¡Qué tal! Mi nombre es Lancellot, soy un trovador; y en esta ocasión te contaré sobre la vida de un príncipe arrogante que se vio forzado a cambiar, y enseñarle a un pueblo a no rendirse a pesar de haberlo perdido todo. Esto sucedió en la Era Kivet, conocida como el tiempo en el que los humanos podían manipular los elementos de la naturaleza.
Verás, después de la caída del imperio Romano, fueron encontradas miles de piedras llamadas “Kivet” de diferentes tamaños y formas, había de diez tipos diferentes de elemento; cada uno gobernado por una diosa diferente. Eran ellas las que escogían quien y cuál poder usarían.
Durante años se emplearon por todo el continente europeo. La mayoría de las personas manejaban un tipo de elemento, en raros casos se podía controlar dos; pero también hubo quienes nunca pudieron utilizar ninguna de ellas.
La paz reinó hasta que la ambiciosa y despiadada familia Camilleri apareció, todos sus integrantes eran de tez clara, cabellos índigo y ojos color oro. Llegaron a dominar todas las kivet solo para empezar una nueva conquista; naciendo así el Imperio Camilleri. El emperador Helios, residía en Roma, era un tirano desalmado quien se divertía destruyendo pueblos y ciudades de todo aquel que se le oponía a sus reglas e ideales, o a quien simplemente se interpusiera en su camino.
En sus años de gloria, junto con su vasto ejército de soldados y temibles centinelas obscuros, Helios se dirigió hacia el reino de Iskyla, la ciudad base de la Orden de las Caravanas, regida por el Rey Nero. Ellos eran los principales oponentes del Imperio, si éstos eran derrotados, el resto del continente caería ante sus pies fácilmente.
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