano Darcaken y esta es mi historia, nací en el año 2020 en Irlanda, mi familia se dedicaba al mercado bebidas alcohólicas; mis padres un matrimonio lleno de cariño, habían vivido muchas situaciones que pusieron a prueba de su amor, saliendo de todas ellas victoriosas, una pareja de verdadero amor entre una omega y un beta, una combinación inusual para muchos.

Mi infancia fue algo común, cariño, juegos y risas, mis padres siempre trataban de mantenerme feliz, quizás hasta me malcriaban, pero al ser el único hijo de ellos nadie veía lo malo.

      Mi madre una mujer simplemente hermosa, su cabello peli-rojo, sus ojos marones y sus labios, los labios que siempre tocaban mi frente antes de dormir de color rosado y con un olor a cereza; era una hada entre los duendes como se suele decir en mi país de natal; quien diría que esa seria nuestro maldición, la belleza de una dama puede provocar oscuros sentimientos en el corazón más putrefacto que puede existir.

     —…

Mi cumpleaños número 9, ese fue el día en el que mi infierno, toco la puerta de mi hogar; ese hombre entro, mis padres temblaban del miedo, mi madre aguantaba las lágrimas, mi padre trataba de protegernos, se negaron a entregarme y el tirano actuó.

     En un simple parpadeo mi padre se desplomo en el suelo manchando la alfombra blanca, cambiado su color a un rojo carmesí, su mirada perdida completamente inerte, al recibir un disparo en medio de la frente, provocando su muerte al instante; el grito de horro y miedo de mi madre me saco de mi sorpresa al ver lo ocurrido.

     —Entonces mi querida Miranda, ¿puedes decirme tu respuesta, de tus propios labios?— la forma en como ese demonios saboreaba con deseo el nombre de mi madre, me provocaba asco.

     Mi madre me miro, sus ojos reflejaban miedo, terror, yo era lo único que le quedaba; aun recuerdo lo que me trato de decir, “T-E    A-M-O” sus labios se movieron tan lentos a pesar de estar temblando, dejo de mirarme y miro al demonio tomado más fuerte mi mano —Solo prométeme una cosa, que a mi hijo no le pasara nada — ella, se sacrificó por mi bienestar

     —Ya ves, era tan difícil darme una respuesta— él demonios se acercó a mi madre y la beso, en ese momento lo supe, mi vida nunca más seria la misma; mi madre tomo la decisión de entregarse por culpa del miedo de perderme a mí, así como perdió a mi padre esa noche.

     Con un gran suspiro mira la llanura de mis tierras, con un deseo silencioso —Por favor destino, cuídalo en su caminar, que Darius no logre cumplir sus objetivos y que si aún existe un Dios en este mundo, que él se encargue de cuidar su vida, de darle valor a ese tierno omega.

Mi mirada se perdía, las pocas estrellas que aun trataban de pintar el cielo nocturno, nada comparado a la hermosa luna llena que brillaba en todo su esplendor esa noche, trayendo consigo un viejo recuerdo de la infancia.

     —¿Papa que son esos puntitos en el cielo?— pregunto un pequeño Maximiliano de solo 4 años.

     —Eso mi niño son las estrellas— la suave vos de mi madre, me daba la respuesta.

     —Y que son las estelas?— al ser un infante le costaba pronunciar la “R”

     —Las estrellas son los deseos, los anhelos, las peticiones, los rezos, los milagros y los sueños, de todas las personas, por eso brillan para alumbrar el cielo nocturno y permitir el sueño de los niños inocente como tu hijo mío— la explicación de mi padre provoca que mi sonrisa apareciera en todo su esplendor.

      —Prométenos que nunca dejaras de sonreír pequeño Max— dijo mi madre regalándome un beso en la frente.

Una promesa que después de la muerte de mi padre, no puede volver a cumplir así como otras más, “promete me que serás siempre una buena persona, mi niño” la promesa de mi madre después de perder al único hombre que ha amado en todo este tiempo, es la única que trato de cumplir.