¿Nunca han oído acerca de la gente que vive en lo alto de los árboles? En ese caso, les contaré la historia. Allí la selva es muy espesa y las casas no tocan el suelo. Si no alzas la vista nunca las verás. Empecemos con esta muchacha llamada Minu. Minu estaba por dar a luz, y ello significaba que debería pasar por una difícil prueba. La gente de los árboles no deja vivos a los primogénitos, esto es ley. Las madres deben matar a su primer hijo, reventar sus cabezas contra la roca, ¿y a cambio qué tienen? Deben amamantar a los cerditos que la madre cerda rechaza, criarlos como su madre no lo hace, y esto es un gran honor. Después, y sólo después de cumplir con aquello, las mujeres de los árboles pueden ver crecer a sus niños.
Minu estaba preparada. Es algo que se sabe desde la temprana edad. Su alumbramiento era inminente ya cuando su gente salió de caza. Minu debía quedarse, pero algo la llamó a internarse entre la espesa jungla. Al rato notó que sus fuerzas se iban, por el peso de la carga que llevaba en su vientre. En su fuero interno rogó porque la comitiva de caza pasara por allí a buscarla en su camino de vuelta, pero nadie pasó y Minu estaba sola al caer la noche.
Entonces llegó el momento en que su hijo vendría al mundo, y en medio del dolor Minu perdió la conciencia, y sin saber ya si estaba dormida o despierta vio a un enorme cerdo salvaje con enormes colmillos. Y se sintió tan pequeña e indefensa que se puso a llorar, pero entonces aquella bestia fue junto a ella y se echó a dormir a su lado, brindándole calor y aliviando su dolor.
Cuando Minu tuvo a su niño en brazos el animal se desvaneció, o se perdió entre las sombras. ¿Ahora qué creen que hizo la joven muchacha? Ella sabía, que ese niño era el cerdo que ella debía amamantar y cuidar, y por eso lo llamó Wan, que en la lengua de la gente de los árboles quiere decir cerdo.
¡Ah, la desobediencia que significaba aquello! Pero Minu ahora tenía claro que su lugar estaba allí con su hijo, y nunca volvería a su casa en las alturas. Y así pasaron los años, en los que Wan creció como un experto cazador, junto a su madre, trepando ágiles entre los troncos de los árboles, durmiendo en las copas.
Mientras la gente reclamaba la cabeza de Minu y de su primogénito que debía estar muerto. No obtuvieron a Wan, pero sí a la madre, la devoraron, y así quitaron al joven lo único que tenía.
Desde entonces, una maldición cayó sobre ellos; Wan, ahora tomando la forma de un demonio, los llenó de alucinaciones, de imágenes horribles, y si alguno de los asesinos de su madre tenía la desgracia de encontrarse con aquel espectro, era devorado, su cráneo partido en dos.
Por eso, ¡siempre que las copas de los árboles sobrepasen su vista! Recuerden esta historia y guárdense de no cruzarse en su camino con las pesadillas que puedan echarse sobre ustedes.
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