Hola a vos, que estás del otro lado leyendo. Soy “la muerta”. Decidí intervenir porque la escritora no se anima a publicar poniendo excusas tales como “me duele la cabeza”. Así sólo por esta vez hago su parte, no porque quiera solucionarle la vida, sino porque estoy involucrada, y no me gusta que no sea constante. Ya veré en lo sucesivo cómo hago para presionarla de tal manera que cumpla con lo que prometió: todos los lunes un relato de algún día que pasamos juntas.
Sobre el Día 13, el capítulo anterior, tuvimos una pequeña charla después de publicar. Seguro la dejó escrita por algún lado pero les dejo la situación: fue un momento de mucha oscuridad para ambas, sus venas peligraban, por lo tanto mi existencia también.
Por suerte empezó a escribir. Después de tantos años, y yo que estaba ahí entre las sombras, sólo trataba de que me escuche. Y que no haga idioteces como dañar su cuerpo.
El resultado de esto eran charlas bastante tensas, en las cuales no diferenciaba ella de mí; charlas en las cuales saltaba de un tema a otro, más que nada de sus miedos.
Discutíamos de la vida, tanto de la presente, como de la pasada, prácticamente no había futuro (como si el futuro de alguna manera existiera ¿verdad?) y de la re pasada. Re, re re pasada. Por eso en la introducción nombré la segunda guerra mundial: tiene recuerdos de esto. Créanme cuando les digo: costó muchísimo que ordene todo esto, que se saque el miedo, y que por fin lo escriba. Bueno, miedo sabemos que sigue teniendo, de lo contrario hoy no estaría escribiendo. Había momentos que no hablábamos quizás en toda la semana, otros que sólo eran dos o tres líneas, otros en los que yo no quería contestar porque es bastante densa a veces.
Como regalo compensatorio para vos, estimada alma que estás leyendo, le voy a robar un día cortito, así tienen algo que leer hasta el próximo lunes (sí, la voy a obligar a que publique):
Día 36
>Yo
-La muerta
>Insistís con que escriba, pero voy a hacerlo mañana, después de rendir el final.
-No te creo nada ¿no tenías que ir al super? No me comprás con palabritas lindas y desaparecer ¡te conozco! Hola, acá estoy, acá sigo, y quieras o no, sigo a tu lado.
>Y no me molesta que estés.
-Entonces, otra vez miedo. Y la que se come la repetición en bucle de tus recuerdos soy yo. ¡Qué densa! ¿Para todo el miedo por delante? Es un recuerdo, nada más.
>Varios.
-Encima… ¿Cuándo vas a desmentir la “historia”?
>Realmente no sé si lo que recuerdo es real o no.
-Lo mismo dijiste de mí tantas veces… Pensá que al menos ahora puedo ayudarte a “analizar”.
>Son recuerdos ¿qué hay para analizar?
-Y ahí vas otra vez… ¿lo son o no lo son?
>¿Te gusta la web?
-Me encanta que cambies de tema. Me gusta, pero sostengo que la vas a tener que manejar con tanta delicadeza como a una burbuja.
>Burbuja, qué acertado…
-Seguís creyendo que no va a funcionar, insisto con que sigas. Seguí, no pares, no ahora. Ya nunca. Total tus recuerdos siguen ahí, no te me vas a escapar.
Una advertencia antes de concluir: la escritora (yo no, obvio: Patricia) sabe que estás del otro lado de la pantalla, y por eso corrige todas las faltas de ortografías que tengo. No porque no sepa escribir, no. Sino para sacarla de la caja. ¿Me explico? O quizás sólo sea para molestarla.
Por su parte, se queja porque estoy escribiendo esto, se queja porque “la estoy usando” y porque tiene miedo. Lo único que piensa hacer para que se entiendan los textos es agregarles un contexto, que, por lógica, un diario –o un diálogo en un diario- (que ya complica más las cosas) no lo tiene. A ver si esto de una vez arranca.
El extra: ¿por qué escribo tantas comillas? La escritora me dice “la muerta” pero no estoy muerta, ella es la muerta. ¿Por qué “la estoy usando”? y básicamente si, la estoy usando. Digo, necesito un cuerpo para comunicarme ¿o no?
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