En un pequeño pueblo en las tierras del noble Reene, corría un joven niño, vestido con harapos cargando unos panes en brazos, calle abajo a toda prisa. Entró en una de las maltrechas casas, de las más alejadas.
- ¡Padre! ¡Madre! He traído el desayuno- llamó mientras entraba por la puerta la cual estaba rota y no cerraba.- Lo dejo encima de la mesa. Voy a mirar si encuentro algo para la comida.
El niño volvió a salir corriendo mientras los dos adultos se sentaban en unas destartaladas sillas cerca de la coja mesa.
- Pan duro. ¡Pan duro!- protestaba la mujer mientras lo intentaba cortar en vano.- Años viviendo en la lujosidad de la casa de mis padres. Pero, no, tuve que casarme contigo.
- ¡Cállate! Crees que no lo sé.- metió el pan en un cacharro con agua.
- Llevas ocho años diciendo que nos ibas a sacar de esta y lo único que ha ocurrido es que tu hijo corre y habla. Ya tiene nueve. La tradición de la familia es que los primogénitos al cumplir los diez se les regalaba un caballo, en mi caso me dieron una sirvienta personal.
- De verdad, Saira, cállate. Así no solucionas nada.
- ¡Padres! He encontrado una señora que dice que me dará unas cuantas Írias si la ayudo con unos recados. ¡Volveré tarde!- les avisó desde una de las ventanas.
- Muy bien cariño.- se despidió la mujer del niño- ¡Tu hijo es el único que mueve el culo para mantenernos!
- Pues a que esperas tú para pararte en alguna esquina y empezar a buscar clientes.
- ¡Cómo me puedes decir eso!
El niño escuchaba la conversación escondido tras el muro antes de marcharse de verdad hacia el pueblo de nuevo para ayudar a la florista a recoger flores para un encargo.
- Muchas gracias por tu ayuda, Zett eres todo un encanto de niño.
- De nada señora Margaret. Pero lo hago para ayudar a mis padres.
- Eres un muy buen hijo- dijo la señora mientras acariciaba su azabache cabello. – Que tal si me ayudas en una cosa más.
- ¡Claro!- el niño recogió la cesta que le pasaba la mujer.
- ¿Puedes ir a la parte trasera de mi jardín y recoger algunas manzanas? A lo mejor hago tarta de manzana.
- ¡Enseguida!- salió corriendo en dirección a los árboles frutales.
Era una pequeña zona de árboles frutales en el cual la mayoría eran altos manzanos. El niño se apresuró a llegar hasta el que tenía las mejores manzanas de todos, pero a su vez era el que tenía las ramas más altas. El viento empezó a soplar con suavidad moviendo las hojas verdes. El chico sonrió alzando la cesta hacia arriba.
- Rakau, ¿me darías algunas de tus frutas?
Tras aquello el árbol parecía sacudir sus ramas, dejando caer algunas manzanas en la cesta con la ayuda del viento. Zett palmeó el tronco con agradecimiento, pero de pronto el viento dejó de soplar, los pájaros se callaron y todo pareció ensombrecerse.
- Vaya, que ven mis ojos. – apareció una silueta encapuchada entre las sombras de los árboles.
Zett se alejó unos pasos y empezó a refugiarse tras el tronco del árbol.
- No hay nada que temer, pequeño. Solo tengo una pregunta para ti.- la voz era de mujer con un tono muy suave.- ¿Quién te dijo ese nombre? ¿Sabes lo que es?
- Rakau es el nombre de este árbol y me lo dijo el viento.
- Vaya… Así que el viento.- se acercó unos pasos.- ¿Quieres que te enseñe a hacer más cosas?
- ¿Más cosas? ¿Qué cosas?- captó la atención del niño.
- ¡A usar tu magia!- exclamó alegre alzando las manos, produciendo que el viento volviera a fluir entre las ramas antes de volver desaparecer.
- ¿Mi magia?- salió de su escondite.
- Correcto. Dentro de ti, fluye un gran poder y yo te puedo ayudar a dominarlo. ¿Qué te parece?
- ¡Seria genial! Podría hacer muchas cosas, pero…- agachó la cabeza- No sé leer ni escribir, tampoco tenemos dinero para pagarte las clases.
- Vaya, eso podría ser un problema- parecía meditar algo la encapuchada- ¿Qué te parece un trato? Te enseño a leer, escribir y usar tu poder, y a cambio tú, pequeño, mantienes en secreto tus poderes y mi existencia ¿Qué te parece?
- ¿Cómo si fuera un secreto?
- ¡Exacto! Clases secretas. Así seguro sorprendes a todos. ¿Qué te parece?
- ¡Sí! Pero tendré que sacar tiempo ¿Cómo te aviso?
- No te preocupes por eso, seré yo quien te busque.
- ¿Qué significa eso?- pero antes de que el niño acabara de formular la pregunta, la persona había desaparecido y la luz volvía a iluminar el lugar.
Zett se encogió de hombros y arropado por la suave brisa puso rumbo a la casa de la señorita Margaret.
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